La baguete no se pagará en francos

Gabriel Lemos REDACCIÓN / LA VOZ

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El plan de Marine Le Pen para sacar a Francia del euro provoca recelos entre los economistas, que creen que la salida de la moneda única empobrecería el país

07 may 2017 . Actualizado a las 13:50 h.

La apuesta es alta. Si Marine Le Pen consigue hoy batir a las encuestas y es elegida presidenta de Francia, en pocos meses, «muy probablemente dentro de un año, los franceses volverán a pagar sus baguetes en francos». Los plazos los fijó esta semana Florian Philippot, vicepresidente del Frente Nacional y mano derecha de la candidata ultra, que ha hecho del rechazo al euro una de las banderas de una campaña que rezuma nostalgia y culpa a Europa de casi todos los males de una economía que añora la grandeur perdida.

Sin embargo, conforme se acercaban de nuevo las urnas, Le Pen ha tenido que suavizar su propuesta radical de abandonar la moneda única, consciente no solo del apoyo mayoritario al euro entre la población francesa (roza el 70 %, según las encuestas) sino también de las dudas que la medida suscitaba incluso entre su electorado, temeroso del efecto que la medida podría tener en sus ahorros. El Banco de Francia ha alertado de que la vuelta al franco supondría un sobrecoste de al menos 30.000 millones de euros anuales solo por el aumento de la deuda pública, y otros centros de estudios, como el liberal Institut Montaigne, vaticinan una recesión del 3 % el año en el que se consumara la salida del euro, aunque la pérdida de riqueza podría alcanzar el 9 % en solo un lustro.

Consciente de los temores que generan sus propuestas económicas, que suponían un lastre para su aspiración de llegar al Elíseo, Le Pen las ha matizado en el tramo final de la campaña, en la que se sacó de la manga una fórmula de dos monedas: resucitar el franco para las transacciones dentro del país (de ahí el ejemplo de comprar la baguete) y dejar el euro como divisa para las operaciones en las que sea necesario traspasar las fronteras nacionales.

Para Juan José Toribio, profesor emérito de Economía del IESE, la propuesta tiene «muy poca lógica económica», ya que no se sabe el tipo de cambio entre una moneda y otra ni quién lo fijaría, y, además, choca con una realidad que no se puede cambiar: «Las deudas están contraídas en moneda fuerte, en euros, mientras que los ingresos del Estado, a través de impuestos se recibirían en moneda débil», lo que complicaría aún más la posición financiera del país. Y, por si hubiera tentación, las agencias de calificación ya han advertido de que cualquier intento de convertir deudas en euros a francos, con la consiguiente devaluación, sería tratado como un default. Vamos, como una declaración de guerra a los mercados.

¿El euro es el problema?

El economista Venancio Salcines niega la mayor: no solo Francia no ha salido perjudicada de la introducción del euro sino que es, con Alemania, el país que se ha visto más beneficiado por la moneda única. «Son dos economías exportadoras y, si tuviesen una moneda propia, esta tendría un valor más alto. De hecho, hay estudios que dicen que si el euro fuera puramente alemán se cambiaría a 1,8 dólares, y no a 1,09 como ahora. Y si se limitase a Alemania y Francia estaría en 1,3 o 1,4».

Es decir, que la debilidad de las economías periféricas tira a la baja del tipo de cambio de la moneda y les permite vender sus productos en el exterior a un precio más asequible que si mantuviesen una divisa nacional. Eso, además de abaratar el coste de su deuda, ha convertido ambos países en refugio para los capitales que buscaban los lugares más seguros de una eurozona inestable. Entonces, ¿por qué la economía alemana va como un tiro mientras la francesa sigue estancada, lastrada por el paro y la desindustrialización? Según Salcines, porque «mientras Alemania aprovechó ese ahorro financiero para sanear sus cuentas, rebajando la deuda pública y reduciendo el déficit, Francia, en vez de hacer lo mismo, decidió endeudarse más para aplicar políticas expansivas. Han tenido dos presidentes, Sarkozy y Hollande, que quisieron levantar sus bajos índices de popularidad con más gasto público».

En esa misma línea insiste Toribio, que remarca que «los problemas de Francia son estructurales, por el excesivo peso del Estado, con un gasto público que supera el 50 % del PIB y una elevada presión fiscal, que lo convierte en un país poco atractivo. Además, la economía francesa tiene rigideces excesivas, por ejemplo en el mercado laboral».

Para el profesor del IESE, para salir del euro lo primero que habría que establecer es un corralito para poner coto a la fuga de capitales. El ejemplo sería la Argentina del 2001 y, como allí, asegura que el empobrecimiento sería inevitable.

Pero, dejemos al margen Francia. ¿Habrían sufrido menos los países de la periferia fuera del euro? ¿Sería bueno recuperar la peseta o el dracma? Toribio admite que se puede discutir si en ciertos países como Grecia fue una buena idea entrar en el euro en su momento (o con el tipo de cambio con el que lo hicieron), pero cree que el balance de estos 15 años es positivo. «Siempre se puede pensar que tener tu propia política monetaria y un tipo de cambio flotante puede ser positivo pero, ¿acaso antes del euro no les hubiera convenido a Extremadura o a Galicia salir de la peseta y tener su propia moneda?», dice para ilustrar «la ventaja de formar parte de un mercado más amplio».

Una moneda complementaria

Pero también hay, entre los economistas, quienes defienden que el euro no es panacea, y que «pensar que dentro todo está bien y fuera todo es un desastre es una simpleza», como dice Juan Torres, catedrático de la Universidad de Sevilla. Un experto que critica el «diseño diabólico» del euro, que lo convierte casi en una «cárcel», ya que no existe un mecanismo reglado para abandonar la moneda única. Por eso, concede, la salida «sería traumática», y más si el protagonista es un país como Francia, uno de los motores de la UE.

Torres cree que una solución intermedia sería la «existencia de una moneda complementaria». Una divisa que se usaría para las transacciones dentro del país, «ampliando los medios de pago» y aliviando el «corsé del euro, que trae consigo políticas que solo se adaptan a lo que necesita Alemania, no a las necesidades del tejido productivo gallego».

Pese a los diferentes puntos de vista sobre el euro, ninguno de los expertos creen que Francia vaya a salir del euro. Unos, como Torres, creen que el BCE tiene mecanismos poderosos para asfixiar cualquier revuelta, cortando la liquidez, y otros, como Toribio, convencidos de que, si llega a presidenta, a Le Pen le pasaría lo que a Trump y que la idea de comprar la baguete en francos se quedaría en Twitter.