La Moleskine es el relato de una estafa

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Pilar Canicoba

El electorado independentista se muestra inmune al saqueo de Pujol y al fraude del «procés»

13 dic 2017 . Actualizado a las 07:15 h.

 Hemos llegado ya a ese punto en el que para informarse de lo que está pasando en la campaña electoral catalana, y para entender lo que puede suceder en el futuro, resulta más útil leer el Código Penal que los periódicos del día. El conglomerado independentista se las prometía muy felices cuando el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena decidió asumir la causa contra el anterior Gobierno de la Generalitat que había iniciado la magistrada de la Audiencia Nacional Carmen Lamela. Pero, al paso que va, Llarena puede acabar siendo para los protagonistas del procés el equivalente a lo que fue la operación Mani pulite para la Tangentópolis italiana.

El juez no se va a limitar a empapelar a Puigdemont, Junqueras y a sus respectivos ejércitos de subsecretarios, sino que prepara un macroproceso que amenaza con obligar al independentismo a llevar al Parlamento catalán a los juveniles, porque titulares del primer equipo no van a quedar. Para ello, Lamela cuenta con el inestimable regalo que le ha hecho el ex número dos de Oriol Junqueras, Josep María Jové, que con laboriosidad propia de un notario fue anotando en su agenda, con nombres y apellidos, cada paso dado en la preparación del golpe, cada debate, cada intervención personal.

Debates dignos de una comedia

Pero, además de una prueba de cargo, oro molido para un juez, esa Moleskine es el relato pormenorizado de una estafa política, aunque por el ínfimo nivel de algunos de los torpes debates que allí se recogen se asemeje más a las desternillantes reuniones de los protagonistas de la película Atraco a las tres, en donde el cajero del banco, interpretado magistralmente por José Luis López Vázquez, convence a sus compañeros de trabajo para desvalijar su propia sucursal fingiendo un atraco. Fingían también Artur Mas y Puigdemont cuando prometían a sus votantes la arcadia feliz de la república catalana sabiendo, como nos explica el relato de Jové, que aquello no solo era imposible, sino que iba a llevar a Cataluña a la ruina. ¡Y, a pesar de ello, siguieron adelante! En esto último, más que la presunta rebelión, está su principal delito, que debería ser el final para cualquier político.

Los sondeos indican sin embargo que el electorado independentista es inmune a cualquier tipo de estafa, política o económica. Solo así se explica que, sabiendo que les mintieron a conciencia, Puigdemont y Junqueras encabecen los sondeos. O que Jordi Pujol, el mayor cleptócrata de Europa, según vamos sabiendo, participara el pasado lunes como uno más, y sin que nadie le reprochara nada, en ese gran descubrimiento del independentismo que es la misa-mitin.

Puigdemont puede ser investido

Ni la Moleskine de la estafa, ni las cuentas en Suiza del saqueo hacen titubear al votante independentista. «Nadie es perfecto», le respondía Osgood Fielding a Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco cuando este le aclaraba que no podían casarse porque era un hombre. Puigdemont confía en esa fe ciega para librarse del banquillo. Y por eso anuncia ya que está dispuesto a volver, -solo si le garantizan que será presidente, claro- para montar el pollo y poner a los jueces -aunque él dice al Gobierno, porque no sabe quién es Montesquieu- ante la tesitura de tener que encarcelar a un presidente investido y aclamado por las calles. Y lo cierto es que semejante esperpento sería perfectamente posible.

Puigdemont quiere retar al Estado a encarcelar a un presidente investido y aclamado en las calles Existe incluso un precedente. En 1986, el etarra Juan Carlos Yoldi fue elegido diputado del Parlamento vasco y luego presentado por Herri Batasuna como candidato a lendakari cuando estaba en prisión preventiva. El terrorista fue autorizado a salir de la cárcel y a participar en la sesión de investidura. Fue el único oponente de José Antonio Ardanza. Dio un discurso de 40 minutos en el que él mismo se calificó de «presunto lendakari». Volvió a la cárcel y, tras ser condenado, cumplió 16 años de prisión. En este último punto es donde flaquea Puigdemont.