Trump presume de ser un «genio» para defender su estabilidad mental

Adriana Rey NUEVA YORK / CORRESPONSAL

ACTUALIDAD

SAUL LOEB

El presidente acuerda con los líderes republicanos la agenda legislativa en Camp David

07 ene 2018 . Actualizado a las 00:14 h.

Donald Trump intentó zanjar ayer las especulaciones sobre su estabilidad mental. Y lo hizo como solo él sabe hacerlo: calificándose como «un genio». El presidente de Estados Unidos recurrió una vez más a Twitter para explicar que su capacidad para gobernar es intachable. «Pasé de ser un empresario muy exitoso a ser una gran estrella de la televisión, y de ahí a ser presidente (en mi primer intento). Creo que eso cuenta como ser no solo inteligente, sino un genio... ¡Y un genio muy estable!», escribió el neoyorquino.

Su tormenta tuitera no solo colocó la etiqueta #stablegenius (genio estable) como tendencia mundial, sino que llevó hasta la mesa de Camp David el debate sobre sus aptitudes para ocupar el despacho oval. «Fui a las mejores universidades», se justificó el neoyorquino en una rueda de prensa flanqueada por los primeros espadas republicanos en el Congreso. Los mismos que escucharon impertérritos la retahíla de elogios que el presidente se dedicó a sí mismo.

Sus palabras fueron la respuesta a una discusión impulsada por el retrato que el periodista Michael Wolff hizo de Trump en su libro Fire and Fury: Inside the Trump White House. En este superventas, el autor presenta a un hombre cuyo entorno ve «como un niño» caprichoso. Una de las descripciones más bochornosas es la que hace el exasesor Sam Nunberg cuando relata sus intentos de explicar al republicano la Constitución de EE. UU. «Llegué hasta la cuarta enmienda antes de que [Trump] empezara a tirar de su labio con el dedo y sus ojos se perdieran», se mofa Nunberg.

La Casa Blanca en pleno calificó el contenido del libro como un «trabajo de ficción lleno de mentiras». Es más, el propio presidente abogó ayer por endurecer las leyes de libelo. «Si fueran más fuertes sería de mucha ayuda», insistió tras alimentar las dudas sobre su autor. Aprovechó entonces para matar dos pájaros de un tiro y comentó: «El chapucero Steve [Bannon, su exasesor y mano derecha] lo metió en la Casa Blanca y por eso ahora busca empleo». «El presidente está que se sube por las paredes», contestó poco después Wolff.

La publicación de este libro aireando las peores palabras proferidas a Trump por sus más allegados no hace más que incrementar la frustración generalizada de los últimos meses, que en buena parte procede de la trama Rusiagate: la investigación que dirige el fiscal especial, Robert Mueller, sobre la injerencia rusa electoral y los vínculos entre la campaña trumpiana y el Kremlin. «No hay colusión», contestó ayer el neoyorquino desde Maryland.

La estancia en Camp David sirvió además para impulsar el anhelado plan de infraestructuras, una de las joyas de la corona de la agenda legislativa de este año, cifrado en 166.000 millones de euros. Será el senador republicano y ultraconservador Rand Paul quien presentará en los próximos días un proyecto de ley para que el dinero congelado a Pakistán se utilice para la construcción de «carreteras y puentes» en EE.UU. «¡Buena idea, Rand!», animó Trump.

Tono dialogante

Haciendo un repaso a la agenda semanal, el magnate no dejó pasar la reunión intercoreana del próximo martes. Afirmó que espera que Seúl y Piongyang conversen «más allá de los Juegos Olímpicos de febrero» y aseguró que no le importaría mantener una conversación telefónica con Kim Yong-un. «Yo siempre estoy dispuesto a hablar», sentenció. 

Depresión, paranoia o esquizofrenia: los trastornos que persiguen a los presidentes

laura g. del valle

Van Gogh pintó buena parte de sus cuadros más reconocidos mientras sufría la fase más aguda de su trastorno bipolar y Edvard Munch trazó El grito tras un ataque de ansiedad. Son solo dos ejemplos de un largo etcétera de artistas que aprovecharon voluntariamente o no sus problemas mentales para crear espectaculares obras. Si la locura ha sido bien avenida en el terreno profesional para pintores o músicos, en la política las enfermedades psiquiátricas se han guardado históricamente bajo llave. El miedo a perder el respeto del electorado ha hecho que decenas de presidentes de todo el mundo hayan ocultado su esquizofrenia, alcoholismo o paranoia. Y eso que los hechos avalan que algunos de los que reconocieron sufrir trastornos, como en el caso de Lincoln con la depresión, salieron bien parados y se ganaron la confianza de los ciudadanos.

Si es cierto que Trump sufre un trastorno narcisista de personalidad, el magnate solo sería el penúltimo de una larga lista de dirigentes estadounidenses que han padecido problemas de salud mental. Así lo reveló un estudio realizado por el Centro Médico de la Universidad de Duke (Carolina del Norte), cuyas conclusiones dejaron un dato escalofriante: más de la mitad de los presidentes que gobernaron en tierra del tío Sam entre 1789 y 1974 padecieron enfermedades mentales durante sus mandatos. Roosevelt sufría un trastorno bipolar, Hoover y Wilson soportaron graves depresiones y Richard Nixon tuvo serios problemas con el alcohol que derivaron en paranoia. Sin embargo, nadie los incapacitó. Algunas veces los psiquiatras advierten que así debe ser. Pero otras puedan ser la causa de graves decisiones. Es lo que le sucedió a Nixon, que amenazó varias veces en estado de embriaguez con tirar bombas atómicas sobre Corea del Norte.

Al otro lado del Atlántico también han existido presidentes que en algún momento perdieron la cordura. El caso de François Miterrand es seguramente el más llamativo. La obsesión del expresidente francés por ocultar su cáncer de próstata terminó por llevarlo a la locura. Su miedo a ser descubierto acabó por pasarle factura en forma de paranoia, y llegó a obligar a su médico a vaciar las cisternas de los hoteles por miedo a que espías internacionales descubriesen su secreto.