Feliz cumpleaños, Walter White

Mariluz Ferreiro REDACCIÓN / LA VOZ

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Hace diez años nació un mito televisivo: comenzó a emitirse «Breaking Bad»

19 ene 2018 . Actualizado a las 15:28 h.

Unas tiras de bacon estratégicamente colocadas sobre el plato. Dibujan un número. Así celebraba sus cumpleaños Walter White. Esta vez tendría que formar un 10. Porque hace diez años que se emitió el primer capítulo de Breaking Bad. Lost fue la gran epidemia televisiva de los últimos tiempos, un producto viral con estrenos simultáneos a escala mundial. La serie de Vince Gilligan fue otra cosa. No desafiaba al espectador con el espacio ni el tiempo. Lo hacía con una bomba de precisión: hacer que el personaje principal se fuera retorciendo tanto bajo la presión de la historia para que el público acabara queriéndolo y odiándolo profundamente en ese viaje. Un inofensivo profesor de Química que se convierte un capo de la metanfetamina. Un western moderno que avanza por Nuevo México de derrota en derrota hacia un memorable final. Nunca veremos de la misma forma la tabla periódica.

 

«Expediente X», el origen de todo

A Cranston lo llamaron para participar en el episodio Drive de la serie. ¿Cómo resistirse a uno de los éxitos televisivos de los últimos tiempos? Su personaje, un tipo mediocre y bastante miserable, compartía viaje con el agente Mulder. El que parecía un trabajo de trámite para el intérprete, quizás un pequeño paso, se convirtió en un momento clave de su carrera. El director de aquel capítulo era Vince Gilligan, que más tarde sería el genio creador de Breaking Bad. La actuación de Cranston no pasó inadvertida para él: «Podía dar miedo, ser patético, ser simpático... Me dije a mí mismo que tenía que trabajar con aquel tipo otra vez».

La llamada que despertó a Walter White

Vince Gilligan recuerda que un día tuvo una conversación con su amigo Thomas Schnauz, guionista de Expediente X. Y ahí empezó todo. The Guardian publicó una charla reveladora. Los dos hablaban por teléfono sobre lo mal que estaba el negocio de la ficción. «Tal vez deberíamos trabajar en atención al cliente de Walmart», dijo Gilligan. «Tal vez deberíamos comprar una autocaravana y poner un laboratorio de metanfetamina en la parte de atrás», bromeó Schnauz. La frase revoloteó en el cerebro del primero. Gilligan confiesa que colgó y empezó a tomar notas. «Una imagen apareció en mi cabeza, la de un personaje que hacía exactamente eso […]. Es un profesor de química de secundaria, un hombre apacible y derrotado al que diagnostican un cáncer de pulmón...». Había nacido Walter White.

Un capítulo piloto prometedor

Desierto rojizo. Unos pantalones en el aire que caen al suelo polvoriento. Y una autocaravana que les pasa por encima mientras acelera. Dentro, un conductor con máscara de gas, un copiloto inconsciente y el caos. Dólares, líquido y cuerpos por el suelo. Así arranca el primer capítulo de Breaking Bad. Cuando llegó a manos de Cranston y de su esposa, los dos coincidieron en que había que agarrarse a aquel papel. El intérprete estaba convencido de que era para él. Pero sabía que en una audición con competidores podía pasar de todo. A él le habían ofrecido otra serie, Nurses. Dijo a su agente que lo filtrara para ejercer presión. Finalmente, no hubo pruebas. Cranston ya era Walter White.

De Mr. Chips a Scarface

Cranston explica que, cuanto le preguntó a Gilligan por sus planes «para el arco narrativo de la serie», este le contestó: «Quiero que este personaje deje de ser un Mr. Chips y se convierta en un Scarface. Si me dejan». El actor reconoce que no podía creerlo: «Hasta ese momento, los personajes televisivos que el público llegaba a conocer y amar eran intocables. La idea dominante durante la mayor parte de la historia de la televisión había sido que los espectadores querían personajes en quienes confiar». Como recuerda el creador de la serie, otras compañías no se atrevieron, pero AMC sí quiso arriesgar. La clase de Química que imparte el protagonista en el primer capítulo es un metáfora de la trama. El cambio. Solución, disolución. A veces incontrolable.

Para él, Zara es un lujo

Cranston comenzó a dibujar a Walter White. Walt, como él lo llamaba. Se imaginó a un profesor con mente brillante pero de vida gris que se volvía invisible. «Vivía una vida sin dejar rastro», dice «Para él, Zara es un lujo. Por tanto, sigamos esa lógica», cuenta el actor en sus memorias (Secuencias de una vida). Un hombre venido a menos que quería hacer algo por su familia antes de sucumbir al cáncer. Alguien que se siente insignificante y que decide saltar al vacío.

Salvemos a Jesse Pinkman

En este paseo de Walter White hacia la oscuridad lo acompaña Jesse. En principio, estaba previsto que el personaje interpretado por Aaron Paul iba a morir en la primera temporada, en el capítulo nueve concretamente. Pero la huelga de guionistas obligó a reducir la temporada. El adiós quedó aplazado. Pero para siempre. Los creadores de Breaking Bad encontraron en Jesse el contrapunto de White. A medida que Heisenberg se interna en las sombras, más brilla la humanidad de su compañero, que va aportando pinceladas de humor (yeah bitch), excepto al final, cuando el calvario que ha sufrido ya no se lo permite.

No hay vuelta atrás

Cranston inicia su biografía narrando el rodaje de una de las escenas más impactantes de Breaking Bad. El libro comienza así: «La chica dejó de toser. Puede que se hubiera dormido otra vez. De pronto, el vómito brotó de su boca. Se aferró a las sábanas. Se ahogaba. Me incliné instintivamente para darle la vuelta, pero me detuve. ¿Por qué debería salvarla?». Así es como Walter White deja morir en la cama a Jane, la novia de su socio Jessi. Contempla sus espasmos. No la toca pero, por omisión, la mata. Llora porque sabe que nada volverá a ser lo mismo. White también acaba de morir a manos de Heisenberg. Cranston confiesa que su Cranston inicia su biografía narrando el rodaje de una de las escenas más impactantes de Breaking Bad. El libro comienza así: «La chica dejó de toser. Puede que se hubiera dormido otra vez. De pronto, el vómito brotó de su boca. Se aferró a las sábanas. Se ahogaba. Me incliné instintivamente para darle la vuelta, pero me detuve. ¿Por qué debería salvarla?». Así es como Walter White deja morir en la cama a Jane, la novia de su socio Jesse. Contempla sus espasmos. No la toca pero, por omisión, la mata. Llora porque sabe que nada volverá a ser lo mismo. White también acaba de morir a manos de Heisenberg. Cranston reconoce que acabó derrotado emocionalmente al finalizar en aquella escena. Había imaginado que sobre aquella cama agonizaba su hija. Pero también sabía que, llegados a este punto, el espectador «se esforzaba por quitarse el anzuelo, pero era demasiado tarde, se había clavado muy hondo».

Heisenberg, ese libro de citas

«No estoy en peligro, yo soy el peligro. Si llaman a la puerta de un hombre y le disparan, ¿piensas que ese hombre seré yo? No. Yo soy el que llama». Las grandes frases se van convirtiendo en una firma de Heisenberg a medida que gana puestos en la pirámide del crimen coleccionando cadáveres. Todo fan que se precie recuerda las escenas en las que suelta aquello de «aléjate de mi territorio» y “«di mi nombre». Son el epitafio de aquel pobre profesor de Química que era al principio. Millones de camisetas han reproducido estas palabras. Su sombrero es un icono.

Los pollos hermanos. Breaking Bad pasó a ser una religión pagana para millones de personas gracias a su imaginería. La compañía de comida rápida Los pollos hermanos, la empresa tapadera del narco Gus Frings merece un apartado especial (llegó a crearse una empresa con el mismo nombre en Estados Unidos). Su logotipo y su anuncio es toque de color del sur para una producción que puso en el mapa televisivo Nuevo México, un territorio no tan explorado. Albuquerque todavía hoy sigue siendo un lugar de peregrinación para los fanáticos de la serie. Breaking Bad creó escuela y otros directores y productores recurrieron también a este universo.

«La mosca», el episodio más polémico

Es inevitable que las series que se prolongan durante varias temporadas tengan algún capítulo de relleno que no supone avance alguno para la trama. Este episodio es un reflejo de ese juego de autodestrucción en el que los dos personajes principales están inmersos, en el que parece que todo está perfectamente controlado y medido, como en su factoría de droga, pero un simple imprevisto lo arruina todo. El capítulo se convirtió en un apasionante tema de debate para los gurús de la televisión. Incluso se han llegado a publicar libros sobre esta especie de pesadilla a dos bandas que no conduce a ninguna, parte pero que condensa la atmósfera de la serie. Ahí está Don't You Cry: on the Fly Episode of Breaking Bad, de Derick Kofar.

El otro Walt, Walt Whitman

 Al parecer Hank, el agente de la DEA interpretado por Dean Norris, iba a ser un personaje sin apenas importancia. Una herramienta narrativa, un recurso. Pero, como Jesse, se convirtió en alguien absolutamente imprescindible en la trama. Su muerte es uno de los momentos más dramáticos de toda la serie. El principio del fin. Es memorable también la escena en la que logra atar los cabos, en el retrete y gracias a la dedicatoria escrita en el libro Hojas de hierba, de Walt Whitman.

¿El mejor capítulo de la historia de la tele? Eso es lo que muchos se preguntaron cuando se emitió Ozymandias, el antepenúltimo episodio de Breaking Bad. Arranca con Bryan Cranston recitando el soneto de Percy Bysshe Shelle que da título al capítulo y que habla de la caída de un rey poderoso. Efectivamente, aquí todo se derrumba. Ya no queda ningún reducto en el que Walter White puede refugiarse. Ni dinero ni familia. Su mujer, Skyler, y su hijo, Walter Jr., descubren la verdad y ven la que ahora es la verdadera cara de su marido, de su padre. Todo era previsible. Y todo es amargo.

La buena muerte. Otras series brillantes acabaron con una agonía triste, sin rumbo, después de rellenar episodios y temporadas. Breaking Bad, como diría Alfred Hitchcok, empieza arriba y acaba más arriba todavía. «Lo hice por mí, no por la familia», le confiesa Heisenberg a su mujer. Gilligan quería ese final. Los guionistas demuestran que su artefacto e construyó para llegar hasta ese punto. Los guiños, los homenajes, la nostalgia más oscura... Y Baby Blue, de Badfinger, como despedida. En el programa The Writers Room, los guionistas de la serie reconocieron que este éxito les reportaría grandes cantidades de dinero y mucho trabajo en el futuro. Pero también admitieron que nunca volverán a hacer algo así, porque esta siempre será la serie de sus vidas.

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