El romanticismo de las dietas milagro

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¿De verdad no hay dietas milagro? Lo cierto es que haberlas, hailas. De hecho, las lleva habiendo desde hace dos siglos

10 oct 2018 . Actualizado a las 18:02 h.

¿De verdad no hay dietas milagro? Lo cierto es que haberlas, hailas. De hecho, las lleva habiendo desde hace dos siglos. Parece ser que la primera dieta publicada y publicitada como tal fue propuesta, en 1825, por el jurista francés Jean Brillat-Savarin en su obra gastronómica La fisiología del gusto. No obstante, aún hubo que esperar cuatro décadas para que apareciese el primer libro dedicado íntegramente a una dieta y que se convirtió en un éxito: en 1863 el inglés William Banting, quien antes de convertirse en gurú de la alimentación era un enterrador con problemas de sobrepeso, publicaba su Letter of corpulence, tratado en el que daba a conocer la dieta con la que había conseguido perder esos kilos de más y que alcanzó una gran repercusión. Hasta el punto de acuñarse la expresión «hacerse un Banting». En su descargo hay que decir que su método se basaba en algo tan sencillo como una dieta hipocalórica que instaba a sustituir el pan, el azúcar y las patatas por pescado y verduras.

Pero ya antes de eso, a comienzos del siglo XIX, el romanticismo europeo había padecido la primera dieta milagro adelgazante promovida por una celebrity. Lord Byron presumía de tipo fino y palidez -al parecer bajó de 88 a 57 Kg- gracias a que se alimentaba fundamentalmente de vinagre de manzana y de patatas empapadas del mismo. Una dieta que fue adoptada por muchos jóvenes románticos que aspiraban a estar tan delgados y espectrales como el poeta.

Pero es a partir del s. XX cuando se abre la barra libre de las dietas milagro, definidas como aquellas que no tienen ninguna base ni evidencia científica.

En torno a 1903 la chewing diet de Horace Fletcher -a saber, masticar cada bocado hasta la saciedad… y hasta escupirlo una vez extraído todos sus jugos y nutrientes- se convirtió en todo un fenómeno, llegándose a organizar quedadas para practicarla en grupo. También por entonces comenzó a publicitarse la dieta de la tenia, que pasaba por ingerir una larva del parásito; y que garantizaba, además de la pérdida de peso, diarreas, vómitos y tremendos dolores intestinales.

Los años veinte vieron el auge de la dieta del cigarrillo, a raíz de una exitosa campaña publicitaria de Lucky Strike que invitaba a fumar un Lucky antes que tomar una golosina. Y asimismo de la dieta inuit que permitía comer toda la carne de reno, pescado crudo y aceite de ballena que se quisiese.

En 1930 aparece la dieta del pomelo, consistente en tomar uno antes de cada comida y que rebautizada como la dieta de Hollywood o de las estrellas sigue vigente en nuestros días con múltiples variantes -piña, alcachofa, etc-. Y lo mismo sucede con la dieta de la sopa de calabaza popularizada en los años 50 por las estrellas cinematográficas de la época.

Poco antes, en 1941 el naturópata Stanley Burroughs había introducido la dieta de la limonada, el primer tratamiento détox o depurativo y que pasaba por ingerir un mínimo de seis veces al día durante diez días, únicamente un brebaje a base de zumo de limón, sirope de arce, agua y pimienta cayena. Tratamiento que en el 2006 volvió al primer plano de la actualidad al confesar Beyoncé que ese era el secreto de su figura.

En los 70 se vivió el auge de los estupefacientes y de la dieta del sueño -que según se rumoreaba practicaba Elvis Presley-; que apostaba por sustituir el comer a todas horas por dormir a todas horas atiborrándose de narcóticos.

Finalmente, en 1977 se lanza al mercado el primer -o por lo menos el primero que alcanzó éxito- batido adelgazante sustitutivo, el Slim Fast, que se debía beber reemplazando a las comidas.

Visto lo visto, el milagro es que se siga dando crédito -o cuando menos pábulo- a según qué dietas.