Epi y Blas, una amistad de 50 años, y mucho más

ACTUALIDAD

Uno tiene forma de naranja; el otro, del limón. Su personalidad es igual de opuesta, pero llevan casi cincuenta años juntos. El libro «La historia completa de Barrio Sésamo» aclara los orígenes de estos personajes televisivos que la pasada semana salieron y volvieron a entrar en el armario

28 sep 2018 . Actualizado a las 09:40 h.

En la última película de Rowan Atkinson, Johnny English, el cómico británico interpreta a un patoso agente secreto que vuelve al servicio de Su Majestad tras unos años retirado. Al comienzo del filme, Johnny solicita un arma de fuego al responsable de intendencia del MI5, que pretende darle como único equipamiento un móvil de última generación y un coche híbrido coreano, en vez del clásico Aston Martin. El empleado le entrega finalmente la pistola, con rostro perplejo, asegurando que hace años que ya ¡nadie! le pide una para enfrentarse a sus enemigos. Y le advierte a nuestro 007, sacando a regañadientes el arma de una caja polvorienta: «Debo decirle que el uso de este artilugio puede provocar daños propios y a terceros».

El sketch lanza al centro de la diana una cuestión que muchas películas de postín quizás no conseguirían señalar con tanta puntería: en la cultura occidental, el buenrollismo se ha apoderado de la ideología políticamente correcta hasta aproximarse a las fronteras de lo ridículo. El humorista gallego Róber Bodegas lo clava en su serie de monólogo bajo el epígrafe Ofendiditos, donde ironiza sobre la hipersensibilidad hacia determinados asuntos que nos rodean desde hace unos años. La semana pasada esta tendencia vivió un nuevo capítulo con el anuncio de que los personajes Epi y Blas eran gais.

La revelación, que venía precedida de una portada de la revista New Yorker -paladín incondicional de las causas progresistas- en el mismo sentido y de una petición en change.org para que «al fin» Beart y Ernie (sus nombres auténticos en inglés) salieran del armario, fue hecha por Mark Saltzman, un guionista de los simpáticos muñecos durante los años ochenta. Y cimentaba su afirmación en que él, homosexual, se basaba en las experiencias que vivía con su propia pareja para elaborar los argumentos. Pocas horas después, los responsables de Barrio Sésamo, el programa en el que esta simpática pareja lleva apareciendo ininterrumpidamente durante los últimos cincuenta años en Estados Unidos (en España se emitió en varias etapas, pero desde el 99 no salen estos personajes por la tele), negaban que el anuncio del guionista tuviese alguna base real y se limitaron a precisar, más o menos: «Son grandes amigos que saben tolerarse pese a sus grandes diferencias y, sobre todo, no lo olvidemos: son unos muñecos». Y por si quedaba alguna duda, Frank Oz, el hombre que puso la voz y el alma de Blas desde sus inicios, se pronunciaba en el mismo sentido: «Por supuesto que no son gais, ¿pero además eso realmente importa? Hay mucho más en una personalidad que su orientación sexual», zanjó en su cuenta de Twitter.

Los orígenes

En realidad, detrás de la historia de Epi y Blas y el resto de colegas (la rana Gustavo, la cerdita Peggy...) del barrio, se esconden cuestiones mucho más obvias y tan interesadas o más que los debates sobre su condición sexual, en la que seguramente no estaban pensando sus padres cuando decidieron darles vida: su creador, Jim Henson, fallecido en 1990, fue todo un genio de la pantalla y, especialmente, un crac de los negocios a través de ella. Él inventó y diseñó, junto a Frank Oz, la mayoría de los personajes del programa y puso a funcionar la máquina registradora. Luego acabó invirtiendo sus ganancias en su auténtica pasión, el cine, y se dejó querer por alguna de las bellezas del star-sytem, como Daryl Hannah. El libro Gang Bang: la historia secreta de Barrio Sésamo, de Michael Davis, cuenta los orígenes de este programa, que nació como una forma de tener atrapados a los chavales ante la televisión la media hora anterior a que comenzasen a emitir los dibujos animados.

A finales de los setenta, en la tele americana los programas infantiles comenzaban a las siete de la tarde y los chavales, merienda en mano, se pasaban esperando un buen rato a que programasen los cartoons. Había ahí un pastel publicitario que estaba sin explotar. Y ese fue el germen de Barrio Sésamo, pionero en fórmulas publicitarias más sofisticadas que las clásicas de cortar la emisión y pasar a los anuncios. De hecho, los primeros muñecos que diseñó Jim Henson, muy parecidos a los teleñecos que luego se harían mundialmente famosos, estaban pensados para comerciales de televisión. Pero la clave del éxito, claro está, fue el antes y el después que, tanto a nivel de contenidos como de lenguaje visual ofrecía a los espectadores con respecto a sus predecesores: a finales de los sesenta, Michael Davis recuerda en sus libro que el Estados Unidos más urbano de la Costa Este estaba inmerso en una ola de progresismo intelectualoide que, en el caso de los programas infantiles, se traducía en unos contenidos demasiado sesudos, trascendentes e insufribles para los chavales.

La llegada de Barrio Sésamo, que se gestó en un apartamento de Manhattan, fue un cambio radical, para muchos una ola de naturalidad que contrastaba con el tono repipi que se estilaba hasta entonces. No es de extrañar, así, que el republicanísimo Nixon llegase a asegurar que los personajes del barrio se habían convertido en uno de sus entretenimientos favoritos en la televisión. Daniel Anderson, profesor de psicología de la Universidad de Massachusetts y asesor de Barrio Sésamo en sus inicios, asegura que no había «ninguna agenda secreta» (aparte del caso Epi-Blas se ha hablado de viajes alucinógenos de la Gallina Caponata o de pederastia de algunos personajes adultos) tras el programa y «simplemente se tomaban decisiones inocentes que solo empezaron a ser cuestionadas con el tiempo, cuando entramos en una guerra cultural». Hasta tal punto llegaban las cosas -o mas bien, hasta tal punto hemos llegado en la actualidad- que en los DVD de los primeros programas del 69, reeditados recientemente, se han colocado unos carteles sobreimpresionados advirtiendo que «pueden no adecuarse a las necesidades del niño en edad preescolar de hoy». El motivo, según explicó la productora ejecutiva Carol-Lynn Parente, es que en aquellos episodios, por ejemplo, Triqui el monstruo de las galletas, fumaba en pipa. En el 2005, los responsables de Barrio Sésamo convirtieron al personaje en un gran comedor de zanahorias y frutas «para fomentar entre los pequeños una dieta sana». La guerra cultural todavía no ha arriado la bandera.