Carlos Ghosn, el ángel caído de la automoción

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REUTERS | Regis Duvignau

Así ha sido la defenestración del presidente de Renault y de Nissan Motor.

25 nov 2018 . Actualizado a las 09:28 h.

Él, que lo ha sido todo -o casi- en la industria del automóvil, atraviesa hoy sus peores momentos. Del cielo al infierno, en cuestión de horas. Así ha sido la defenestración de Carlos Ghosn, presidente de Renault y de Nissan Motor.

Su detención en Tokio el pasado lunes, acusado de irregularidades financieras y fraude fiscal, causó una sorpresa mayúscula en el proceloso mundo del motor. Nadie daba crédito. Entre otras cosas, porque ha caído víctima del fuego amigo. Porque quien lo acusa de evadir hasta 38 millones de euros a lo largo de varios años es la propia Nissan. Aseguran desde la empresa nipona que ocultó durante años parte de su salario para no cumplir con el fisco, y que desvió fondos de la empresa para fines personales. Palabras mayores.

Unos tejemanejes que, aunque presuntos, le han costado a Ghosn el despido. Ipso facto. A él y a uno de sus más estrechos colaboradores, Greg Kelly, envuelto también en el escándalo.

Y todo ello después de ocupar el primer puesto del ránking de los ejecutivos mejor pagados del sector y de haberse ganado a pulso el sobrenombre de le cost-killer (el asesino de costes) por lo mucho que ha metido la tijera en el grupo. Y ahora parece, por lo que dicen en Nissan, que también la mano.

Cuarenta años lleva Goshn en esto de los coches. Y durante todo este tiempo, sobre todo en los últimos años, le han llovido los elogios como salvador de empresas. El señor arregla-todo, era otro de sus apodos. Y también las críticas. Por lo mucho que ha cobrado por ello.

Solo el año pasado se embolsó oficialmente unos 15 millones de euros, sumadas las retribuciones que cobró de las tres compañías de la alianza automovilística que pilotaba (Renault, Nissan y Mitsubishi). Son cálculos de Bloomberg. En Francia, su sueldo levantó una fuerte polémica. La junta de accionistas -entre los que está el Estado- solo se lo aprobó cuando Ghosn aceptó rebajárselo un 20 %.

Haya hecho lo que haya hecho -eso tendrá que demostrarlo la Justicia-, lo que no se le puede negar al ejecutivo son sus dotes para sacar del atolladero a las compañías por las que ha pasado. Fue el arquitecto de la salvación de Renault (entre 1996 y 1999), y más tarde de Nissan. Con la nipona logró lo que pocos -más bien nadie- creían que era posible. Sacarla adelante en medio de la tormenta financiera y económica que asolaba Japón. La resucitó estando ya moribunda. Aquel éxito le tendió la alfombra roja hacia la presidencia ejecutiva, primero de Renault, a mediados de los 2000; y después, de Nissan.

Las ha dirigido con mano de hierro. De ahí el fuego amigo. Quizá alguna de las víctimas que dejó a su paso, y que él creía enterradas, no lo estaban tanto. Puede que todavía anduviesen vivitas y coleando. Quién sabe...

Tampoco nadie le puede negar a este brasileño (nació en 1954 en Porto Velho, la capital del estado de Rondônia) de origen libanés y educación francesa, que ha sido, con mucho, el ejecutivo más carismático de la historia reciente de la automoción. Y el más visionario. Porque además de gestionar con éxito el presente, ha visto venir el futuro. Primero como augur de la movilidad eléctrica, después como profeta de la conducción autónoma, y ahora como impulsor de alianzas con tecnológicas de Silicon Valley.

Pero su buena estrella parece haberse apagado. Quién sabe si algún día volverá a refulgir.