Los venezolanos de Miami apoyan la intervención militar «si Oslo fracasa»

Carlos Pérez Cruz MIAMI / E. LA VOZ

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Juan Carlos Peña llegó hace un año a Miami, desde entonces busca sacar a su mujer y su hija de Venezuela
Juan Carlos Peña llegó hace un año a Miami, desde entonces busca sacar a su mujer y su hija de Venezuela Carlos Perez Cruz

La emigración a EE.UU. se multiplicó coincidiendo con el grave deterioro de la vida en su país

09 jun 2019 . Actualizado a las 09:40 h.

Antes de despedirse, comparte un audio de WhatsApp. Del altavoz del teléfono surge la voz de una niña: «Papi, ¿cuándo vas a venir a hacerme el caballito?». Hace un año que no ve a su hija y Juan Carlos Peña no tiene respuesta a esa pregunta. Un año de exilio. De piel morena y complexión fuerte, este venezolano de 38 años, oculto tras unas gafas de sol que impiden adivinar su mirada, apenas contiene la emoción que le causa oír una voz que ahora tan solo puede reproducir a través del teléfono. Un compatriota le aconseja que no se haga daño y deje el móvil.

De los más de 300.000 venezolanos que residen en Estados Unidos, alrededor de 200.000 viven en Florida. Juan Carlos entre ellos. Llegó en avión y alquiló una habitación en un apartamento de West Palm Beach, al norte de Miami. Como él, cada mes 2.000 venezolanos solicitaron el año pasado asilo en suelo estadounidense. Según las estadísticas oficiales, el número de peticiones se multiplicó por trece entre el 2014 y el 2017. El incremento va en paralelo al deterioro de la situación en su país, del que han salido, según datos de la ONU actualizados el viernes, más de 4 millones de personas. La mayoría, a países vecinos. Llegar a Estados Unidos y salir adelante exige un poder económico que solo se puede permitir una minoría.

Leonardo Padrón Padrón  se gana la vida escribiendo telenovelas
Leonardo Padrón Padrón se gana la vida escribiendo telenovelas Carlos Perez Cruz

Leonardo Padrón, que lleva dos años exiliado, reconoce que la emigración suele ser de clase media-alta. A partir del 2014, «todo se puso bajo el signo de la urgencia y el vértigo». Quienes tenían en Florida un apartamento de vacaciones, lo asumieron como residencia. Sin embargo, el perfil del emigrante incluye cada vez más a gente con menos recursos «que logra pagarse el pasaje [de avión] y luego, una vez aquí, ve cómo resuelve» su situación.

Padrón, de 59 años, vive en pleno centro de Miami, «una ciudad sin peatones». Poeta, cronista, articulista, se gana la vida escribiendo algunas de las telenovelas de mayor éxito en los últimos años en México y Estados Unidos. Las mismas telenovelas que fueron «el principal producto de exportación» después del petróleo y que ahora han dejado de rodarse allí por falta de recursos. Este verano, Padrón presentará en Madrid el musical teatral Voz y delirio, dedicado a Edith Piaf, que encarna su pareja, la actriz Mariaca Semprún. 

«No me fui voluntariamente», aclara el escritor, que denuncia haber sufrido diferentes ataques a lo largo de los años, desde el pirateo de sus cuentas hasta llamadas amenazantes a media noche. Figura popular en Venezuela, crítico con el chavismo, se encontraba hace dos años en Miami presentando su obra sobre Piaf cuando recibió la llamada «de alguien muy importante de las aerolíneas» que le avisó de que el Sebin (la policía política) quería saber en qué avión volvía a Caracas. «Ni de vaina te vengas», le aconsejó. Y no lo ha hecho desde entonces. Su temor es que le requisen el pasaporte, dejándole «preso en el país». El exilio «es una sensación extraña», confiesa, porque en Miami «sigues sintiendo el sonido de tu país, el acento, las voces».

Editor y librero, Garcilaso Pumar, de 42 años, se instaló en Miami Beach hace cuatro meses
Editor y librero, Garcilaso Pumar, de 42 años, se instaló en Miami Beach hace cuatro meses Carlos Perez Cruz

«Venezuela se acabó para mí». Editor y librero, Garcilaso Pumar, de 42 años, se instaló en Miami Beach hace cuatro meses. En Caracas mantuvo abierta durante casi ocho años la librería Lugar Común, que cerró en julio del año pasado. «Empecé a sentir que la librería prestaba servicio a la dictadura porque daba sensación de normalidad», apunta, aunque reconoce que «yo no he tenido mayor problema» con el Gobierno. «Una de las cosas más difíciles de explicar de la represión en Venezuela es lo incoherente que parece ser. Hay gente que está muy comprometida con algunas cosas y no la tocan». En todo caso, Pumar dice que a principios de la década pasada fue «secuestrado» y «torturado» por un grupo chavista.

Al contrario que Juan Carlos Peña, ni Garcilaso ni Leonardo han solicitado asilo. Ambos cuentan con visados que les permiten permanecer y trabajar en el país durante un tiempo, mientras el primero, que busca la manera de sacar a su mujer e hija de Venezuela, desespera al ver amigos suyos que llevan años esperando a que Estados Unidos resuelva. Desde que llegó a West Palm Beach, a Peña le ha tocado «hacer de todo. ¿Qué no he hecho?», se pregunta. «Lo que nunca me imaginé que iba a hacer».

Independientemente de su situación personal, ninguno de los tres duda en calificar de «dictadura» al Gobierno de Nicolás Maduro. Pumar y Padrón coinciden en que, aunque los dejes autoritarios ya estaban desde la llegada de Hugo Chávez, el 2007 marcó el final de la democracia en Venezuela. Fue el momento en que cerraron Radio Caracas Televisión. «Chávez detectó que los medios de comunicación importaban y que importaba callarlos», denuncia Leonardo. Conscientes de que Estados Unidos es un socio interesado de la oposición venezolana, los tres defienden con mayor o menor convicción la intervención militar. «Si [la negociación en] Oslo fracasa, va a ver que entusiasmarse cada vez más con el tema de la invasión militar», opina Padrón. Para Juan Carlos, «no hay otra salida». Incluso «sabiendo todo lo que involucraría».