Merche Silva, el covid-19 le ha dejado secuelas y le arrebató a su hermano: «Tenemos una bala invisible en la calle y le puede tocar a cualquiera»

ACTUALIDAD

Merche Silva y su hermano Armando,
Merche Silva y su hermano Armando,

El virus se llevó a su hermano en ocho días; ella no ha recuperado el olfato ni el gusto tras mes y medio encerrada

28 may 2020 . Actualizado a las 08:52 h.

Llega el alivio, pero solo para algunos. Qué paradoja. Solo para los que no han sufrido el desgarrador golpe del covid-19 o los que no asumen su responsabilidad social. Para las víctimas directas o los que han luchado contra el coronavirus, no hay respiro.

Merche Silva tiene 59 años. El covid-19 le ha robado los sentidos del gusto y del olfato. Y, lo que es peor, le ha arrebatado a su hermano Armando, que se fue con 64 años sin pertenecer al grupo de personas vulnerables. En apenas ocho días. El resultado del PCR ya no llegó a tiempo. Positivo.

«El día del Padre se sintió mal, con placas y una fiebre que iba y venía. Le dijeron que tomase paracetamol y no fuese al hospital, que se podía contagiar de covid-19. Cuánto desconocimiento había esa semana...», lamenta Merche. Cuatro días después, ella le siguió en la sucesión de positivos que afectó a varios miembros de su familia. «Y ya me dijeron todo lo contrario: nada de paracetamol y a urgencias. Se quedó mucha gente por el camino debido a esas contradicciones esos días», piensa.

«Entiendo que estén cansados de estar en casa, pero cuando te toca de cerca te cambia el chip»

De pronto, Merche sufrió una intensa tos, dolor muscular y un cansancio inusitado. Perdió el gusto y el olfato. «Más la carga que llevaba encima tras sufrir el adiós de mi hermano. Estuve mes y medio metida en una habitación. Encerrada. Fue un calvario. Porque mi marido Fernando tuvo un infarto y EPOC, es persona vulnerable. Y junto a mi hija también acabaron por tener síntomas. Tuve que dejar de escuchar a los políticos en ese momento, porque ya me estaba afectando psicológicamente», relata.

Merche ya no consiguió que le realizasen una segunda prueba de confirmación para comprobar si todavía tenía antígenos, ni tras haber acudido a la sanidad privada para un radiodiagnóstico complementario, ni cuando telefónicamente le recomendaron recuperar el alta laboral tras mes y medio, considerando que los plazos de la enfermedad se habían cumplido. «¿Cómo lo saben? La Administración nos ha fallado a los ciudadanos en ese aspecto. ¿Cómo voy a ir a trabajar sin saber si todavía puedo contagiar? ¿Cómo puedo saber si estoy recuperada del todo? ¿Cuánta gente habrá en esta situación por la calle?», se pregunta. «Yo llamaba todos los días para que me hiciesen la prueba, lo contrario me parecía una irresponsabilidad», añade.

«Después de todo lo que pasó, y casos como el mío, tantos padres y madres que se han ido...»

Tuvo que cerrar la empresa familiar, en la que también trabajaba Armando, para desinfectar todas las instalaciones. Avisó a todos los empleados, clientes y proveedores. «Había que actuar con responsabilidad. A veces no parece que la gente lo haga, viendo cómo se porta en actividades de ocio, no tanto en otras como el supermercado. Pero después de todo lo que ha pasado, y tantos casos como el mío, tantos padres y madres que se han ido...», reflexiona.

«Yo veo cómo sale la gente a la calle, veo el paseo marítimo, las terrazas y no lo comprendo. Me impacta. La hostelería es una línea de negocio muy importante en nuestra empresa, pero las vidas son más importantes», dice. «Entiendo que estén cansados de estar en casa, pero hay cosas mucho peores. Cuando te toca de cerca te cambia el chip. Lo he visto con mis propios ojos. El covid-19 no es ninguna mentira. Tenemos en la calle una bala invisible. Y le puede tocar a cualquiera. Una conocida mía de solo 29 años de edad estuvo muy malita...», advierte.

Tras un silencio, piensa en voz alta: «Sigo sin tener olfato y gusto. Estos dolores musculares que tengo ahora no los tenía antes. Y ni siquiera pudimos despedir a mi hermano Armando...».