Al Asad cumple 20 años al frente de un país roto tras casi una década de guerra

isacc j. martín BEIRUT / EFE

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Un niño camina frente a un edificio bombardeado en la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria
Un niño camina frente a un edificio bombardeado en la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria Anas Alkharboutli

Siria está destruida, fraccionada y sumida en una profunda crisis económica

18 jul 2020 . Actualizado a las 09:17 h.

El presidente Bachar al Asad cumplió ayer, sin ninguna celebración oficial, 20 años en el poder en Siria, un país destruido por casi una década de guerra y sumido en una profunda crisis económica. El aniversario se ha vivido como un día cualquiera en el país, donde no se celebra desde el 2011, cuando comenzó el conflicto que aún continúa.

Con la esperanza de cambio y una figura renovada, los sirios votaron el 10 de julio del 2000 por Bachar al Asad para ser el presidente de Siria tras la muerte un mes antes de su padre Hafez. Tras dos décadas, celebra el aniversario con una guerra sin un final a la vista, aislado y solo salvado por Rusia, su gran aliado.

«Creo que el 2020 es el año en el que Al Asad está en su punto más débil desde que heredó el poder de su padre hace 20 años. Sí, sobrevivió y pudo cantar victoria, pero es una falsa victoria. Solo puede sobrevivir porque Irán y Rusia lo apoyan», afirma Sam Dagher, autor del libro Assad or we burn the country (Asad o quemamos el país).

Al Asad, oftalmólogo formado en Londres, juró el cargo el 17 de julio de 2000, a los 34 años, dando un aire de juventud a Siria, un destino turístico en la región y del mundo que 11 años después se convirtió en escenario del peor conflicto en lo que va de siglo. Sucedió a su padre, que ostentó el poder durante tres décadas y dejó un camino de violencia y represión. «Al Asad se hizo cargo de un régimen autoritario, estatal-socialista y lo convirtió en un orden oligárquico controlado por sus compinches, mientras abandonaba su base popular original», asegura el director regional para International Crisis Group, Heiko Wimmen.

Pese a que en su primera década se acercó a Occidente, de la mano de su mujer Asma, nacida y criada en Londres, esas relaciones se truncaron desde el inicio de la revuelta en Siria, en la llamada Primavera Árabe. «En respuesta a la guerra civil provocada por la tensión social acumulada, el régimen volvió a la máxima violencia en lugar de la cooptación», indica Wimmen.

Las cifras del conflicto

Las consecuencias de 9 años de guerra se reflejan en las cifras: más de 380.000 civiles muertos registrados por la oenegé Observatorio Sirio de Derechos Humanos, 5.550.440 refugiados en el mundo y 6,6 millones de desplazados internos, contabilizados por la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). «El país está destruido y fracturado. Un tercio de los sirios viven en áreas controladas por Al Asad, Irán y Rusia; otro tercio dividido entre áreas controladas por los kurdos y Turquía, y otro tercio son refugiados», asevera Dagher.

La revuelta social se convirtió en una guerra con potencias internacionales que intervinieron en el campo de batalla, además de la ocupación del grupo yihadista Estado Islámico (EI) que agravó aún más la situación.

Como consecuencia, los kurdo-sirios declararon un gobierno de facto desde el 2013 en el norte y nordeste de Siria, que aún se mantiene, mientras que los rebeldes lograron en esta última década capturar amplias áreas controladas previamente por Damasco.

En estos dos últimos años, Al Asad ha conseguido retomarlas gracias a la intervención de Rusia desde el 30 de septiembre del 2015 en el territorio, una alianza que ha sido vital para recuperar esas poblaciones, quedando ahora únicamente Idlib y sus alrededores, en el noroeste de Siria.

La crisis económica, además, ha tenido reflejo en protestas que comenzaron en junio en la ciudad de Al Sueida, en el sur de Siria, en las que cientos de personas pidieron el fin de Al Asad y la intervención extranjera, aunque después fueron reprimidas.