¿Vale la pena tanta limpieza?

Derek Thompson / THE ATLANTIC ONLINE

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MABEL RODRÍGUEZ

Algunos científicos creen que un exceso de higiene es contraproducente

09 ago 2020 . Actualizado a las 17:08 h.

A medida que una oleada de covid-19 barre algunos países, las limpiezas profundas se han puesto de moda. Los restaurantes comenzaron a supervisar el fregado constante de ventanas, menús y sillas. Algunas cadenas de gimnasios se jactan de anunciar que no hay superficie que no se desinfecte, ni máquina que no se limpie. La ciudad de Nueva York comenzó a cerrar su sistema de metro todas las noches, por primera vez en sus 116 años de historia, para esparcir por los asientos, paredes y postes un arsenal de antisépticos. Y en Wauchula, Florida, el gobierno local le dio permiso a un residente para rociar la ciudad con peróxido de hidrógeno como mejor le pareciera. «Creo que todas las ciudades de Estados Unidos deben hacerlo», afirmaban las autoridades. Pero, ¿y si todos esos esfuerzos son una gran pérdida de tiempo?

En el mes de mayo, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades actualizaron sus pautas para aclarar que, si bien el covid-19 se propaga fácilmente entre las personas al hablar o estornudar en encuentros cercanos, tocar una superficie «no se cree que sea la forma principal de propagación del virus». Otros científicos han llegado a una conclusión más contundente. «La transmisión de covid-19 a través de las superficies no está justificada en absoluto por la ciencia», aseguró Emanuel Goldman, profesor de microbiología en la Escuela de Medicina de Rutgers, New Jersey.

En esa obsesión por la limpieza se percibe un eco histórico. Después del 11S, la seguridad física se convirtió en EE.UU. en una obsesión nacional, especialmente en los aeropuertos. Algo a lo que Jim Fallows se refirió repetidamente como «teatro de seguridad».

El covid-19 ha despertado ahora ese espíritu de ansiedad mal direccionada, inspirando a las empresas y familias a obsesionarse con rituales que nos hacen sentir más seguros, pero que en realidad no hacen mucho para reducir el riesgo. Más aún cuando se continúan permitiendo actividades más peligrosas. Este es el teatro de higiene.

La ciencia aún no tiene un control perfecto sobre el covid-19: no sabe exactamente de dónde vino, cómo tratarlo o cuánto dura la inmunidad. Pero en los últimos meses, los científicos han convergido en una teoría de cómo se transmite esta enfermedad: por vía aérea. El covid-19 generalmente se propaga entre las personas a través de grandes gotas expulsadas en estornudos o en la tos, o a través de pequeñas gotas en aerosol, como sucede en el caso de las conversaciones, durante las cuales las partículas de saliva pueden permanecer en el aire.

La transmisión a través de las superficies, desde tocar los pomos de las puertas, el correo, los paquetes de entrega de alimentos o los postes del metro, parece bastante rara, aunque no imposible. La diferencia puede ser una simple cuestión de tiempo. En las horas que pueden transcurrir entre, digamos, la persona 1 que tose en su mano y la usa para abrir una puerta y la persona 2 que toca esa puerta y se frota el ojo, las partículas de virus de la tos inicial pueden haberse deteriorado lo suficiente.

El hecho de que las superficies sean menos propensas a transmitir el virus puede parecer contradictorio para quienes han internalizado ciertas nociones de gérmenes mugrientos, o para aquellos que leyeron en marzo muchos artículos sobre el peligro del covid-19 en alimentos contaminados. Respaldando esas historias de miedo hubo varios estudios que encontraron que las partículas del covid-19 podrían sobrevivir en las superficies durante muchas horas e incluso días.

Pero, en un artículo publicado en julio en la revista The Lancet, Goldman criticó esas conclusiones. Todos esos estudios que hicieron que el covid-19 pareciera vivir durante días en bolsas de metal y papel se basaron en concentraciones del virus poco realistas. Según explicó, hasta 100 personas necesitarían estornudar en la misma área de una mesa para imitar algunas de sus condiciones experimentales. Los estudios «apilaron el mazo para obtener un resultado que no se parece en nada al mundo real», señaló Goldman.

Un buen estudio de cómo se propaga el coronavirus, y de cómo no se propaga, es el famoso brote de marzo en un rascacielos de uso mixto en Seúl, Corea del Sur. En un lado del piso 11 del edificio, aproximadamente la mitad de los miembros de un call center enfermaron. Pero menos del 1 % del resto del edificio contrajo covid-19. A pesar de que más de 1.000 trabajadores y residentes compartieron ascensores y seguramente estaban tocando los mismos botones en cuestión de minutos. «El caso del centro de atención telefónica es un gran ejemplo», aseguró Donald Schaffner, profesor de microbiología alimentaria que estudia la contaminación de enfermedades en la Universidad de Rutgers. «Hubo una transmisión clara en el aire con muchas, muchas oportunidades para la transmisión masiv. Pero simplemente no la vimos».Los científicos enfatizan que hay que lavarse las manos o evitar tocarse la cara cuando han estado recientemente en áreas públicas. También afirmaron que las limpiezas profundas estaban perfectamente justificadas en los hospitales. Pero que los excesos del teatro de la higiene tienen consecuencias negativas porque distraen tiempo y recursos.

El ejemplo del metro: muchos pasajeros, pocos contagios

La decisión de la ciudad de Nueva York de gastar energía limpiando sus trenes subterráneos muestra cuán absurdo puede ser en la práctica el teatro de la higiene. Mientras que la autoridad de tránsito de la ciudad considera la reducción del servicio y los despidos para compensar la caída de los ingresos por venta de billetes, está en camino de gastar más de 100 millones de dólares en nuevas prácticas de limpieza y desinfectantes. El dinero que podría gastarse en distribuir máscaras, o en campañas sobre la necesidad de distanciamiento, o en el servicio de metro real, se está vertiendo en experimentos antisépticos que podrían ser completamente innecesarios.

Mientras las personas lleven mascarillas y no se laman entre sí, el pánico de los gérmenes del metro parece irracional. En Japón, la cantidad de pasajeros ha vuelto a la normalidad, y los brotes relacionados con su transporte público han sido tan escasos que el virólogo japonés, Hitoshi Oshitani, concluyó, en un correo electrónico a The Atlantic, que «la transmisión en el tren no es común».

Finalmente, y lo más importante, el teatro de higiene crea una falsa sensación de seguridad, que irónicamente puede conducir a más infecciones. Muchos bares, restaurantes y gimnasios, donde los clientes están resoplando y respirando el aire viciado de los demás, no deberían estar abiertos. Deberían permanecer cerrados y recibir ayudas del gobierno hasta que la pandemia esté bajo control.

En cambio, muchos de estos establecimientos se jactan de sus prácticas de limpieza e invitan a extraños a espacios interiores sin ventilación para compartir las exhalaciones microbianas de los demás. Esta lógica está deformada. Tergiversa completamente la naturaleza de una amenaza aérea.

Al canalizar nuestras ansiedades en vacíos rituales de limpieza, perdemos el foco en los modos más comunes de transmisión del covid-19 y las políticas más cruciales para detener esta plaga. «Mi punto no es relajarme, sino centrarme en lo que importa y en lo que funciona», aseguró Goldman. «Mascarillas, distanciamiento social y actividades al aire libre. Eso es todo. Así es como nos protegemos».

Este artículo fue publicado originalmente en Theatlantic.com © 2020. Todos los derechos reservados. Distribuido por Tribune Content Agency. Traducción: Lorena Maya.