Cándido Ibar: «Esto es peor que perder a un hijo, ni pierdes ni tienes, ni sabes si vas a tener»

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El padre de Pablo Ibar nunca ha dudado de su inocencia. Dice que por un hijo, uno es capaz de cualquier cosa, más si se trata de una injusticia. «Si fuera culpable, lo defendería, lo iría a ver, pero me lo tomaría de otra manera», confiesa

04 dic 2020 . Actualizado a las 18:05 h.

Hace 26 años sus planes de vida saltaron por los aires. Desde julio de 1994, Cándido Ibar, un pelotari vasco que emigró a Estados Unidos para hacer carrera en este deporte, no ha dejado de luchar ni un solo día para que su hijo pueda volver a estar libre. Confiesa que la condena de Pablo se ha llevado parte de su vida por delante, sin embargo, cree que antes o después volverá a pisar la calle, aunque no sabe si él lo verá. Pablo Ibar fue condenado a muerte en el 2000 por un triple asesinato ocurrido en 1994. En el 2016 el Tribunal Supremo de Florida acuerda la repetición del juicio, que se celebró en mayo del año pasado, y en el que nuevamente es hallado culpable y condenado a cadena perpetua. En la actualidad, Ibar prepara una apelación para volver a repetir el juicio.

-¿Cómo estás?

-Bien, he ido al pueblo a hacer unas cositas andando. No está lejos, pero es una tirada, y como me gusta andar he aprovechado para hacer la caminata de por la mañana.

-¿Cuándo fue la última vez que viste a Pablo?

-Cuando terminó el juicio lo llevaron a una cárcel como de prueba, es el sistema que ellos tienen para que se acostumbre antes de mandarlo adonde tenía que ir. Tres meses entre una cosa y otra. Luego hubo que arreglar la lista de las visitas, y cuando la aprobaron, lo fuimos a ver. Luego ya me vine para aquí, fue en agosto del 2019.

-¿Puedes hablar con él?

-Sí, él puede hacer llamadas, y llama con bastante frecuencia.

-¿Cómo está?

-Bien, acaba de pasar el covid, no le afectó mucho, pero han estado confinados sin salir un tiempo largo. Y sin visitas casi cuatro meses. Ahora hace dos semanas han empezado, pero por ventanilla, y ha ido su mujer con su hijo mayor. El pequeño no puede, tiene que tener 12 años.

-¿Y de cabeza?

-Creo que tenemos suerte. Está en proceso de buscar abogado, pero de coco está bien, es difícil después de tantos años, pero está bien.

-¿A qué se agarra para tener esa fuerza?

-Después del último juicio, que se perdió, fue cuando más bajo lo vi, sin ganas de nada, pero ahora ha cogido fuerza otra vez. Creo que son cosas normales cuando uno pone demasiadas esperanzas. Yo también me llevé un palo grande, por eso me vine para España, no podía resistir allí más, tenía que venirme, despojarme un poco de todo para empezar de nuevo. Yo diría y creo que no me equivoco, que él se ve inocente, y es muy importante que toda la familia le cree, sobre todo la mujer, y también que toda España le cree. Eso le ha mantenido.

-Solo se puede aguantar tanto cuando uno cree en su inocencia, ¿no?

-Eso primero, y luego que la gente lo crea. A todos nos gusta que la gente crea en lo que decimos o vea bien lo que hacemos, y para el que está ahí dentro, el que la gente crea en él, tiene que ser muy valioso. Él siente todo el apoyo, al principio las cartas que le llegaban de España eran interminables. Yo no he estado dentro, pero esto tiene que ser fundamental, porque si nadie te cree te vas hundiendo tú mismo.

-De los 26 años que lleva en la cárcel, ¿el peor momento fue el año pasado?

-El golpe cuando salió culpable fue muy grande, pero el abogado no había hecho todo y no teníamos muchas esperanzas, pero esta vez es que tenía que salir libre. No se puede explicar cómo ha sido, sabemos que el juez hizo de todo, pero aun así… Es imposible que salga culpable sin tener una sola certeza en contra.

-¿Cuál crees que fue el error de Pablo?

-No creo que haya ninguno, bueno que fue arrestado por una estupidez, pero es una historia aparte. En Connecticut, donde yo vivía, salió que había sido un caso de mafia, y luego 15 días después lo arrestan por el lío en el que se metió y le encuentran parecido con el del vídeo, y hasta hoy. Los verdaderos culpables para mí son de la mafia, ¿por qué?, porque lo tiene todo. Al que asesinaron debía dinero, estaba metido en temas de drogas, no es un secreto, había puesto la cámara porque tenía miedo… Ese tipo de asesinato no puede ser cosa de dos chavales jóvenes sin antecedentes criminales, esa masacre es de profesionales. Es serio, no es una chiquillada. ¿Y lo de quemar el coche? Es de mafia. Si haces una tontería de esas, escapas lo más rápido posible. Si fuera un americano que pasa desaparecido, pero como Pablo es muy popular, toda Europa conoce su caso, para ellos ahora reconocer y aceptar el error es muy difícil.

-Dijiste en una ocasión que la inocencia de Pablo no te había robado ni un segundo de tu vida, ¿nunca has dudado?

-Cuando pasó yo vivía en Connecticut. Nada más enterarme dije: «No puede ser que sea un asesino así, si yo nunca le he visto ni una pistola aquí». Parece que luego allí ya compró una, eso primero, pero cuando hablé con él, le dije: «Háblame de hombre a hombre», después Tania me contó lo sucedido, y ya no tuve ninguna duda.

-¿Cómo eran las visitas a la cárcel?

-Cuando iba a Georgia al corredor de la muerte, iba casi contento porque lo iba a ver, pero cuando salía, salía fatal, esas puertas correderas... Pensaba: «Igual no le veo más». Aquí también pasan cosas, no es el primero al que matan o se muere. Esas puertas me producen una tristeza enorme, sin embargo, lo que es la vida, él me animaba. Él ha sido más fuerte que nosotros.

-Tu hijo Michael dice que Pablo le enseñó a ser feliz.

-Sí, es así. Yo tengo dos hijos jóvenes del segundo matrimonio. Una vez, uno de ellos habló de cómo Pablo le había influido, y empecé a llorar. Mi mujer y yo lo llevábamos a visitar a Pablo, pero no siempre, alguna vez, pero es que Pablo nos ha influenciado a todos para bien.

-¿En estos años te has venido abajo?

-He tenido fases, pero soy de una mentalidad que cuando viene una dificultad digo: «Hay que hacer esto, lo otro, siguiente paso». Soy así en todo, en la vida normal, en el trabajo. No puedo hablar de depresión o de agobio, no permito esas cosas.

-¿Has llorado mucho?

-Bastante, pero de noche. Me ayudó mucho los primeros años el trabajo, tenía chicos jóvenes a los que tenía que llevar de aquí para allá, pero sobre todo, el trabajo. Tuve muchísimo, me puse por mi cuenta, tenía que concentrarme y me olvidaba de dónde estaba. Las noches siempre eran tristes, pero así ha sido la vida.

-¿Esto es peor que perder a un hijo?

-Yo creo que sí, porque en un tiempo se tiene que olvidar, pero así ni tienes ni pierdes, ni sabes si vas a tener. El vacío es más grande. La última vez le dije: «Mientras hay vida hay esperanza», y siempre he sido de pensar eso, pero mirándolo bien, no sé que es peor, porque esto es muy difícil también.

-En todos estos años, aunque fuera por un día, ¿has conseguido ser feliz?

-Estoy separado, y ahora tengo una compañera muy buena que me dice: «Tienes que ser feliz», y yo le digo: «Yo creo que nunca lo podré ser, porque eso siempre faltará hasta quién sabe». Tengo 76 años.

-Por un hijo se hace cualquier cosa, ¿pero lo de Tanya cómo se explica?

-Por un hijo se hace cualquier cosa, pero cuando ves una injusticia, un caso así... Yo soy bastante serio, y si es culpable, no me gustaría, lo defendería, lo iría a ver, pero aceptaría las cosas de forma diferente. Ahora bien, sabiendo que no lo es, que tenga que ser así, es muy duro, primero para él, y luego para todos. Imagínate la mujer, qué vida lleva.

-Un apoyo incondicional.

- Y con 18 años. Esto yo no lo he conocido en Estados Unidos, que una chica con 18 años se ponga a su lado, y que diga que no lo va a dejar nunca porque sabe que es inocente. Diferente es que con 50 años te entregues, pero con 18... Pero no solo ella, toda su familia, las cinco hermanas, el padre, la madre. Ahí hemos tenido, pero sobre todo él, una suerte increíble.

-¿Cómo lo llevan los niños?

-Esta vez lo pasaron un poco mal. Es que no entienden todavía las cosas, contaban con que papá iba a volver a casa, y no viene a casa. Son baches, y eso que la madre hace un gran trabajo explicando, pero el mayor ya tiene 13 años y cada vez hace más preguntas.

-Es duro, pero también un pilar al que agarrarse.

-Claro, todas esas cosas le han favorecido para seguir y luchar. Entregarse también sería un daño para los hijos porque dirían: «Mi papá se entregó, fue un cobarde», y eso queda. La lucha de él es: «Soy fuerte, voy a aguantar, saldré, esperadme».

-¿Tienes esperanzas?

-Creo que se ha aprendido mucho en este juicio, lo que pasa es que hay que ganar la apelación y lo que puede tardar eso. Hay muchos argumentos a favor, pero también pueden decir: «Ya dimos una oportunidad, otra vez salió culpable, ¿qué hacemos?». Pero hay tantas irregularidades, que algo tiene que dar. Si ganamos, hay que prepararse mucho, hay que luchar para sacar el juicio de Broward, si no se puede, no se puede, pero luchar para ello, y hacer ruido.

-¿Crees que verás a Pablo en la calle?

-No sé si viviré tantos años, pero creo que algún día saldrá, ojalá que sea cuanto antes.

-¿Qué te gustaría hacer si llega ese día?

-Coger el avión, venirme a Madrid y celebrar aquí con cornish hens with rice, son unos pollos pequeños con arroz, que se los solía hacer a él de pequeño y todavía se acuerda. Dice que le gustaría comer eso.

-¿Esta historia se ha llevado tu vida por delante?

-Una gran parte de la mía sí. Estos no eran mis planes cuando me fui a Estados Unidos, pero como dicen los mexicanos, ni llorar vale. Si me pongo a pensar así no me ayudo nada.