Juan Ramón Lucas: «La ficción me libera, pero es más poderoso el periodista»

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M. Villanueva

El autor nos enfrenta a la amenaza yihadista y al agujero de las carencias afectivas en «Agua de luna», donde el brillo final lo pone su hija Ana

07 jun 2021 . Actualizado a las 18:29 h.

Como un pesimista que no pierde la esperanza se autorretrata el periodista y escritor Juan Ramón Lucas (Madrid, 1958), que muestra en su novela Agua de luna que el peligro está cerca en este mundo ciberconectado en el que vivimos o simulamos que vivimos: el confort del horror, el infierno del paraíso, la normalidad de su destrucción. «¿Qué hace que un chico o una chica occidentales sin una proximidad cultural islámica pueda adherirse al Estado Islámico?», plantea Lucas. «Estamos en un mundo hiperconectado, pero vivimos desconectados entre nosotros. Los amigos del clic se han convertido en más cercanos que los amigos del toque y el corazón. Esto me produce desolación. Cuando mis hijos me dicen: 'He hablado con él por WhatsApp', les digo: 'No, eso no es hablar'. Las generaciones nuevas ven esto de manera diferente y, al final, hemos aceptado un lenguaje afectivo mediatizado por las redes sociales. Ahí hay un peligro. Es interesante revisar las relaciones con nuestros hijos», señala.

­-El de los padres ausentes es uno de los grandes temas de la novela.

-La novela tiene dos relatos paralelos que confluyen al final. Uno va de un padre que pierde a su hija, que se pregunta qué ha pasado en su relación... La novela debe conducir al lector por un camino con trampas que aceptamos, giros de guion y de relato, pero la relación entre ese padre y su hija no es ornamental, está en el centro. Seguramente, esas preocupaciones mías de la relación con los hijos y la vulnerabilidad ante las redes sociales están aquí muy presentes.

­-¿Le vemos aquí como padre?

-En gran medida, sí. Cuando trabajas con la realidad, la ficción te libera. La ficción me permite mover a los personajes con libertad. Para que estos tengan sentido, deben ser coherentes, y para crear personajes coherentes tienes que ser ellos. Me resulta más fácil ser Julio Noriega [el padre protagonista] que ser un terrorista.

­-Esta manera de escribir ficción es un poco suicida, nos lleva a sumirnos en dramas reales de actualidad. ¿Es tan fácil que una chica que crece en el más confortable de los mundos se convierta en mártir de la Yihad?

-Fácil no es, pero es posible. En España ha debido de haber unos treintaytantos casos en los últimos ocho años. Me gusta que utilices el término suicida, hay algo suicida a la hora de escribir. Trabajo en la mina de la verosimilitud.

«Ya controlan tu gusto. Y pueden modificarlo. Eso es poder. No es un poder democrático»

­-«Todo son algoritmos», escribe.

-Tu voluntad se mueve a golpe de algoritmos. Cuando entras en una red social que es musical y pones una canción que te gusta, a continuación te sugieren una serie de canciones que conectan con tu gusto. Ya controlan tu gusto. Y pueden modificarlo. Eso es poder. No es un poder democrático. Yo no he decidido que gobiernen mi vida esos ingenieros que van a marcar mis gustos, que incluso pueden modificar mis puntos de vista sobre la realidad. Cuando Greta habla en la novela del poder de los algoritmos, es verdad. ¿Cómo sabe una red social cuáles son mis gustos?

­-¿Qué teme más como padre?

-Que mis hijos sean infelices y que no tengan salud. Y luego, ese ciberespacio tan lejos de nuestro control, el hecho de que alguien nos controle sin que seamos conscientes. El mayor riesgo de nuestra sociedad democrática está en el terrorismo y en la manipulación a través del ciberespacio. El populismo se mueve muy bien ahí.

-Los versos de José Agustín Goytisolo nos acompañan en el relato.

-Me interesa la frontera entre verdad y la mentira, el bien y el mal. Por eso utilizo los versos de Goytisolo de El mundo al revés, que es una invitación a pensar que se pueden cambiar las cosas...

-¿Son el mismo en su caso el periodista y el escritor?

-No. El periodista es un tipo que ha escrito dos novelas y lleva cuarentaytantos años en el oficio. Para mí, escribir es como coronar un ochomil, pero es más poderoso el periodista. Espero que algún día el escritor acabe sustituyendo al periodista, que lleva más de 40 años por ahí, aunque le aún queda fuelle...

-¿En esos más de 40 años ha visto cambiar mucho el oficio, las maneras?

-En el fondo, los periodistas seguimos siendo periodistas, pero han cambiado tanto como de la máquina de escribir al ordenador, de desmontar un teléfono público en una cabina y pinchar con una especie de tenacillas el magnetofón para enviar una crónica a hacerlo a través del móvil... ¡Han cambiado muchísimo las cosas en periodismo! Hoy podemos comunicar más fácilmente con mejor tecnología, lo cual no quiere decir que la comunicación sea mejor. Las redes acercan, pero alejan, nos encierran.

«Parte de ese brillo del agua que mi hija Ana inventa lo recogí yo en el libro, se lo pedí prestado. Me pareció una forma bonita de coger su talento, absorberlo»

-¿Cómo se lleva ser el padre de la actriz y poeta Ana Lucas?

-¡Muy bien! Je, je. Está con una función que está teniendo mucho éxito y con su primer poemario, que se aleja de la poesía de Instagram. De hecho, Ana está en la novela con un poema y ese poema está reflejado en el penúltimo párrafo de la novela. Parte de ese brillo del agua que ella inventa lo recogí yo en el libro, se lo pedí prestado, le pedí permiso y me lo dio. Me pareció una forma bonita de coger el talento de mi hija, absorberlo y ponerlo ahí, aunque el que firme sea yo. En los agradecimientos hay una pista... Su poema ilustra como un fogonazo de color parte del relato final de esta novela. Se lleva bien, estoy muy orgulloso de mi hija.