Vanessa Rivas: «Yo parí sin dolor, fue natural e inmejorable»

ACTUALIDAD

Vanessa con su hija Sara en el parque de Santa Margarita, de A Coruña.
Vanessa con su hija Sara en el parque de Santa Margarita, de A Coruña. MARCOS MÍGUEZ

DIO A LUZ SOLA EN CASA por azar y sin sufrir. «Como no me dolían, no supe que eran contracciones de parto», asegura. «Sara asomó la cabeza, dejé de empujar y salió». Este es su relato

17 oct 2021 . Actualizado a las 10:44 h.

La mamá estaba a término, la canastilla lista y elegido el hospital. Pero la niña llegó rompiendo los planes, sin hacer ruido ni causar dolor. Así lo cuenta su madre. Fue un domingo, 4 de julio. «Di a luz sin dolor. Fue casual. Parí sola en mi habitación. Aunque no recomiende a otras mujeres planificar un parto en casa sin asistencia, sin matrona, en mi caso surgió así y salió bien. Fue perfecto», comienza la actriz y educadora social coruñesa, de 40 años, Vanessa Rivas. Lo suyo fue un parto sin dolor, y no por efecto de la epidural...

Sara, Sara Catalina («por si de mayor quiere escoger»), nació en casa porque su madre no la vio llegar. Vanessa la alumbró en su dormitorio de rodillas, en medio de la cama, mientras su marido y su hijo Matías, de 2 años, estaban en el salón. Vanessa había escogido el Hospital do Salnés para su segundo parto tras una buena primera experiencia en este centro de referencia nacional. El estreno de Vanessa como madre, por el que llegó su primer hijo, se hizo largo. «Y muy doloroso -recuerda- en la parte de la dilatación, larguísima». Esa primera vez es importante para entender cómo se desarrolló la segunda. Vanessa llegó al hospital tiempo antes de estar en lo que llaman parto activo. Le costó dilatar. El proceso de dar a luz a Matías fue natural, sin epidural ni oxitocina. «Estaba informada, había firmado el consentimiento de la epidural por si al final la pudiese necesitar. Quería vivir un parto natural, pero cada parto, por lo que oigo de cada mujer y lo que he vivido en mi persona, es distinto. Con Matías hubo un momento que no podía aguantar más el dolor después de un día y medio. Me hablaron de ponerme oxitocina y, al pensar que me dolería más, pregunté si entonces me pondrían la epidural. Me dijeron: ‘No, ya está la cabecita asomando. Solo tienes que empujar’». Y en 15 minutos llegó Matías.

Como lo peor había sido la eternidad de la dilatación, Vanessa se dijo que la próxima vez tardaría en ir al hospital, para no desesperar allí durante horas. «Pero lo que viví en el parto de Sara es que todo puede fluir de otra forma. El nacimiento de la niña fue tan rápido y no doloroso que ni sabía que estaba de parto», asegura. ¿Cómo es posible? «Pensé que eran las contracciones previas a las de parto, porque no me dolían. En el primer parto noté el cambio, en el segundo no. Me confundí», cuenta. Con Sara, Vanessa pasó dos semanas de pródromos: «Hubo varios días que dije: ‘Hoy doy a luz’. Pero se me pasaba», explica. Hacia el final del embarazo, Vanessa contactó con Silvia, que fue supervisora en el materno de A Coruña, la matrona que la ayudó a voltear a la niña, porque Sara estaba de nalgas. «Silvia me ayudó a que Sara se pusiese de cabeza, lo hizo en la semana 37. Silvia decía que esos falsos momentos de parto eran trabajo que iba adelantando», cuenta Vanessa. Con ayuda de la matrona, las clases de yoga, una sesión de reiki y fisioterapia ginecológica, el tramo final del embarazo se hizo llevadero. Vanessa, centrada en escuchar su cuerpo de cara a la llegada del bebé, seguía con el plan de dar a luz en O Salnés, siempre que no sobreviniesen complicaciones. Como Vanessa estaba sola con su hijo de lunes a viernes, debido al trabajo de su marido, y a más de una hora del centro donde iba a dar a luz, contó con Silvia para esas últimas semanas. La matrona se ofreció a acercarse a su casa en cuanto se pusiese de parto para decirle cómo iba la dilatación y en qué momento ir al hospital, para no llegar tarde pero tampoco demasiado pronto.

LA RESPIRACIÓN, CLAVE

Meses antes, Vanessa había hecho un curso online sobre hipnoparto, con una cordobesa formada en el Reino Unido: «Solo me echaba para atrás el nombre, hipnoparto, pero pasé muchas noches viendo vídeos de partos positivos, de relajación, de nacimientos que se desencadenan de forma natural». El yoga y la respiración fueron claves, señala. También la fisioterapia especializada, «porque tenía una contractura interna que podía dificultar el parto y me la deshicieron».

Finalmente, el azar quiso que el papá estuviese en casa el día que llegó Sara. «Aunque él estaba en casa, pensé en llamar a Silvia igual cuando empezaran las contracciones. Por la noche del sábado al domingo, tuve alguna contracción, pero dormí. Por la mañana también tuve alguna y a las dos comimos tranquilamente. La comida tenía un poquito de picante, y eso yo creo que pudo influir... Visualicé un globo aerostático, cómo se hinchaba ese globo mientras inspiraba en cuatro tiempos y cómo ascendía mientras espiraba en ocho... En las contracciones, que en el hipnoparto son olas uterinas (para quitarle esa negatividad de la contracción), yo iba haciendo estas respiraciones. De esta manera, según el hipnoparto, vas soltando las tensiones y no te vas crispando ni endureciendo. Cada ola uterina te va acercando al nacimiento de tu bebé. No me dolía nada. Y de pronto ella ya estaba ahí...».

Vanessa llamó a Silvia cuando llevaba media hora con contracciones cada cinco minutos. «No me dolían -subraya-, pero su regularidad sí me escamaba. Ella me dijo que tardaba 40 minutos. Le dije: ‘No tengas prisa’, pensando en que iba a estar toda la tarde. Me moví a la pelota de Pilates. Mi hijo fue a merendar y se quedó con su padre en el salón. Yo prefería estar sola en mi habitación, haciendo mis respiraciones... Pensé: ‘Lo estoy llevando superbién, a ver si la niña va bajando y esta noche, como muy tarde, antes de que su padre se vaya, me pongo de parto’. Fue pensar eso y notar una contracción muy intensa. Me removió toda. Me levanté de la pelota de Pilates y fui hacia la cama, me puse de rodillas en medio de la cama y sentí ganas de empujar. Eran las ganas de empujar del primer parto. Y, a la que volví a sentir ganas de empujar, le mandé un wasap a Silvia para decirle: ‘Son de parto porque esta intensidad... ’. Le mandé otro wasap: ‘Tengo ganas de empujar’. Y me dijo: ‘Estoy llegando’. Eso me tranquilizó, saber que ella estaba buscando sitio para aparcar. Aunque yo no sentí miedo en ningún momento. Eché la mano a un cobertor de cuna que tenía fuera de la bolsa del hospital, lo coloqué debajo y vi que asomaba la cabecita de la niña. La cabeza apareció sin que me enterase», asegura. «Llevé la mano y toqué alrededor para ver si la carita estaba hacia mi espalda. No diferencié al tacto la cara de la cabeza y dije: ‘¡Ay, que son las nalgas!’. No lo eran, la niña estaba de cabeza. Noté un poco de aro de fuego [quemazón en la circunferencia del periné] y pensé: ‘Deja de empujar, que vas a desgarrar’. Dejé de empujar y Sara salió sola. Fue como vomitar una ola, hacia abajo, de forma descendente». Cuando salió Sara, Vanessa llamó a su marido y a su hijo. «No dio tiempo ni a cruzar dos palabras. Sonó el timbre y era Silvia, que finalizó el proceso de asistencia al parto: cortó el cordón, alumbró la placenta y me dijo que estaba todo bien».

La complicidad entre madre e hija brilla como el sol de octubre entre los árboles. Si Vanessa se volviese a quedar embarazada, no daría a luz sola. «¿En casa con la matrona? Puede que sí, quizá porque vivo cerca del materno. Eso me da seguridad».

El parto de Vanessa es un relato de misterio con final feliz. Y con ese olor a bollo caliente que tienen los bebés lactantes, con la magia que envuelve la vida que empieza.