Libia aún busca salir del caos, diez años después de la muerte de Gadafi

Rosa Paíno
R. Paíno REDACCIÓN / LA VOZ

ACTUALIDAD

Los rebeldes que encontraron a Gadafi lo apalearon y humillaron hasta la muerte en un controvertido aquelarre de horror y venganza. Su cadáver estuvo cuatro días custodiado por combatientes rebeldes en una cámara frigorífica en la ciudad de Misrata
Los rebeldes que encontraron a Gadafi lo apalearon y humillaron hasta la muerte en un controvertido aquelarre de horror y venganza. Su cadáver estuvo cuatro días custodiado por combatientes rebeldes en una cámara frigorífica en la ciudad de Misrata MOHAMED MESSARA

Los desencuentros entre los bandos rivales amenazan con arruinar la transición

20 oct 2021 . Actualizado a las 08:52 h.

Hace hoy diez años que Muamar el Gadafi se convirtió en el tercer dictador en ser derrocado tras el estallido de la Primavera Árabe (antes habían caído el tunecino Ben Alí y el egipcio Mubarak) y en el único en ser brutalmente asesinado. Diez años después, Libia sigue buscando cómo salir del caos y dejar de ser un Estado fallido tras una guerra civil que deja tras de sí miles de muertos y la ruina de un país bañado por el oro negro (gracias al petróleo fue la nación de África con mayor renta per cápita en los años 80). Su transición hacia la democracia transita en un mar de desencuentros entre los dos bandos rivales que amenaza con arruinar las elecciones de diciembre.

«Tened clemencia», fue la última súplica de Gadafi a los milicianos que lo encontraron escondido en una tubería de desagüe en las afueras de Sirte, tras ser bombardeado por aviones franceses, bajo el mando de la OTAN, el convoy en el que huía de esa ciudad, el último reducto que le era leal. Sus captores no dudaron en lincharlo hasta la muerte. Ese 20 de octubre del 2011, su hijo Mutasim corrió la misma suerte.

Durante cuatro días el cadáver de Gadafi, con múltiples heridas y con un disparo en la sien derecha, estuvo en una cámara frigorífica de un centro comercial de Misrata y fue profusamente fotografiado por sus exsúbditos. Su tumba es uno de los secretos mejor guardados.

Un día después, la OTAN puso fin a su intervención militar en Libia, impulsada por los presidentes Nicolas Sarkozy y Barack Obama, que fue esencial para el triunfo de la revuelta popular.

Era el fin de 42 años de régimen represivo tras su asalto al poder con un golpe de Estado contra el rey Idris. La muerte de Gadafi parecía despejar el camino hacia una transición hacia la democracia. Nada más lejos de la realidad. La caída del dictador convirtió al país en un reino de taifas en el que campaban a sus anchas grupos tribales que se repartían el territorio y milicianos que se negaban a desmovilizarse y entregar las armas confiscadas de los arsenales. El caos posibilitó la irrupción de yihadistas dispuestos a imponer la sharia y la proliferación de mafias que trafican con migrantes hacia Europa.

El punto de inflexión tuvo lugar en el 2014 con la división del poder ejecutivo: uno en la capital, Trípoli, y otro en el este, Tobruk. Luego vino la implicación de Rusia y Turquía en la guerra apoyando a las partes enfrentadas: Moscú como principal socio del controvertido mariscal Jalifa Haftar y Ankara respaldando a los rebeldes de Trípoli.

El proceso de transición lanzado hace un año, tras el acuerdo de alto el fuego forjado por Turquía y Rusia, se consolidó el pasado marzo con la aprobación de un Gobierno de unidad liderado por Abdul Hamid al Debaibah, un multimillonario que hizo fortuna con la construcción durante la dictadura. Su misión es llevar al país a las elecciones presidenciales y legislativas del 23 de diciembre. Entre quienes aspiran a la presidencia está Saif al Islam, el hijo de Gadafi que tras años de cárcel, fue amnistiado y acogido por las huestes de Haftar, pese a que sigue vigente la orden de arresto internacional. Una visión que no augura nada bueno, en una Libia que se ha convertido en campo de batalla geoestratégico de Rusia y de aliados como Turquía, Francia y EE.UU.