Laura Rojas-Marcos, psicóloga: «Si no puedes estar más de 2 horas con tu familia política, no estés más»

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La psicóloga establece dos grupos de personas de las que nos rodeamos: los elegidos y los no elegidos, entre los que están la familia, los vecinos o los compañeros de trabajo. «La actitud es el truco del almendruco para facilitar la convivencia», dice

29 dic 2021 . Actualizado a las 09:08 h.

Tiene en su padre, el prestigioso psiquiatra Luis Rojas-Marcos, a un faro, una luz que la ha guiado desde pequeña en lo personal, y ya de mayor, en lo profesional. De él, Laura Rojas- Marcos (Nueva York, 1970) ha aprendido a ser disciplinada, a tener fuerza de voluntad, pero sobre todo, compromiso. Precisamente, uno de los temas que trata en el nuevo libro que acaba de publicar, Convivir y compartir, donde aporta ideas y estrategias sencillas para convivir en armonía con los que te rodean.

—Me ha sorprendido mucho que en el libro pones tu correo para que los lectores contacten contigo. ¿Lo hacen?

—Muchísimo, ya sea para hacerme una consulta o compartir conmigo impresiones. Ese es mi correo, solo respondo yo, fue una cosa que me sugirió mi padre cuando empecé a escribir hace ya muchos años. Me dijo: ‘Es muy bonito ser accesible‘. Es una opción, yo lo pensé, obviamente es un compromiso que requiere mucho tiempo, pero tampoco es que me caigan mensajes todos los días. Pero es cierto que respondo absolutamente a todos. Cuando escribí La culpa, tuvo mucho impacto, y recibí más de 8.000 correos.

—Ya que has mencionado a tu padre, tienes en él a un gran referente. ¿Qué has aprendido?

—Muchísimo, solo tengo palabras de agradecimiento. Tenemos la suerte de llevarnos bien, porque que seamos familia no implica que nos llevemos bien, pero es que, además, tenemos mucho en común. Hay muchas cosas de mi manera de ser, otras no, en las que me parezco a él, y eso ayuda. Desde niña, después de adolescente, cuando era estudiante, y todavía a mis 51 años, que lo he implementado en mi manera de trabajar, he aprendido el compromiso. Esto lo he aprendido tanto de mi madre como de mi padre, a pesar de que están divorciados desde que tengo 8 años. Algo muy importante que me aplico cada día es la disciplina, ejercitar la fuerza de voluntad. Hace unos días estuve en Nueva York porque mi padre corrió su última maratón, de 27 que lleva encima, a sus 78 años. Eso requiere disciplina, tolerar la frustración, que son temas que yo trato mucho como terapeuta, pero él es un referente en eso.

—¡Qué suerte!

—Sí. Me siento muy afortunada, mis padres de niña me permitieron descubrir qué era lo que me gustaba, qué se me daba bien, cómo trabajar lo que no, por ejemplo, las matemáticas. También me han permitido aprender de mis errores. Siempre he sido muy aventurera, de probar cosas, de salir de lo que se llama hoy en día la zona de confort, pero también me dado mis batacazos y he tenido mis fracasos, mis caídas, y experiencias traumáticas como todo el mundo. Siempre he sentido apoyo, que no quiere decir que no haya existido enfrentamiento, sobre todo en la adolescencia. Yo era un poquito rebelde, y daba un poquito la lata, pero quién no... Mi padre muchísimo con su hiperactividad.

—Dices que aprender a convivir es como aprender a bailar. A unos se les da mejor que a otros.

—Exacto, es como tener buen oído. Es un arte, meramente divertido, puede que se nos dé mejor o peor, como en la vida misma con cualquier otra habilidad, y también depende de la actitud que tengamos frente a situaciones de la vida, ya sea adversidad o algo novedoso. Por ejemplo, estamos constantemente interactuando con personas de nuestro entorno, en el libro distingo dos grupos básicos...

—Los elegidos y los no elegidos.

—Me gusta simplificar, pero con una base científica, que sea amena, pero que lleve a la reflexión. En ese baile de la convivencia están los elegidos, con los que suele ser un poquito más fácil, los amigos, la pareja...

—Pero hay vecinos, compañeros...

—Exactamente, que son los no elegidos, aunque tampoco elegimos a nuestra familia, ni a la familia política... Pero incluso la pareja, que puede empezar por ser un elegido, a menudo, se convierte en no elegido. Y cuando hay hijos, hay que mirar que no se convierta en permanente, porque vas a compartir la crianza.

—¿Hay que aprender a vivir con los no elegidos?

—Sí, es fundamental. De esos no elegidos, además de la familia, de los compañeros de trabajo, también están esos desconocidos con los que no cruzamos en la calle o en el transporte público, con los que compartes un espacio te guste o no. Que sea más o menos agradable está determinado por la forma de ser, la buena educación, la consideración, la cordialidad, la confianza, que es el pilar de todas las relaciones. Pero el primer no elegido con quien convivimos 24 horas desde que venimos al mundo y hasta que nos morimos somos nosotros mismos. No elegimos nacer, no elegimos nuestros genes, pero hay muchas cosas que podemos elegir, desde la actitud, la toma de decisiones...

 «Los conflictos, a menudo, sirven de crecimiento personal»

—Precisamente eso, cuentas en el libro, puede ser un truco para facilitar la convivencia con los no elegidos.

—El primero es la actitud, ese es el truco del almendruco, y a partir de ahí, vamos a tener un trato u otro: más o menos ameno, más agresivo, más tenso o más incómodo..., pero lo que es más importante, lo que hace que una relación pueda avanzar, el pilar más importante es la confianza. En los amigos es la confidencialidad; en la pareja, la lealtad, la fidelidad... Es a partir de la confianza donde se puede construir todo lo demás. Después está el compromiso, la comunicación, cómo nos hablamos... No es lo mismo ser sincero u honesto que decir todo lo que se te pasa por la cabeza, lo que yo llamo sincericidio, un neologismo. Cuántas veces nos encontramos personas que en nombre de la verdad y de la sinceridad se convierten en sincericidas, se inmolan diciendo todo lo que piensan, incluso cuando no se les ha preguntado.

—Sugieres que muchas discusiones llegan vía familia política. ¿Algún consejo para estos días?

—No entrar al trapo, porque muchas veces en la propia familia, ya no política, hay comentarios que son provocativos, ante eso, hay que mantener distancia, morderse la lengua, dejar a la persona que se defina a sí mismo con su actitud. La paciencia es fundamental, pero ser paciente no quiere decir que uno se tenga que tragar sapos todo el tiempo. Algo que ayuda muchísimo es tener en cuenta que el tiempo es limitado. La comida o la cena duran un tiempo. Si identificas que no puedes estar más de dos horas, pues no estés más... El consumo de alcohol suele ser un detonante, hace que la lengua se vaya de más, se acerque a ese sincericidio: «Te voy a decir lo que yo pienso» con dos copitas de más... Esto no va de no beber, sino de beber de más. Cuando estás en un entorno hostil es mejor no beber alcohol, porque esa parte de agresividad del cerebro se activa con más facilidad.

—¿Polos opuestos se atraen? O la gente se atrae por afinidad...

—Pueden ser contrarios y encajar, no somos clones, pero el ser humano por naturaleza busca tener algo en común, sea lo que sea, porque es una de las razones que nos hace conectar para bien o para mal. Hay gente a la que les une el cotilleo, a otros las desgracias, a otros el deporte... Lo de los polos opuestos se atraen, no necesariamente, lo que les une es algo en común, ya sea un valor o un interés, por ejemplo, económico, o queremos formar una familia y tenemos más o menos los mismos valores, pero igual a uno le gusta salir todos los fines de semana y otro es más hogareño. La clave está en cómo se gestionan las diferencias, si las llevamos bien, se respetan, o se desprecian. Las diferencias no tienen que ser un problema, siempre que se respeten. En Nueva York me he encontrado a muchas personas que son pareja y familia de dos religiones diferentes. Hay muchas cosas dentro de las religiones o culturas que se comparten, y hablando, teniendo una escucha activa en este aspecto, no tiene que ser un problema que uno opine o tenga costumbres distintas.

—¿Los conflictos pueden tener su lado bueno?

—Los conflictos son parte de la vida. Nos gusten o no, surgirán en algún momento. Todo cambia y nada es inalterable, por lo que es conveniente aprender a gestionar los cambios, y también los conflictos. Estos pueden ser internos, con nosotros mismos, o externos, con otras personas. Sin embargo, a pesar de lo incómodo que pueden llegar a ser, tienen un lado positivo, ya que a menudo implican crecimiento personal, tener que cambiar para mejorar, aprender a tomar decisiones y sobre todo a poner límites. Quizás la clave es intentar no vivir en un conflicto constante e intenso. Pero no olvidemos que para aprender, tenemos que salir de nuestra zona de confort y eso a veces nos crea un conflicto interno, pero en general de los positivos.

—¿Cuál suele ser la principal fuente de conflictos?

—Los conflictos internos más frecuentes suelen estar asociados a la autoexigencia, a un diálogo interno duro e inflexible, a las expectativas no cumplidas y al sufrimiento causado por la incertidumbre, la pérdida, la ira y el miedo. Los conflictos más frecuentes con los demás a menudo están asociados a problemas de comunicación, faltas de respeto o consideración, expectativas no cumplidas, sentimientos de injusticia o porque sentimos que nuestro espacio físico o personal no se respetan.

—Ahora que estamos tan metidos en este mundo de los virus, nos descubres que también existen los emocionales, que son muy frecuentes en la convivencia.

—La forma en la que nos relacionamos con los demás y cómo nos comunicamos determinará la calidad de nuestras relaciones. Aquellas personas que tienen una actitud agresiva, manipuladora, quejica o hacen chantaje emocional siembran el malestar emocional. Como un virus, contagian negatividad, pesimismo, miedo y frustración. En mi experiencia profesional, transmiten emociones virulentas que no llevan a buen puerto.