España arranca el 2022 pendiente de los precios y las subidas salariales

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Juan Salgado

Solo Estonia, Lituania y Letonia tienen una inflación más desbocada que la española en la Unión Europea. Los precios de producción industrial en el país se han disparado casi un 28 %

26 ene 2022 . Actualizado a las 13:55 h.

Ni pensionistas ni trabajadores españoles han arrancado el 2022 con buen pie. Los dos colectivos perdieron poder adquisitivo el año pasado. Los precios cerraron el 2021 un 6,5 % por encima del umbral del 2020 —la inflación media fue del 3 %—. ¿Qué hicieron los salarios? Los fijados por convenio apenas se revalorizaron un 1,5 %. Las pensiones lo harán un 2,5 %.

Aunque los jubilados disfrutarán de una compensación en diferido este 2022 —su última paguilla—, lo cierto es que este año tendrán menos dinero en sus bolsillos para hacer la compra, repostar o arreglar cualquier desperfecto del hogar. Y parece que lo mismo ocurrirá con los trabajadores por cuenta ajena, que viven con un ojo puesto en los precios y otro en las negociaciones entre patronales y sindicatos para pactar una subida salarial que, si sigue el guion previsto, se quedará lejos de compensar el encarecimiento de la cesta de la compra.

No es el caso de quienes perciben pensiones mínimas o los beneficiarios del el ingreso mínimo vital (IMV): ingresarán un 3 % más cada mes. Lo mismo podría ocurrir con los trabajadores con salario mínimo. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se comprometió a subirlo desde los 965 actuales a los 1.000 euros (+3,63 %).

Parece poco si se amplía el foco y se compara la situación de España con la de sus vecinos europeos. Solo Estonia (12 %), Lituania (10,7 %), Letonia (7,7 %), Hungría (7,5 % a cierre de noviembre), Polonia (8,6 %) y Rumanía (6,7 % a cierre de noviembre) se adentran en el 2022 con una inflación más desbocada que la española. El Gobierno atribuye el descontrol a los precios desorbitados de la energía. La electricidad se ha incrementado un 72 % respecto al mismo período de hace un año, y los combustibles un 45,4 %. Sin embargo, los precios en el vecino Portugal, que comparte interconexiones y mercado con España, apenas han crecido un 2,8 %.

Los problemas no vienen solo por el flanco de los precios. Según Eurostat, los trabajadores españoles son los únicos entre las economías más avanzadas de la UE que vieron reducidas sus ganancias netas durante la pandemia. Pasaron de anotarse 22.130,6 euros anuales a 22.114,95 euros de media.

La situación está más templada en el conjunto de la zona euro, para la que el organismo estadístico europeo prevé una inflación del 5 % al cierre del 2021. El 2022 será otra historia. Aunque inicialmente todos los organismos, desde el Banco Central Europeo (BCE) a la Comisión Europea, aseguraron que la tensión en los precios sería un fenómeno de carácter coyuntural, empiezan a emerger voces que lo ponen en duda y anticipan un año complicado: «Estimamos que los costes energéticos de los hogares europeos se incrementarán un 50 % este año, con Italia y el Reino Unido en cabeza. Desafortunadamente, los apoyos gubernamentales solo compensarán un cuarto de esa subida», asegura Candace Browning, experta de Bank of America (BofA).

Impacto de las ayudas

El despliegue de ayudas ha sido ingente en lo que respecta a la factura eléctrica. Países como Italia o Francia ya han invertido más de 8.000 millones de euros para compensar el recibo de la luz de hogares y empresas. En los Países Bajos han extendido cheques de 200 euros a las 800.000 familias más vulnerables y 500 millones a sus pymes. En España se mantendrán algunos impuestos reducidos hasta finales de abril —el IVA del 21 al 10 % y el impuesto sobre la producción del 5,1 al 0,5 %—. Pero, ¿qué hay de la industria?

«Para los consumidores industriales, los precios podrían incrementarse (en el 2022) un 70 % en el caso de la electricidad y un 100 % el gas», advierten desde BofA.

Costes industriales

Las señales van en esa dirección. De hecho, las reservas gasísticas ya han descendido por debajo del 50 %, a pesar del invierno caliente. Se trata de la reducción más temprana jamás registrada, según Bloomberg. Rusia está racionando el suministro y eso solo significa una cosa: precios más caros.

La subida se cargaría sobre los hombros de unas empresas que llevan doce meses tratando de contener unos costes desenfrenados. Los precios de producción industrial en España se incrementaron un 27,8 % a cierre del mes de noviembre con respecto al mismo mes del 2020. De los países de rentas altas, solo la industria de los Países Bajos soporta más presión alcista. Allí repuntaron un 30,2 %.

Toda esta vorágine inflacionista pasará factura a los hogares de menos rentas, los que tienen menos margen para adaptar sus hábitos de consumo, y también amenaza con lastrar la recuperación si la tensión se alarga. Según estimaciones de Bloomberg, la crisis energética podría arrebatar de media un 1 % del PIB a las economías europeas este mismo año. Eso supondría, en el caso de España, perder algo más de 10.000 millones de euros, el equivalente al primer tramo de ayudas del Next Generation EU.

Recetas para mantener a raya la inflación 

El Gobierno español ha concentrado sus esfuerzos en mantener a raya la factura de la luz. En otros países han decidido ir más lejos. Polonia, por ejemplo, además de extender subsidios a las familias para aligerar la carga de la electricidad y los combustibles, también ha suprimido el IVA de alimentos básicos, exceptuando el marisco, y fertilizantes durante seis meses. En de la gasolina se ha reducido del 23 al 8 %.

Hungría también ha seguido sus pasos. El Gobierno de Viktor Orbán anunció esta semana que intervendrán los precios de seis productos básicos: el azúcar, la harina de trigo, el aceite de girasol, el lomo de cerdo, la pechuga de pollo y la leche. Los precios deberán situarse en el umbral del pasado 15 de octubre a partir del 1 de febrero. El Ejecutivo también fijó un techo al precio de la gasolina 98, que no podrá superar los 1,35 euros por litro.

El nerviosismo en algunas capitales europeas ha repuntado al ver cómo la escalada de los precios energéticos ya se está contagiando a los productos de primera necesidad. En España, la inflación subyacente —excluyendo los precios de la energía y los productos frescos—, cerró el 2021 con un ascenso del 2,1 %, una décima por encima del umbral de seguridad fijado por el BCE. Los alimentos ya son un 5 % más caros.

La productividad cae a su nivel más bajo de los últimos 15 años 

En la Unión Europea (UE) hay al menos 11 países más productivos que España. Un trabajador irlandés rinde más del doble en una hora de trabajado que su par español, según Eurostat. No obstante, la cifra es tramposa si no se contextualiza: el modelo productivo de la isla depende en buena medida de la contribución que hacen las multinacionales radicadas en su territorio, atraídas por su ventajoso marco fiscal. España depende mucho más de sectores intensivos en el factor trabajo, como el turismo, la hostelería o la construcción, donde los salarios son más bajos y la temporalidad está muy extendida. Es su talón de Aquiles en las crisis. La combinación de escasa productividad —en España está por debajo del nivel de hace más de 15 años—, y salarios y prestaciones al alza podría restar competitividad al país e inflar todavía más los precios. En la España de 1977, con otra crisis energética desatada, la inflación rozó el cielo, hasta el 26 %.

Salarios

Para José Manuel Corrales, profesor de Economía y Empresa de la Universidad Europea, no estamos en el mismo escenario. Aunque la productividad sigue su senda descendente, no está previsto que las prestaciones ni los salarios sigan el ritmo de la inflación, así que el riesgo de que los altos precios se enquisten en las nubes, es reducido. Los empresarios apuestan por una subida salarial del 2 % para este 2022. Los trabajadores demandan, al menos, un 3 %. «Estaríamos equivocándonos si pensáramos que la discusión del futuro de la productividad y la competitividad se debe a si subimos salarios un 2,5 % o un 2,7 %. Tiene un efecto mínimo», sostiene Corrales, quien cree que «por justicia social y por eficiencia económica» debería compensarse a los trabajadores, también a los que perciben el salario mínimo (SMI). «No se debe pasar la factura de la inflación a la nómina de los asalariados. No es su culpa. Será necesario subir sueldos para estimular el crecimiento de la economía», apostilla. Y es que en el 2021, los trabajadores españoles ya perdieron poder adquisitivo. Mientras los precios subieron un 6,5 % respecto a diciembre del 2020, los salarios apenas despuntaron de media un 2 %. Si no se compensa en el 2022, se podría contraer la demanda, enfriando la recuperación.

Los expertos de Oxford Economics apuntan en la misma dirección. Aunque el vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), Luis de Guindos, encendió las alarmas esta semana al sugerir que la inflación podría durar más de lo previsto y al mostrar su temor a los efectos de segunda vuelta —que las subidas de salarios y pensiones alimenten una espiral inflacionista persistente—, lo cierto es que los economistas no ven señales de peligro inminente: «Está previsto que los salarios en convenio, que cubren a un 60 % de los trabajadores de la zona euro, crezcan un 2,6 % en el 2022, la subida más fuerte desde el 2009, pero pensamos que es improbable que derive en efectos de segunda vuelta, dado que los precios probablemente caigan de forma acusada en el segundo trimestre del 2022», subrayan. ¿A qué lo atribuyen? Al fin de la volatilidad en los mercados energéticos y a que la renta real disponible de los hogares europeos apenas crecerá un 1,4 %. Perderán poder adquisitivo y eso enfriará la demanda.

Competir en calidad

Mientras España se hundía en la Gran Recesión, la productividad repuntaba. Es algo característico de nuestra economía. Siempre que sopla el viento en contra, mejora la ratio. ¿Por qué? No es que la economía ofrezca mejores bienes o servicios de más valor añadido. La razón es que los salarios siempre se hunden. Los trabajadores son los primeros en encajar el golpe. La crisis tuvo un impacto social tan corrosivo que ningún organismo ni Gobierno se planteó en esta ocasión una receta como la que se dispensó entonces: recorte del gasto público, de los salarios y despidos masivos. España camina en una dirección diferente. Ha expandido el gasto público y rechaza aumentar la productividad a costa de los salarios. Corrales cree que es una decisión acertada porque, al final, «si tenemos mucha temporalidad, si tenemos mucha precariedad laboral, si tenemos un modelo poco productivo y de baja cualificación, vamos a ser poco productivos», explica. Su receta es otra: invertir las ayudas europeas en buenas políticas activas de empleo, las grandes ausentes de la reforma laboral, y en la formación de los trabajadores y empresarios, para competir en calidad.

Líderes en desempleo, aunque hay más vacantes

El año 2022 arranca con un sabor agridulce. El mercado de trabajo ha recuperado los 20 millones de afiliados a la Seguridad Social por primera vez desde el 2008, pero España lidera la cifra de desempleo en la Unión Europea (UE), con el 14,1 % de la población activa en paro (3.279.000 personas). Casi tres de cada 10 ciudadanos europeos sin oficio son españoles. A pesar de las buenas cifras de generación de empleo al cierre del 2021, España sigue siendo junto a Grecia —que ha tenido más éxito reequilibrando el mercado laboral—, el único país donde el paro rebasa los dos dígitos. Algo impensable en latitudes más septentrionales. En los Países Bajos, a pesar de la pandemia, apenas saben lo que es estar sin trabajo. Solo el 2,7 % de la población activa se encuentra sin empleo. ¿Bajará España del 10 % algún día? No es probable. El país padece un alto desempleo crónico debido a varios factores, entre ellos la alta temporalidad y rotación laboral y la alta tasa de abandono escolar (28 %).

¿Cómo es posible que conviva un alto desempleo con una creciente demanda de trabajadores? Negocios en sectores como la construcción, el transporte, las actividades científicas o los cuidados cuelgan el cartel de «se busca personal», pero no encuentran el perfil que necesitan. Las vacantes en España ascienden a 118.888 (5.077 en Galicia). Existe una brecha de acceso a los puestos cualificados. Y quienes podrían acceder por formación, prefieren emigrar a otros mercados como el británico o el alemán, porque ofrecen mejores condiciones laborales. Otros negocios simplemente no encuentran mano de obra porque ofertan puestos mal remunerados o donde se exige una experiencia desproporcionada para el cargo: «Debe haber cambios en la cultura empresarial», defiende Corrales.

La escasez de trabajadores quita el sueño también al Gobierno alemán: «Tenemos 300.000 puestos de trabajo vacantes y esperamos que la cifra aumente a un millón más», aseguró esta semana su ministro de Economía, Robert Habeck, preocupado por las consecuencias de no cerrar esa brecha: «Tendremos verdaderos problemas de productividad». «La escasez de mano de obra podría aumentar las presiones salariales», advierten desde Oxford Economics.