Lorena Alonso, psicóloga especialista en duelo: «Es necesario que los niños estén presentes en los velatorios de sus abuelos»

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Esta valenciana, doctora en Psicología, asegura que ante la pérdida de un ser querido todo el mundo pasa por un duelo antes o después. No hacerlo de primeras, puede traer consecuencias. «La despedida es necesaria para cerrar la herida, si no puede ser presencial que sea simbólica, pero hay que hacerla», dice

12 feb 2022 . Actualizado a las 19:00 h.

La pérdida de un ser querido es un proceso duro al que todos nos enfrentamos antes o después. Sin embargo, Lorena Alonso (Valencia, 1977), doctora en Psicología, especializada en psicooncología y cuidados paliativos, asegura que incluso de un momento así, se puede sacar algo positivo. Lo explica en Más allá del dolor de la pérdida, su primer libro, donde brinda las herramientas necesarias para afrontar el duelo de manera consciente gracias a los principios del mindfulness y la compasión budista. Es la primera vez que se aborda el duelo desde este punto de vista, con un programa de intervención que consiste en transitar por el dolor para transformarlo.

 —¿De la muerte de un ser querido se puede extraer algo positivo?

—Eso es, ese es el mensaje. De hecho, cuando digo «Más allá del dolor de la pérdida», quiero decir esto. De alguna manera, poder acceder a ese dolor te permite luego descubrir todo lo que es la resiliencia, el potencial que llevamos dentro, descubrir quiénes somos, qué hemos venido a hacer, todo lo que tiene que ver con la parte más espiritual o trascendental del ser humano, que muchas veces no nos la cuestionamos, y cuando nos pasan este tipo de situaciones, giramos los ojos para mirarnos, y a través de ese dolor podemos descubrir mucha fortaleza. De ahí que podamos extraer algo positivo. A mí me recuerda a cuando los chinos dicen «crisis igual a oportunidades». Eso no significa que no duela, el proceso es muy doloroso, pero es como la metamorfosis de una oruga que se transforma en mariposa. Es doloroso, pero luego puede volar. Esta metáfora me gusta mucho para representar el mensaje que yo quiero transmitir.

 —¿Hablamos poco y mal de la muerte?

—Sí. Hablamos muy poco, le tenemos mucho miedo, sigue siendo un tema muy tabú, por lo menos aquí en Occidente, y además, hablamos mal, tiene muy mala prensa. La vemos como una enemiga, tenemos como un instinto de supervivencia y es normal que a veces nos cueste mirar la otra parte la otra cara de la moneda. Estamos muy metidos en el éxito, en el hacer, en las prisas, y se nos olvida que parte, de la vida tiene que ver con el declive y con la enfermedad, con la muerte... Es parte de la naturaleza.

 —¿Cómo se puede estar en paz con la muerte?

—La forma en la que yo he ido logrando esa paz con la muerte, y he visto como otros también lo consiguen, es pudiendo hablar de ella, leer sobre ella, haciendo talleres de crecimiento personal, donde te puedas abrir a esta parte de la vida, y así cuando nos sucede no nos pilla tan desprevenidos. Muchas veces nos coge por sorpresa, como no lo hemos reflexionado, de repente llega en forma de enfermedad en nosotros o en un ser querido, y al no haber hecho ese trabajo de interiorización o de integración, resulta muy difícil. Lo mejor es empezar a abrir la puerta poquito a poco. Yo he acompañado a mucha gente en los procesos de su propia muerte y he podido ver que han muerto en paz, porque hemos podido hablar de ella, y eso hace que, llegado el momento, estés más preparado porque has sacado todas las emociones, te has permitido hacer esas tareas pendientes, que muchas veces si no hablas sobre la muerte vas dejando... Es superimportante mirarla de frente.

 —Cuando un ser querido fallece, ¿todo el mundo pasa un duelo?

—Realmente el proceso de adaptarnos a una nueva realidad donde el ser querido no está es el duelo, lo que pasa es que a veces hay un duelo retrasado, porque a pesar de que ha sucedido esto, la persona no se permite entrar en ese dolor y lo pospone, pero tarde o temprano ese dolor va a salir de alguna manera, se va a colocar delante de ti. Ahí es donde uno dice: «Ahora es el momento, estoy preparado». Porque a veces no lo estamos, y es normal, por eso están los mecanismos de defensa: la negación, la evitación... Pero todo eso ya es parte del proceso.

 —¿Pasa factura cuando lo evitamos de primeras?

—Sí. Yo he visto en muchos casos a personas que al cabo de años vienen por otras causas, y al explorar, aparecen duelos no resueltos, y está conectado con lo que les pasa en este momento presente. Sintomatología de ansiedad, depresión... que la persona ya no asocia a la pérdida, pero que de alguna manera está relacionado porque no ha podido hacer esa transición. Esto a nivel psicológico, además hay mucha investigación que habla de los duelos como un factor contribuyente a la aparición de trastornos mentales, pero a nivel físico también. Todo lo que son las enfermedades psicosomáticas tienen que ver con esto, muchas veces son emociones reprimidas que no hemos elaborado.

 —¿Es más sanador cuando el duelo se exterioriza?

—Es mucho más sano aquello que exteriorizas y compartes. Yo como profesional cuando alguien me explica que está en las fases de evitación, negación, al principio del proceso, yo eso lo valido, y entiendo porque es normal, porque la persona tiene tanto miedo a abrir la caja de Pandora que necesita protegerse de alguna manera. Como profesional tampoco tienes que derribar ese mecanismo de defensa a priori, sino acompañar y cuando ese mecanismo esté más blandito, es cuando ya podemos entrar para acceder a ese dolor. En el programa Maded que es el que yo he diseñado para esto, dejo un margen de seis meses desde que ha sucedido la pérdida, porque intervenir antes puede ser contraproducente. En esos primeros meses, la persona tiene que tocar tierra, entender lo que ha sucedido, y a partir del sexto mes, ya la mente puede estar un poco disponible para trabajar lo que ha quedado pendiente, el perdón, la culpa, la despedida...

 —¿Influye mucho a la hora de gestionar un duelo el haberse podido despedir?

—Muchísimo. Es superimportante, pero, por fortuna, si no se pudo hacer físicamente, desde el ámbito de la psicología se trabaja con la despedida simbólica. No solo ahora por el covid, sino que cuando estás en shock igual quieres decir algo y no puedes, porque estás como congelado, y muchas veces a posteriori hay que trabajar esa despedida simbólica: qué te hubiera gustado decirle, qué crees que te habría dicho... Todo esto se queda grabado en nuestro inconsciente porque es una forma de transformar esa realidad a nivel cognitivo y emocional. Igual que los rituales, con el covid, sobre todo al principio, fue muy fuerte la soledad con la que murió mucha gente, la impotencia de los familiares por no poder estar cerca de ellos, y a toro pasado es importante hacer esa despedida, ese ritual, porque los necesitamos para que nuestra mente pueda cicatrizar y cerrar ciclos, y abrir otros nuevos.

 —Esa frase tan manida «es ley de vida»...

—No me gusta nada. En el libro escribo que la muerte es natural, pero eso yo no se lo diría a la persona sobre todo al principio. Cuando pase un tiempo puedo hablarle de que la muerte es parte de la vida, pero al principio no ayuda nada. La persona está rota. También es verdad que muchas veces no sabemos qué decir y llenamos el espacio con frases hechas.

 —¿Qué sería lo mejor?

—Por lo que han compartido conmigo, y yo también he vivido, más que lo que dicen es su presencia. Saber que esa persona está ahí, una mirada, un abrazo, que te puedan preparar la comida... Es muy difícil encontrar la palabra. Decirle «Estoy aquí para lo que necesites», ayuda más que cualquier frase hecha.

 —Abordas el duelo desde el «mindfulness», ¿consiste en ser conscientes del dolor, sufrirlo para redirigirlo?

—El mindfulness viene de la tradición budista, aunque ha llegado ya al ámbito de la ciencia, de la medicina, de la psicología, educación... Esa luz de la conciencia que vas desarrollando con la práctica de meditación te va permitiendo ser consciente del dolor, transitarlo y desde ahí elaborarlo. Ahí es donde puedes encontrar los recursos de los que hablábamos antes. Yo lo utilizo no solo en el ámbito del duelo, sino en otro tipo de patologías mentales. Es un recurso que le ha dado un empuje a la psicología impresionante.

 —¿Cuál es el principal beneficio de hacerlo así?

—El mayor beneficio que yo he visto es encontrar serenidad. La parte más física de problemas de insomnio, tensiones, dolores de cabeza... ha mejorado muchísimo. También disminución de los recuerdos traumáticos, porque se han ido procesando; y cómo poder volver a la vida, recuperar la conexión y el sentido de la vida. Esto es lo que yo he visto en los dolientes que he acompañado, y algunos han perdido a hijos y a hijas. A mí me resulta muy esperanzador. Me imagino que me pueda pasar a mí, perder a una hija o a un nieto, y saber que he visto personas que han podido transitar este camino, me da una sensación de fortaleza y confianza. Eso no significa que no te vayas a romper, te rompes, pero tienes la capacidad de volver de nuevo como el ave Fénix.

 —¿Cómo deberíamos introducir el tema de la muerte en los niños?

—Es muy importante no apartarlos, yo he tenido casos de pacientes que ya de adultos me han contado experiencias que han tenido de niños, de cómo los apartaron... y la rabia que les generó esto. Yo misma. Cuando mi abuelo murió, en aquella época lo velaban en casa, me dijeron que no podía entrar en la habitación. Me colé y me despedí porque no obedecí. Los adultos lo hacen por desconocimiento, por proteger al niño, pero lo más importante es que ellos puedan estar involucrados, que puedan estar en el ritual de despedida, que se les explique de una forma sencilla, adaptada a su edad...

 —No se ven niños en los tanatorios.

—Es un error, yo por lo menos lo veo así, y también otros autores que he leído y reflexionado sobre ello... Aquello que evitas se convierte en miedo, mientras que lo que afrontas genera dolor, pero se transforma en resiliencia, en capacidad de poder soportar ese dolor.

 —¿Deberían ir a despedirse, por ejemplo, de un abuelo?

—Yo veo clarísimo que sí. Y mi experiencia me sirve de ejemplo, a mí me lo negaron y yo me colé. Para mí fue una experiencia que me despertó. Pude reflexionar desde muy pequeña sobre estos temas. No tengo ninguna duda de que los niños puedan estar en ese velatorio, escuchar las palabras que se digan de ese abuelo, que estén presentes. Es necesario.