Jorge Muñoz: «Que un niño se desmaye por una rabieta no debe asustarnos»

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«En la primera revisión del bebé, me preocupo más por la madre que por el bebé», afirma este pediatra de prestigio. El inicio de la alimentación, la fiebre y los berrinches se llevan mejor con él. «Quiero ser ese pediatra al que puedes llamar en cualquier momento», manifiesta

20 feb 2022 . Actualizado a las 09:59 h.

Queridos padres enfaenados con la crianza, al igual que aceptamos las noches sin dormir y los numerosos imprevistos con los niños (los virus sin nombre, las manchas de tinta y de yogur en el sofá...), hay que aprender a encajar sus rabietas. «Las rabietas de los pequeños son absolutamente normales; son parte del desarrollo neurológico. A los 2 años, los niños atacan con las rabietas y con los alimentos», avanza Jorge Muñoz, jefe de pediatría en el Hospital Quironsalud de Mallorca. Hay preguntas que solo le harías al pediatra de tus hijos. Este médico, que ejerce una gran labor social en países como el Chad, Senegal, la República Dominicana y Paraguay, las responde en Doctor, ¿y ahora qué?: ¿qué pasa si el cordón tiene un color negruzco? ¿Son graves los espasmos del llanto? ¿Cómo le quitamos el hipo? ¿Es bueno o no usar tacataca? ¿Y si tiene sinequia vulvar?

«Llevo casi treinta años viendo niños y puedo hablar de dos generaciones incluso. Sé cómo son las familias primerizas de hace una generación y las de ahora. Han cambiado. Han cambiado sobre todo por el exceso de información que tenemos, que al final nos lleva a una desinformación. A los padres de hoy se les planta delante un pequeñajo y las dudas son muchísimas», cuenta.

—¿Era muy diferente en la generación anterior?

—La generación anterior de padres da la impresión de que escuchaba más al pediatra. Hoy, hay un acceso a más fuentes. Antes, la relación médico-paciente era más sencilla.

—¿Ser médico de niños es ser médico de padres? Trabajas con material sensible.

—En España, la pediatría es además una especialidad a la que pocos médicos quieren acceder, precisamente, por esto. Hay que tener mucha paciencia, hay que escuchar. No es lo mismo que ser cirujano y operar una apendicitis. Además de paciencia y capacidad de escucha, hay que adelantarse y explicar a los papás lo que puede suceder, por ejemplo, durante los tres o cuatro días siguientes a una enfermedad del pequeño. Es importante que los padres estén tranquilos. A mí me gusta tranquilizar. Me atrevo a decir que un 65 % o un 70 % de la pediatría es psicología.

—Todo ha ido cambiando. El pediatra que yo recuerdo era un señor severo y distante al que se trataba de usted. 

—¿Sí? Yo me formé en el Reino Unido durante nueve años, luego me vine a Mallorca aun siendo del País Vasco y he sido responsable de pediatría en el Quironsalud de Mallorca 17 años. He trabajado en un proyecto para cambiar la atención a la familia. Hoy, al menos en Mallorca, la privada está saturada y la pública también. Está todo colapsado. Lo que yo busco es el trato cercano. He empezado a trabajar sin seguros y entiendo que la pediatría no es estar solo pendiente del bebé. Incluso en la primera revisión del bebé, cuando tiene diez o quince días de vida, me preocupo más de la madre que del bebé. A los padres les llama mucho la atención eso... Lo que quiero decir es que hay que humanizar la medicina. El bebé y la mamá son un conjunto. Y, al final, la empatía es terapéutica. Yo no soy un gran pediatra. Yo no diagnostico grandes síndromes, ni soy epidemiólogo ni genetista. Soy un pediatra normal. Pero si te acercas a la familia, cuando le coges la mano a alguien y suelta una lágrima, eso cura. Esta demostradísimo, curas y creas un vínculo para el resto de la infancia y la adolescencia si los padres cuentan contigo. Esa es la pediatría que estoy buscando y estoy satisfecho con los resultados. Como el pediatra de antes, como ese pediatra al que puedes llamar en cualquier momento.

—¿Qué cosas nos preocupan hoy a los padres? ¿Por cuáles te llaman más?

—Hay una cosa en la que coinciden los papás y las mamás de esta generación con los de generaciones anteriores: les preocupan la fiebre y el atragantamiento. A la generación de ahora, frente a la anterior, le preocupa mucho también el tiempo que pueden pasar nuestros hijos conectados a una tablet. Y no es que yo sea el defensor de esta nueva forma de vida de los chavales, de la Play o de la Xbox o como se llame. Pero, tanto para ellos como para nosotros, es una nueva manera de socializar. Cuando yo era pequeño, mi madre salía al balcón y pegaba un grito: «¡Jorge, sube a comer!», pero eso ha cambiado. Ahora, los chavales están conectados con los compañeros del cole o con otros chavales de Italia o de Estados Unidos, socializando mientras juegan, y si le dices: «¡Antonio, a comer!», hay que ver cómo responde. Si responde, se despide de sus compañeros de juego y respeta esa media hora de límite en el uso que le pones, no hay problema. El problema lo tienes si ves que, durante el juego, hay agresividad, gritos, actitudes violentas...

—Lo que veo es que siempre hay problema cuando les dices que dejen la tablet. Pero quizá para ti es un mal menor, acostumbrado a ver cosas graves en países como el Chad o Senegal.

—Sí. A mí me han preguntado muchas veces: «¿Cómo puedes cambiar tu forma de tratar a un paciente cuando ves que se te mueren dos o tres niños al día?». Y vienes aquí y ves cómo una mamá o un papá se preocupan porque al niño le han salido unas ronchas... Pero hay que entenderlo. Yo es como si tuviese un disfraz y me lo quitase para ponerme otro. Hay que escuchar a todos los padres y saber atender las distintas preocupaciones. Son normales, hay que atenderlas todas.

—¿Te cuesta empatizar con los padres que se preocupan si el niño se pone azul por una rabieta (una de las situaciones que expones en tu libro)?

—¡Por supuesto que empatizo! Desde niño, he sido camaleónico. Y ahora, a mi edad, más. Tengo la facilidad de adaptarme a cualquier medio y a cualquier entorno. Profesionalmente, tengo la capacidad de escuchar a una madre que se preocupa por una rabieta de su hijo y de escuchar los lamentos de otra madre que ha perdido a su hijo porque tenía sida, malaria y una desnutrición severa, y lo lleva en un trapito envuelto para enterrarlo. Yo he vivido eso, y no es fácil. Es un trabajo que lleva mucho tiempo, pero son lecciones de la vida que me hacen ser todavía más camaleónico en lo profesional.

—Una de las dudas más comunes en el mejor de los mundos, en que los hijos no se nos mueren de desnutrición, es cómo ayudar a que cicatrice el cordón umbilical. Hay distintas opciones. ¿Cuál es la que tú consideras mejor?

—La pediatría es una especialidad en la que los profesionales podemos volver locas a las familias. Y hablamos del cordón, que es algo muy sencillo; no estamos hablando de un niño que nace con dos cavidades en el corazón... ¿Con el cordón? Depende. Depende de cómo vea yo el cordoncito. Si son cordones bastante gruesos, aconsejo aplicar un poco de Cristalmina o alcohol de 70 para que se seque antes y caiga. Pero tampoco hace falta poner nada. Yo trabajo con lo que llamo los abanicos; no voy solo por un camino cuando explico algo a mis pacientes. A veces, tanto una cosa como otra están bien: «Si le quieren poner un poquito de alcohol, está bien y, si no, también». Pero hay cosas que van cambiando y en pediatría es verdad que son muy distintas las opiniones. Yo a mis pacientes lo que les digo es que me echen a mí la culpa de todo.

—Berrinches y rabietas son un capítulo aparte. ¿Qué debemos ver normal y qué no?

—Para empezar, las rabietas son absolutamente normales. Como padres, tenemos que aceptarlas. Son parte del desarrollo neurológico del niño, que coincide con la selección de los alimentos. A los 2 años, los niños atacan con las rabietas y atacan con los alimentos; se vuelven selectivos con la alimentación, cuando antes les valía una tortilla francesa. Si llegamos al punto de que con las rabietas al niño le dan espasmos del sollozo, se desmaya o llega a ponerse azul, no debemos preocuparnos. Hay que entender que es algo normal, que se pasa con el tiempo. No hay que querer evitar a toda costa que le den estos espasmos. Si el niño llega a perder el conocimiento por el espasmo, se le puede poner acostadito, de lado, y enseguida se recuperará y se pondrá a jugar como si nada. Las rabietas y los espasmos del sollozo son parte de una etapa que es pasajera y nada patológica.

—¿Qué hacemos si se atraganta? Ahora que pierden protagonismo los purés ante el «Baby Led Weaning» (introducción de alimentos sólidos en trocitos en la dieta del bebé)?

—Si es un bebé, lo colocas boca abajo en tu antebrazo y con la palma de la mano del otro brazo le golpeas en la espalda, y lo que tenga en la garganta lo va a expulsar. No metas el dedo en la boca, porque puedes introducir el trozo aún más. Puedes hacer un Baby Led Weaning mixto, combinando los purés con los alimentos en trocitos, porque depende de quién esté con el bebé. Si tienes que ir a trabajar y dejar al niño con los abuelos, no le digas a una abuela que le dé trocitos a su nieta, porque no lo va a hacer. Con la mamá y el papá, trocitos de comida; con los abuelos, puré...

—¿Es importante que un niño pequeño coma de todo?

—Si un niño o una niña de 2 años es muy selectivo o selectiva para comer, que no nos preocupe. Cuando están malitos, ¡ni te cuento! No debe preocuparte que pierda peso en ese momento, que no coma. Lo que debe preocuparte es si no bebe; esto es lo importante. En esos casos, se trata, sobre todo, de vigilar y controlar al pequeño. El comer es algo que les preocupa, sobre todo, a los abuelos.

—¿Chupete sí o no?

—¡El chupete es un gran invento! De hecho, los americanos lo llaman pacifier. Es un pacificador. Entonces, chupete, ¿por qué no? El chupete es un alivio para los niños, como meterse el dedo en la boca o hacer la pipa. Esto no quiere decir que desde que nace debas darle el chupete cada vez que llora. Si prefieres darle pecho, dáselo. Ante todo, sentido común.