De la amistad juvenil al choque sin retorno

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

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Isabel Díaz Ayuso y el presidente del PP, Pablo Casado, en agosto del 2019
Isabel Díaz Ayuso y el presidente del PP, Pablo Casado, en agosto del 2019 Juan Carlos Hidalgo | Efe

El temor de Casado a que Ayuso se volviera en su contra sumió al PP en su mayor crisis interna

20 feb 2022 . Actualizado a las 10:01 h.

¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? Esa es la pregunta que se hacen la mayoría de los dirigentes del PP, atónitos ante las formas y el fondo de un enfrentamiento público, sin precedentes en el partido, entre el líder nacional, Pablo Casado, y la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, que hasta ahora estaba considerada como uno de los mayores activos electorales de los populares junto al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo. Una disputa feroz que deja a ambos en una situación insostenible en la que, como mucho, solo uno sobrevivirá políticamente.

Para responder a esa cuestión hay que remontarse muy atrás, cuando ni uno ni otro, pese a sus ambiciones, sabían que llegarían tan alto. Lo que fue una amistad de juventud, y después una historia del Pigmalión que quiere refinar los modales, instruir y hacer crecer a su protegida, se ha transformado en una guerra que supera todas las que ha habido hasta ahora en el PP, incluidas las que mantuvieron Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre o Soraya Sáenz de Santamaría con María Dolores de Cospedal

Los «golden boys» del PP

Aunque Casado (Palencia, 1981) siempre fue un valor sólido, mientras Ayuso (Madrid 1978) destacaba más por su desparpajo, los dos pertenecen a un grupo forjado cuando militaban en las Nuevas Generaciones del PP. A ese clan pertenecía también otro de los protagonistas del actual escándalo, Ángel Carromero, íntimo de ambos hace años y hoy fiel a Casado y enemigo acérrimo de Ayuso. Eran, junto a otros jóvenes como Ana Camins, Germán Alcayde o el actual jefe de Gabinete del líder popular, Diego Sanjuanbenito, una camada mimada por la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Por entonces, servían para aportar papeles a los dirigentes del partido, pertenecientes a otra generación. Algo similar a lo que en el PSOE fueron los golden boys de José Blanco: Óscar López, Antonio Hernando y Pedro Sánchez.

Casado empezó a brillar. Con 26 años era ya diputado en la Asamblea de Madrid y después dirigió los gabinetes de Manuel Pizarro y José María Aznar, que vio en él, como ha confesado, a un futuro presidente del Gobierno. En el 2015, Rajoy, sin especial sintonía con él, lo nombró vicesecretario general de Comunicación del PP para insuflar aire fresco al partido cuando se vio en problemas. 

La irrupción de García Egea

Tras la caída de Rajoy, y después de hacerse por sorpresa con la presidencia del PP, Casado reclutó a sus camaradas para diferentes misiones. Y añadió a otro peón, también amigo y también conocido de Nuevas Generaciones, pero que no pertenecía al clan: Teodoro García Egea. El político murciano fue el que el 16 de junio del 2018, estando ambos en el parque del Retiro madrileño junto a sus respectivas familias, le convenció para dar el paso de aspirar al liderazgo del PP.

Casado premió esa osadía entregando a García Egea todo el poder orgánico del partido. Un poder excesivo para un trabajador inagotable, pero sin la suficiente experiencia y cintura política para el cargo, según sus detractores. Pero la mayor sorpresa llegó cuando Casado eligió a Díaz Ayuso como candidata a la Comunidad de Madrid en el 2019. Algo que fue considerado una temeridad por destacados dirigente del partido, al igual que la designación de José Luis Martínez-Almeida para la alcaldía de la capital. Dos perfiles muy distintos, pero que compartían una total falta de proyección pública.

Por sorpresa, ambos, pese a no obtener buenos resultados, lograron hacerse con la presidencia y la alcaldía. Algo que cargó de razón a Casado, que se aseguraba teóricamente, además, el control de un PP madrileño que siempre fue un contrapoder al de Génova. Pero, sin saberlo, el líder del PP había sembrado la semilla de su desgracia dando entrada en el juego a un personaje clave en el actual caos político que reina en el PP: Miguel Ángel Rodríguez

Rodríguez entra en acción

El que fuera principal asesor de Aznar, con un concepto de la política muy distinto al de Casado, fue reclutado por Ayuso cuando estaba ya retirado. La ayudó en la campaña y luego, ya presidenta, Ayuso lo nombró jefe de su gabinete. El viejo MAR convenció a Ayuso de que podía aspirar a algo más que la Comunidad si le dejaba a él la pizarra. Desde ese momento, empezó a volar sola, confrontando directamente con Pedro Sánchez. Para entonces, García Egea ya había chocado con Rodríguez. Pero el triunfo arrollador de Ayuso en las elecciones del 2021 y la popularidad alcanzada con su gestión de la pandemia, a la contra de Sánchez, y con su lema de «comunismo o libertad», con copyright de su jefe de gabinete, hicieron el resto. 

El cóctel de discordia perfecto

Conocedora de que la popularidad no es nada sin poder orgánico, Ayuso desafió a Casado y exigió el control autonómico del partido. El líder del PP estaba en un momento de debilidad y la jugada era un calco de la que en su día hizo Esperanza Aguirre: desafiar desde Madrid a un Rajoy en problemas. El ímpetu y la falta de cintura de García Egea, que convenció a Casado de que Ayuso quería su sillón, y el maquiavelismo político de Rodríguez, fueron el cóctel perfecto para que estallara la mayor crisis que ha vivido del PP en su historia. No está claro cuál de los dos antiguos amigos ganará. Pero será difícil que los dos sobrevivan.

Aznar y Rajoy sí lograron lidiar con las rivalidades internas del partido sin involucrarse

La mayoría de los barones y dirigentes más veteranos del PP evitan tomar una posición pública nítida en favor de una las dos partes enfrentadas en el cisma político. Pero, aunque todos apelan a la necesidad de unidad, lo cierto es que hay diferencias de criterio entre ellos. Una división marcada en función de la necesidad política de mantener el respaldo de la dirección nacional. Es necesario leer sus discursos entre líneas. A más dependencia de Génova, más respaldo a Casado. Y, a más independencia, más autoridad para exigir responsabilidad y prudencia al líder nacional y a la presidenta madrileña para no dañar más al partido.

La pugna de la sucesión

En lo que sí coinciden casi todos es en señalar al secretario general del PP, Teodoro García Egea (Cieza, 1985), por el hecho de que el enfrentamiento con Ayuso y con Miguel Ángel Rodríguez se le haya ido de las manos. Ni las pugnas internas ni los casos de presunta corrupción son una novedad en el PP. Pero la costumbre ha sido, en el segundo caso, lavar los trapos sucios en casa para no dar bazas al enemigo. Y, en el segundo, torear los choques de trenes con suficiente mano izquierda como para que el líder del partido no se vea afectado personalmente.

Varios dirigentes recuerdan que Aznar fue capaz de mantener controlada la pugna interna entre Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja y Mariano Rajoy por su sucesión. Tampoco faltaron entonces intentos de deslegitimar al adversario y apoyos en medios afines a cada aspirante. Pero Aznar mantuvo siempre la autoridad. El otro ejemplo, el del propio Rajoy cuando tuvo que lidiar con el choque de egos entre Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón. También en esa disputa hubo cruces de dosieres internos. Entre ellos, uno del equipo de Gallardón el que se denunciaba la «gestapillo» que había organizado Aguirre para espiar a Manuel Cobo, entonces vicealcalde de Gallardón en Madrid. Como en otra lucha sin cuartel, la de Sáenz de Santamaría y De Cospedal, Rajoy tenía su preferida, pero mantuvo el control sin implicarse. Su final no lo provocó una lucha de poder.