«Después de dejar de fumar luché contra un cáncer de pulmón con metástasis, y ahora estoy limpio»

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MARCOS MÍGUEZ

«Sabía que había sido el responsable por el tabaco, y eso me ayudó a no lamentarme», dice Nacho, un gallego al que un tratamiento experimental le salvó la vida. Hoy visibiliza su cáncer. Inoperable, pintaba mal: «No daban un duro por mí»

26 feb 2022 . Actualizado a las 09:35 h.

Nacho Cobián dejó de fumar en marzo del 2017. Siete meses después, fue diagnosticado de cáncer de pulmón con metástasis en la cabeza. El hecho de que la enfermedad derivara de un hábito del que él mismo fue responsable durante tres décadas, sirvió para que dejase a un lado la autocompasión: «Yo tuve algo bueno, que fue el no lamentarme. Porque sabía que había sido el responsable de mi situación por haber fumado durante tanto tiempo, y no lamentarme me ayudó a aceptar mi situación. A saber que esto es para siempre y que solo te queda o luchar o cerrar la persiana». La transformación física fue brutal. Cuenta que llegó a pesar 100 kilos de tanta cortisona y que le cayó el pelo. No se reconocía. «Verte así cada mañana... Pero tengo un espejo en mi dormitorio, y empecé a sacarme parecidos. El humor es muy importante», comenta.

Lo suyo fue una paradoja. Que tomase la decisión de dejar de fumar sin saber que el cáncer de pulmón ya le había invadido. Y que ese cáncer que pintaba tan mal, hoy esté desaparecido de su cuerpo. «Yo fumé muchísimo durante 30 años, desde los 14 o 15 hasta los 48. Me metí en un programa de la AECC en el cual te enseñan a ir reduciendo progresivamente el consumo, y conseguí dejarlo en marzo del 2017. Empecé a hacer ejercicio, pero yo notaba que me fallaba la pierna, que caminaba dos kilómetros y ya se me quedaba dormido el pie. Y en octubre del 2017, esos pinchazos y manos y pies dormidos pensé que eran por estrés laboral. Me fui al hospital, y ahí comprobaron que tenía ya los pulmones perdidos», relata. Su sensación, asegura, no fue de miedo en ningún momento. Sí de pena. Por su mujer, Andrea, y por sus hijos. Se sentía demasiado joven como para despedirse de la vida.

«LO ACHAQUÉ AL ESTRÉS»

El desencadenante que le hizo ir al médico no fue ni la fatiga respiratoria ni un dolor en el pecho. No es así como da la cara el cáncer de pulmón. «Un día estaba en Vigo con mi mujer y me pegó un pinchazo. Yo no dije nada, pero fue de mucho dolor. Lo achaqué a problemas de tensión y de cervicales. Entré en el hospital pensando que era cuestión de darme un masajito y ya. Me hicieron las pruebas que te hace la Guardia Civil para saber si has bebido, y debí de suspender, porque me hicieron un TAC. Les vi las caras de miedo a las enfermeras. Cuando me dicen que es cáncer de pulmón, evidentemente me quedo en shock», narra Nacho, que recuerda como si fuera hoy esas primeras impresiones de los médicos: «Encima, cuando me meten en un box en el Chuac y le pregunto al médico, me contesta: 'Está muy complicado todo, muy complicado'. Después, ya ingresado, cuando venía el internista y mi mujer salía fuera, yo aprovechaba para preguntar, y me decía lo mismo».

Lo primero fue empezar con radioterapia en la cabeza. El siguiente paso era la quimioterapia, «pero la doctora García Campelo, jefa de Oncología del Chuac, de algún modo apostó por mí y me metió en un ensayo clínico. Era un tratamiento experimental, para que te hagas una idea de la fortuna que tengo», indica. Encajó en todos los requisitos para entrar en él, y se lo administraron cada 21 días durante tres años y medio, hasta mayo del 2021. Entonces acudió a ponerse la segunda dosis de la vacuna contra el covid, y la tormenta se desató en su organismo. «Mi cuerpo estaba inmunodeprimido y se montó tal caos que ingresé con 5-3 de tensión, a punto de una septicemia. Ahí pararon con el tratamiento. Siguieron haciéndome pruebas cada tres meses hasta que llegó la de principios de este año. Seguía sin tratamiento, pero sin ninguna actividad tumoral, estoy limpio. Ahora me dan cuatro meses en lugar de tres para la siguiente prueba, y en mayo haré un año sin tratamiento. Para un paciente de cáncer de pulmón con metástasis en la cabeza, que estaba desahuciado, es todo un éxito», puntualiza. Afortunado es la palabra que más repite para definir cómo se siente, porque el índice de supervivencia en esta enfermedad, aunque cada día es mayor, sigue siendo bajo.

«Durante todo el proceso tuve problemas de psoriasis, mucha fatiga... Tuve que luchar... pues eso, contra un cáncer», describe sin un ápice de autocompasión. Aquel estrés laboral que sentía antes del diagnóstico se quedó atrás. «Aprendí a deshacerme de cosas que no aportaban, a querer a la gente mucho. Y, sobre todo, algo que sorprende cuando la gente sabe que yo tengo cáncer es que me esté riendo todo el día. Eso a la gente yo creo que le ayuda a situarse en el mundo. Como yo cuando veía a una madre consolando a un niño en Oncología. Pensaba: '¿Y yo me tengo que quejar de algo?'», reflexiona.

El cáncer le dio a Nacho una segunda oportunidad, en todos los sentidos. Lleva con su actual mujer, Andrea, diez años. Ambos tenían hijos de relaciones anteriores, y era Nacho el que habitualmente le decía que a ver cuándo se casaban. Lo diagnosticaron el 30 de octubre del 2017 y se casaron el 29 de diciembre del mismo año. No quería aplazar nada más en su vida. Durante todo este proceso Andrea ha sido, señala, «fundamental». La perra que le regalaron su mujer y su hermana fue la que le sacó de casa e hizo que empezase a pasear con más fuerza por Bastiagueiro (Oleiros, A Coruña), donde reside. Así empezó una recuperación que hoy quiere culminar. «La gente asocia esta enfermedad con la muerte. Pero el cáncer es una desgracia tenerlo, y una fortuna a la vez. Te hace ver cosas que antes no veías, el vivir día a día, el no hacer planes. Estoy mejor que nunca, que tiene gracia. No fumo, hago mucho ejercicio, pienso de otra manera, he descubierto amigos maravillosos», relata.

«NO DABAN UN DURO POR MÍ»

De un plumazo, derriba todos los tópicos. «La gente te dice: ‘Es que eres un valiente'. Y no, yo quería vivir. Nunca lloré. Sí recuerdo aquel momento de ir en ambulancia, que me impactó mucho. Me llevaron a Radiología, al Oncológico. Como tienen que apuntar muy bien, te hacen una máscara y la atornillan. Ahí me caían las lágrimas, porque me sentí enfermo, solo, en aquella sala aislada con plomo y unos olores muy característicos... Y cuando llegó la primera primavera en el 2018, estaba en una especie de mirador. Me vino esa ráfaga de viento, el olor a flores, a mar, y empecé a llorar yo solo. No daban un duro por mí», recuerda. Tanto es así que antes de saber que entraba en el ensayo clínico que le salvó la vida, iban a darle quimio paliativa. Lo de Nacho era inoperable y no había opción de trasplante. Pintaba mal. «Recuerdo que cuando estaba ingresado vino mucha gente a verme, muchos a que yo les perdonase o a que yo les pidiese perdón, gente que solo te visita cuando la cosa está muy complicada... Me acuerdo también de cuando mis hijos entraron en la habitación, el pequeño llorando», rememora.

A día de hoy está sano, pero no considera que esté curado. «No tengo ningún tipo de actividad tumoral. Eso no quita que en algún momento pueda volver a tener, o que me tengan que dar tratamiento en algún momento. No me considero curado, me considero paciente oncológico», señala. Es otro Nacho diferente al de antes del diagnóstico. Lo ven los suyos, pero sobre todo él. En ese «estoy mejor que nunca», entran muchas cosas. Un bienestar, sobre todo, emocional: «Me despojé de muchas tonterías. Tomé conciencia de que la muerte nos llegará tarde o temprano, es inherente a la vida. Debemos prepararnos para ese momento con serenidad, y eso debe hacernos vivir el día a día a tope, sin rencor ni tonterías, y sobre todo haciendo felices a los que nos rodean. Esa es la enseñanza que me dejó el cáncer. Vivir sin miedo, despojarse de las 'cosas', y que pasito a pasito, lo bueno llega».