«Somos rusos, estamos en contra de la guerra y tenemos mucho miedo»

Brais Suárez
Brais Suárez MOSCÚ / E. LA VOZ

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La impotencia política de los ciudadanos de Rusia y una represión preventiva silencian el multitudinario «No a la guerra» que suena en las ciudades

25 oct 2022 . Actualizado a las 17:33 h.

Un mes antes del ataque ruso a Ucrania, dos jóvenes llegaban a la plaza Púshkinskaya de Moscú para grabar un vídeo con unos pequeños carteles. En pleno centro, este emplazamiento es emblemático por sus edificios constructivistas, su estatua del poeta Pushkin y la avenida Tverskaya. Pero también por haber concentrado las principales marchas antigubernamentales de los últimos años, donde los moscovitas pusieron a prueba a la policía en el año 2019. Tan pronto ella coge la cámara y él muestra su primer cartel, dos agentes se acercan: «¿Qué clase de sesión de fotos es esta?», dice uno, mientras el otro se queda expectante.

Los policías comprobaban que no se trataba de un piquete individual, una de las pocas formas de protesta válidas desde que se prohíben sistemáticamente las manifestaciones (ilegales, como se apuntilla oficialmente) contra las autoridades. Ahora también este tipo de actos está vetado y ese episodio de enero se destapa como un ensayo de lo que en estos días ya es norma en la capital rusa.

 Púshkinskaya en Moscú o la avenida Nevsky en San Petersburgo amanecen esta semana bajo un sol de primavera, nada acorde con la calma chica que tensa la ciudad. Vallas metálicas, furgones y agentes que vigilan ante cualquier sospecha. Así le ocurrió a A. N. este domingo: «Iba a la manifestación con una pancarta doblada en la que ponía «Ya Protiv» [estoy en contra]. Sin que me diera tiempo a hacer nada, un policía vino y me exigió que se la enseñara», explica. «Mi detención fue absolutamente ilegal; nos llevaron al furgón sin decirnos nada, fueron muy bruscos. Pasamos allí hora y media mientras traían a más gente que tampoco había hecho nada. En la comisaría nos retuvieron trece horas con interrogatorios».

A su lado, su pareja completa: «Creemos que su táctica es castigar a todos, incluso a quien no está implicado, para dar a entender que protestar es muy peligroso». Y cambia de tercio: «En otros países, cuentan que aquí apoyamos la guerra, pero no es cierto». A. N. tampoco se contiene: «Estoy desesperada por que mi país haya entrado en un territorio ajeno y soberano para destruirlo. No acepto nada de esto, de lo que dicen nuestras autoridades, una concentración pervertida del mal, que no se puede comprender. Quiero deciros que estamos en contra de la guerra y tenemos mucho miedo». Piensa en combatirlo, pero si la vuelven a arrestar en un año se enfrentaría a penas de prisión.

7.500 detenidos

Pasaron aquella noche con un extranjero que había bajado a comprar chocolatinas, un adolescente de 13 años y un periodista acreditado, según dicen. Este miércoles, la organización OVD informaba sobre la detención de varios niños de primaria por haber depositado carteles frente a la Embajada de Ucrania en Moscú. OVD es una de las oenegés más activas contra la represión policial y una de las pocas fuentes fiables sobre detenciones: 7.500 desde que comenzó la guerra. También de OVD eran los voluntarios que llevaron agua y comida a A.N. y su pareja durante su detención. «La policía se jactaba de haberlos dejado pasar —recuerdan—; decían que fueron buenos con nosotros y que se lo agradeciéramos». Aunque sí reconocen que, además de una declaración firmada, no tomaron ni sus huellas ni sus fotos. Tuvieron relativamente suerte, pues en otros casos sí recogen esos datos, así como el teléfono y objetos personales, impiden visitas de abogados, los insultan o incluso registran sus genitales.

Así lo explica al digital Meduza el sociólogo Grigori Yudin, que prevé un aumento del descontento social y más manifestantes. De hecho, ante estos riesgos penales y físicos, asegura que son muchos los que salen a las calles: «Esto no es Berlín, donde te llevan en brazos a la manifestación». A. N. se lo toma como un desafío: «Rusia tiene un destino trágico que quizá no nos abandone, pero los gobiernos sustentados en el pánico caen antes o después».  

 No solo ella la que muestra este desconcierto. «Para mí hay una nación y hay un país en el que nací. Estas cosas empezaron a contradecirse. La Rusia de mi cultura, mi música, mi literatura está muriendo bajo lo que ahora se llama la Federación Rusa», comenta una joven de 23 años. «No sé qué hacer». 

 Con todo, de momento la presión policial aumenta y las plazas públicas espantan a los peatones, que las cruzan con rapidez. El desenlace de sus encuentros con la policía, desgraciadamente, ya no se resuelve con la sonrisa burlona de aquella pareja que en enero revelaba en sus pancartas a los agentes: «Felices 60 años, mamá».