Reinventarse a los 50: «Era ingeniera en una multinacional y me fui a la aventura»

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XOAN CARLOS GIL

Ana lo tenía todo.  Un buen trabajo, un buen sueldo, un piso en el centro de Madrid... pero no era feliz y un día decidió romper con su pasado e irse a Tailandia. Ahora ha encontrado su sitio en Tomiño

12 mar 2022 . Actualizado a las 19:52 h.

Como si llevara un traje equivocado, que no era suyo. Que ni le gustaba, ni era de su talla. Así se sintió durante muchos años Ana Belén Pazo hasta que encontró su propia horma. Pero para eso tuvo que pasar por todo un proceso de catarsis hasta llegar adonde está hoy. Ella empezó de cero cuando tenía su vida solucionada. Fue valiente y luchó contra viento y marea, a pesar de que nadie entendía su decisión. Y ahora está en el sitio en el que quiere estar y trabajando de lo que realmente le gusta.

Ana tenía lo que cualquier persona pudiera desear. Una situación más que acomodada: «Estudié Ingeniería de Telecomunicaciones y estuve 16 años trabajando como ingeniera en una multinacional en Madrid. Era indefinida y estaba bien posicionada. Tenía buen sueldo, tenía pluses, estaba bien considerada en mi trabajo, pero no me sentía feliz. Y esa angustia me podía más que la seguridad de tener un buen sueldo». «Al principio decía: ‘¡Qué guay, cómo mola. Esto es lo más! Es como el tope de gama al que había conseguido llegar. Pero después me di cuenta de que eso no era para mí», comenta esta viguesa.

En un primer momento notó «un exceso de competitividad» en el trabajo, que lo achacó al machismo. Pero ese ambiente hostil hizo que ella también cambiara: «Pasé de ser una mujer a ser un macho alfa para poder manejarme en ese ambiente. Y entonces después ya pensé: ‘Es que yo no quería estudiar ni ingeniería'. Yo quería hacer idiomas y viajar por el mundo». Ana no encontraba su sitio y fue cambiando de puesto dentro de la empresa para ver si en otros departamentos se sentía mejor, pero no acababa de estar a gusto: «Era una pelea de gallos en la que yo no estaba cómoda».

Ana entró en crisis, no solo por la situación que tenía en su trabajo: «Me empecé a dar cuenta de que se me desmontaba todo el tinglado. Mis amigos se empezaron a casar y ya no íbamos de viaje. También decidí dejar a mi pareja porque no me veía. Haces la carrera, tienes trabajo, tienes tus ingresos, tus amigos, tu pareja, tu casa... Y ya lo siguiente es que nos casamos, tenemos hijos ¿y se acabó la vida? Como que me han vendido ese paquete exclusivo de que a los 35 se acaba la vida y ya te tienes que poner a tener hijos. ‘Esto no es para mí', pensé». Fue entonces cuando descubrió el coaching, su salvación, y se fue dando cuenta de que su cabeza ya no funcionaba de forma autómata: «Si pasa A, entonces hacemos B, si pasa B, hacemos C. Yo antes buscaba fórmulas para entender a las personas», comenta, y fue así cómo fue desmontando las piezas del puzle de su vida, para ir recomponiéndose poco a poco de nuevo. «Me di cuenta de que estaba muy perdida», dice.

Un buen día decidió que tenía que dejar el trabajo. Eso fue en el 2016: «Llegó un punto que pensé: ‘Al siguiente ERE me voy', porque en estas empresas había ERE cada dos años. Y ahí fue cuando me fui. Me empecé a enfocar en el coaching ejecutivo y de grupos», explica mientras cuenta que aguantó todavía un año más viviendo en Madrid.

Lo que le llevó a irse

Pero sufrió el acoso de una expareja y ahí fue cuando se dio cuenta de que tenía que alejarse: «Yo creía que esto a mí nunca me iba a pasar, que solo le pasa a la gente que tiene muchos problemas en la vida. Pues me coincidió a mí. Ahí decidí irme a Asia. ‘Yo no soy feliz aquí, ahora tengo a este chico agobiándome, me voy'. Y me fui a Ko Pha Ngan, una pequeñita isla en Tailandia. Me fui a la aventura. Alquilé mi casa, vendí mi coche y solté todo. Acabé en una isla que era como un pueblo y al que van muchos europeos. Andabas en moto y todo el día descalza. Me vino muy bien». Porque fue allí donde logró la estabilidad interna que necesitaba. «Digamos que aquí había trabajado la paz mental y allí fue la parte del cuerpo y de las emociones», aclara. Pero un volcán se cruzó en su camino: «Se me ocurrió irme a Bali y fue cuando erupcionó el volcán. De repente, me vi con que mi pasaporte caducaba en seis meses y no podía viajar a Bangkok, la capital, que era donde estaba la embajada para renovar el pasaporte. Y ya no pude entrar de nuevo en Ko Pha Ngan porque en los países asiáticos, si tu pasaporte caduca en menos de seis meses, ya no te dejan entrar». Y tuvo que tomar una decisión. «Me volví a España, así, abruptamente. Y no tenía casa porque estaba alquilada. Entonces acabé en Vigo, en casa de mi madre», comenta, hasta que finalmente pudo encontrar su sitio en Goián, Tomiño.

«Pasé de ser una mujer a ser un macho alfa para manejarme en ese ambiente. Y pensé:‘Es que no quería estudiar ni ingeniería'. Yo quería hacer idiomas y viajar»

«Ahora tengo mi casa y me dedico a ayudar a personas que tienen una familia o gente cerca que es narcisista. Es un abuso sutil que te va minando la autoestima, te va destruyendo como persona y te hace dudar de ti constantemente. Te crea culpas y vergüenzas, que te llevan a pensar: ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?'. Tengo una parte que hago coaching con ejecutivos, pero me dedico principalmente al abuso narcisista», aclara.

Ana se estableció como autónoma en el 2019 y reconoce haber encontrado su sitio: «Feliz, sí. La vida siempre tiene cosas, porque me vine para aquí y justo llegó el covid. Pero como estaba en la naturaleza, pues la verdad es que muy bien. Estoy aquí al lado del río, tengo un paseo muy bonito, puedes hacer de todo. Está muy bien».

Piensa ahora en su vida pasada y se da cuenta de muchas cosas. «La verdad es que alucino un poco de toda la trayectoria. De cómo pasé de vivir en el centro de Madrid y de estar todo el día en La Latina. Tenía mi grupo de teatro, mi grupo de escalada, mi grupo de no sé qué... Pasé de tener esa vida a llegar aquí a Galicia y estar medio aislada. Mis amigos me decían: ‘¿Qué te pasa?' Pero ahora ya tengo mi grupo de baile, de senderismo y vas encontrando tu lugar. Y sobre todo, esa paz interior. Ahora me doy cuenta de que en Madrid no paraba de hacer cosas, y lo que estaba haciendo era no escucharme», confiesa, mientras reconoce que todo lo que ha hecho hasta ahora «eran pasos que tenía que dar» y que se encuentra en otra fase de su vida: «No me arrepiento de aquello, pero estoy a gusto donde estoy. Es una evolución. Antes era como que no acougaba en ningún sitio, como decía mi abuela. Estás con ese come come y todo el día haciendo cosas. Fiesta para arriba, fiesta para abajo, viaje, senderismo, escalada, parapente.... no paraba. No era consciente de todo lo que me pasaba. Miras atrás con el conocimiento de lo que sabes ahora y dices: ‘Claro, esas puñaladas no eran normales', lo que pasaba en la empresa».

Ana ahora puede escucharse y estar en paz consigo misma. Y eso ya es mucho. No todo el mundo puede decir lo mismo.