La revolución verde europea sobrevive a prueba de bombas

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ALBERTO LÓPEZ

Alemania levantará dos regasificadoras y Francia abrirá seis reactores nucleares, pero Bruselas no da marcha atrás: exige triplicar renovables para el 2030

20 mar 2022 . Actualizado a las 17:22 h.

Mientras Rusia bombardeaba Ucrania, la vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño, instaba hace una semana ante la imperturbable mirada de su homólogo alemán, Christian Lindner, a «poner fin al chantaje energético al que nos tiene sometidos Putin». Cada día que pasa, Europa extiende un cheque de 660 millones de euros a Moscú solo por su gas natural, el mismo que cubre el 65 % de las necesidades del país germano, frente al 40 % de Europa y el 10 % de España. Pero, ¿cómo romper ese cordón umbilical energético? Hasta ahora, la Unión Europea (UE) había trazado un plan para reducir las emisiones de CO2 en un 55 % para el 2030 y lograr la neutralidad en el 2050. Claro que, se contaba con la seguridad del suministro del gas ruso para hacer la transición de forma gradual. Los planes han saltado por los aires. Bruselas quiere reducir para este mismo año en dos tercios el gas importado del país del este. Surgen dudas sobre si la guerra desbaratará o acelerará la revolución verde europea. Las señales son contradictorias. Países como Alemania han anunciado que construirán regasificadoras para cambiar el gas ruso por el licuado que viene de Estados Unidos o Catar. El presidente francés, Emmanuel Macron, se ha comprometido a levantar seis nuevos reactores nucleares y Bélgica estudia prolongar la vida de sus centrales atómicas. Se trata de inversiones multimillonarias que se prolongarán en el tiempo. ¿Supondrá un freno para la penetración de renovables?

El profesor de la Universidad de Zaragoza y experto en el mercado eléctrico, José María Yusta, es tajante: «No se va a ralentizar. Al contrario, se va a acelerar [...] Desde el punto de vista económico tiene sentido porque las renovables son las tecnologías más competitivas», sostiene. Su instalación es más barata y se tarda menos en amortizar la inversión. Si es así, ¿por qué este renovado interés por el gas, por ejemplo?

Países como Alemania no pueden prescindir de un día para otro del gas ruso, necesitan una fuente de energía en la que apoyarse mientras aceleran la expansión de renovables. «Alemania necesita el gas para su mix energético así que no le queda otra que levantar plantas de regasificación. Europa está apostando por desligarse de Rusia a medio plazo y la única forma es traer gas licuado», explica.

El hidrocarburo es difícil de sustituir por electricidad porque su uso está muy extendido en industrias como la azulejera, la cerámica, la siderúrgica y hasta se utiliza en cabinas de pintura de automóviles, calderas y hornos. Por eso parece lógico que los países opten por mantener en pie fuentes de generación que garanticen el suministro durante la transición: «Son compatibles perfectamente. Bélgica, por ejemplo, tiene un tercio del mix nuclear, un tercio de gas y un tercio renovable. Si quieren reducir el gas, tiene sentido que apuesten por no apagar las nucleares mientras desarrollan más proyectos de renovables. Necesitan un respaldo», desliza.

 Pisar el acelerador

Los planes de Bruselas son claros: hay que multiplicar por dos la capacidad renovable para el 2025 y por tres en el 2030. Fortalecer las interconexiones, diversificar suministro de gas y acelerar el despliegue del hidrógeno para alimentar las industrias intensivas en consumo de energía. No acaban ahí los deberes. Hay una apuesta clara por el uso masivo de bombas de calor en los hogares y en junio se presentará una nueva directriz europea para llenar los tejados europeos de placas solares.

El sueño de convertir a España en el hub europeo del gas podría desvanecerse

 

C. P.

Ni los elevados precios y desabastecimiento de materias primas ni la segunda vida de las energías de transición (gas y nuclear) quitarán protagonismo a las renovables en los próximos años. Si la burocracia y los plazos administrativos lo permiten, España podría sacar mucho provecho de esa especie de isla energética en la que se convirtió con el paso de los años por el rechazo de Francia a priorizar sus interconexiones con la Península a través del gasoducto MidCat: «Para el 2023 la expectativa es que el precio de la energía en España sea mucho más barato que en Francia o Alemania», señala Yusta. Y es gracias a las renovables.

¿Qué hay de ese deseo renovado de Bruselas de convertir a España en un hub europeo del gas? Un tercio de todas las regasificadoras que hay en la Unión Europea (UE) están en nuestra costa. Por eso se las quiere convertir en puertas de entrada del gas natural licuado (GNL) al continente. Hay impedimentos técnicos y económicos.

España tiene una capacidad de aprovisionamiento diario por gasoducto de unos 800 gigavatios hora (GWh) y unos 1.900 de GNL. Pero la capacidad de interconexión con Francia, vía de salida hacia el continente, es de poco más de 200 (un 10 %). «España no va a ser el hub de Europa [...] La inversión tiene difícil rentabilidad. Construir un gasoducto así lleva muchos años. Es mucho más práctico que cada país con acceso al mar construya plantas de regasificación», señala Yusta. Y recuerda una señal: cuando la UE pidió a Argelia aumentar el flujo de gas, no lo hizo a través de España sino de Italia, que tiene conexión directa con Centroeuropa.

«No existe riesgo de desinversiones en energías renovables»

 

C. Porteiro

Ni Bruselas ni las cancillerías europeas dudan de que la UE necesitan el gas y la energía nuclear para transitar hacia una economía libre de emisiones y, sobre todo, hacia una mayor autonomía energética. Ahora más que nunca. No es fácil reemplazar a un gigante energético como Rusia. Pero, ¿supondrá esa coexistencia un desincentivo para el sector de las renovables? El director general de la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA), José María González Moya, tiene claro que no hay nada que temer: «No existe riesgo de desinversiones [...] Las empresas españolas están comprometidas con la posición nacional sobre las renovables. Tenemos objetivos a 2030 muy ambiciosos. Estamos en la senda de cumplimiento, un poco por debajo, pero vamos bien», sostiene. Hay oportunidades para todas las tecnologías porque el objetivo es doble: cortar los lazos con Gazprom y reducir la huella de carbono. «Las renovables se ven reforzadas porque son buena parte de la solución para combatir la dependencia energética de Rusia y así lo ha reconocido la Comisión en su plan RepowerEU», añade. El plan así lo admite, pero no es menos cierto que no se habla de dinero fresco (nuevas partidas presupuestarias) para financiar estos nuevos objetivos.

Dentro del sector no se teme tanto este giro estratégico que ha forzado la guerra como otros problemas que se vienen arrastrando desde hace tiempo. El más acuciante, denuncian, es la lentitud administrativa y los plazos de autorización de proyectos. La situación es tan grave en países como España que la Comisión ha decido presentar en abril un plan para agilizar los trámites y levantar las barreras a las renovables: «No se pueden eternizar los permisos y que informes de Administraciones tarden años en llegar», se queja González Moya. En Galicia, por ejemplo, se tarda de media entre cuatro y diez años en autorizar un parque eólico, según la Asociación Eólica de Galicia (EGA).

Aún suponiendo que se cumplen las expectativas de la APPA y la guerra apenas tiñe de negro la revolución verde europea, hay otro problema agravado por el conflicto que podría poner en aprietos al sector: la escasez de materias primas y la creciente competencia internacional por conseguirlas.

El níquel —Rusia es su mayor exportador—, aluminio —Rusia es el segundo mayor productor—, el litio o el cobre son algunos de los materiales clave para fabricar baterías de almacenamiento, paneles solares o turbinas eólicas. En las últimas semanas experimentar pronunciadas subidas de precio: «Es verdad que el cobre, el acero, la producción del módulo fotovoltaico se han incrementado, pero viene de antes de la guerra y no vemos que impacten de forma directa en el desarrollo renovable porque son tecnologías muy competitivas en coste», asegura González Moya.