Tania García, especialista en educación: «Para los niños es tan malo el castigo como el premio»

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Dispuesta a cambiar el mundo educativo desde dentro, asegura que «se ha impuesto un adultocentrismo en el que no se respetan las necesidades de los niños», sino que se les trata mediante «gritos, chantajes, y obesionándolos con rutinas y deberes»

27 mar 2022 . Actualizado a las 21:14 h.

Tania García es una de las mayores especialistas en educación, a partir de la evidencia científica, en el ámbito español. Con 14 años empezó como voluntaria en una escuela, y desde entonces, no ha cejado en su empeño de cambiar el paradigma del mundo educativo desde dentro. Combinó sus estudios de Pedagogía, entre otras doctrinas, con un amplio trabajo de investigación socioeducativa de más de 20 años para llegar a la conclusión de que la ciencia es muy clara al respecto: los niños y los adolescentes necesitan ser respetados y tratados con amor, calma para conseguir sus objetivos, si no es así, «las carencias emocionales se convierten en una mochila pesada de por vida». En el 2012 creó Edurespeta, un centro pionero online para padres y madres donde ya se han formado miles de familias. Autora del bestseller Educar sin perder los nervios, acaba de publicar Quiérete mucho, donde brinda las herramientas y los conocimientos necesarios para entender los distintos aspectos que conforman la autoestima así como para aprender a fomentarla.

 —¿En qué medida somos responsables los padres de la autoestima de nuestros hijos? Es decir: ¿se «hereda»?

—Lo somos y mucho. La autoestima se construye y fortalece a través de dos vías principales: la primera, mediante el trato que les demos a nuestros hijos y, la segunda, del ejemplo que les aportemos. Si nos machacamos continuamente por cada error que cometemos, no ponemos límites a otras personas de nuestro alrededor que tengan comportamientos que no nos gusten, o no nos aceptemos y sintamos en paz con nosotros mismos, nuestros hijos acabarán viendo esto como un ejemplo de ‘lo normal', aceptándolo como propio, y absorbiendo este modelo.

 —Hablas de autoestima baja y mediana, ¿es imposible tenerla alta?

—También hablo de la autoestima saludable y real, por la que debemos trabajarnos y enfocarnos, claro que no es imposible, de hecho, la necesitamos para estar bien.

 —¿Cómo identificamos cuando una persona tiene la autoestima correcta?

—Cuando se acepta y es consciente de tal y como es, con sus defectos y sus virtudes; cuando no se fustiga con culpa cada vez que comete un error, sino que intenta usar esa emoción para evitar que se repita; cuando ponemos de forma eficaz límites asertivos a aquellas personas que nos hacen o dicen aquello que creemos no es correcto; cuando disfrutamos de nosotros mismos y nos sentimos en paz con quienes somos. Sin embargo, una persona con autoestima baja no sabe defender sus derechos ni sus opiniones, carece de equilibrio emocional, se deja llevar por lo que digan los demás, tiene miedo constante a las críticas o suele llenarse de ira y de pensamientos negativos todo el tiempo, entre otras muchas características.

 —Hoy en día los padres no educamos hacia una autoestima correcta, ¿no?

—En general no, falta mucho conocimiento real sobre educación emocional y así es imposible que se eduque correctamente. Además, a día de hoy aún hay mucho adultocentrismo implícito en nuestra sociedad y no se respetan las necesidades emocionales, cerebrales y físicas de los niños, a los que se trata mediante gritos, chantajes, amenazas, castigos, manipulaciones, ignorando sus emociones, obsesionándonos con rutinas, deberes y exigencias... Esto, por supuesto, influye negativamente.

 —¿Amamos como nos amaron?

—Absolutamente. Educamos como nos educaron. La mayoría de padres y madres adquieren unos conocimientos sobre lo que es falsamente adecuado, o no, a raíz de cómo han sido educados y de la experiencia vivida, eso nos conduce directamente a repetir patrones. La concepción adultocentrista en la que está normalizado gritar, dar un cachete, chantajear, amenazar para que haga, diga o sienta las cosas tal y como los adultos mandan es la manera en la que la mayoría de adultos de hoy en día hemos crecido. Una concepción de la educación que no guarda ningún tipo de coherencia ni lógica con lo que los estudios científicos indican sobre cómo funciona y qué necesita realmente el cerebro de un niño para desarrollarse emocional, física y mentalmente sano, pero que, sin embargo, repetimos socialmente sin análisis ni reflexión al respecto.

"En general, no educamos hacia una correcta autoestima”

—¿Es posible aportarles a nuestros hijos aquello que tuvimos en falta?

—Por supuesto, pero para ello el primer paso es aceptar lo que nos faltó. Muchas personas que han sido educadas a través del adultismo se dan cuenta cuando son madres y padres de que no es lo que sienten que deben dar a sus hijos. Además, cuando acuden a la evidencia científica comprueban que realmente las sensaciones que tienen son ciertas y que la ciencia ha demostrado que comportamientos como el castigo, el chantaje, la amenaza, la agresión física, las etiquetas, las comparaciones… no son más que un abanico de patrones perjudiciales para el correcto desarrollo emocional de la infancia. La mano dura no educa, nunca. La mano dura nunca les aportará una autoestima saludable.

 —¿Los miedos de nuestros hijos son nuestros miedos?

—Más bien «los miedos de nuestros hijos deberíamos tomarlos como nuestros». Si nuestro hijo tiene miedo a quedarse a oscuras en la noche, es normal que no sintamos la oscuridad como un peligro desde nuestra visión adulta, pero eso no quita que deberíamos respetar eso que está sintiendo nuestro hijo y comprender que ese miedo que tiene es tan real como el que podríamos sentir nosotros por cualquier otra razón adulta. Nos necesitan. Por otro lado, sí, también les impregnamos con nuestros propios miedos generando en ellos más miedos, inseguridades y baja autoestima.

 —Hay etapas, edades, en las que la autoestima corre más peligro… ¿En la adolescencia, por ejemplo?

—La adolescencia es una etapa de cambios, de autoconocimiento, de experimentación. Es la mayor transición vital que vivimos, una etapa que dura muchos años (de los 12 a los 21 años). Además, la principal dificultad para ellos es la estigmatización que hay hacia su etapa, un hecho que les lleva directamente a la incomprensión social, y por ende, a la baja autoestima.

 —¿Qué podemos hacer ahí los padres?

—En primer lugar no estigmatizarlos, no etiquetarlos o verlos como personas desconocidas y, sobre todo, no verlos como adultos, porque no lo son. Necesitamos afianzar el vínculo que ya hemos creado durante la infancia y seguir amándolos y aceptándolos de manera incondicional, demostrándoselo a su vez de esta manera. Lo más importante es entender por lo que están pasando y que no nos moleste el hecho de que quieran privacidad, intimidad, o que se refugien en sus amigos.

 —¿El principal enemigo de la autoestima de nuestros hijos son los gritos?

—Hay varios. Los gritos podrían ser uno de los más visibles, pero hay otros tremendamente dañinos como las etiquetas o las comparaciones, el no besarlos ni abrazarlos, la presión académica, o no expresarles la confianza que necesitan de nosotros no permitiéndoles tomar decisiones rutinarias del día a día.

 —Explícanos otra vez, por favor, que es posible educar sin gritar….

—¡Por supuesto que lo es! El gran problema es que cuando hemos sido educados mediante gritos y cuando en la sociedad impera un adultocentrismo social, en el que nos creemos superiores a los niños, es realmente complicado pensar que hay otra manera de hacerlo si no nos formamos. Es importante señalar que no hay una receta mágica, sino que requiere de un trabajo interior muy importante por parte de las madres y los padres, pero desde que lancé hace casi 10 años formaciones con este objetivo, han pasado miles y miles de madres y padres, que lo han conseguido y, hoy, han transformado al completo el día a día en sus familias, forjando una relación basada en el vínculo, en el respeto y en la autoestima saludable de todas las partes.

 —¿Tan malo es el castigo como el premio?

—Exactamente. Se tiende a pensar que no, pero si lo analizamos, nos damos cuenta de que un premio no es más que una recompensa condicionada a si nuestro hijo ha hecho lo que nosotros pretendíamos que hiciera. No deja de ser tan manipulador como el castigo y pretende dirigir su conducta, no acompañarla. Si queremos regalar a nuestros hijos un viaje a Disney o una bicicleta y se lo imponemos como un objetivo a conseguir, como si fuera un bonus por objetivo de un comercial, estaremos imponiéndoles la presión por agradarnos, por hacer lo que nosotros queramos que hagan y de ahí la similitud con el castigo, ya que la no consecución de un premio es un castigo en sí mismo. Regalémosles a nuestros hijos algo por ser quiénes son, por significar lo que significan en nuestras vidas, por el amor incondicional que les tenemos, pero condicionarlo a algo solo demuestra que habrá momentos en el que ese amor sea mayor o menor en función de cómo nos hayan complacido sus comportamientos. Esto les conduce, indudablemente, a la baja autoestima.

 —¿Cuál es la principal herramienta para mejorar la autoestima en el día a día?

—Hay decenas, pero destacaría demostrar el amor y la aceptación incondicional que todo hijo necesita de su madre o padre. Ese amor no se transmite con un «te quiero», aunque por supuesto es necesario, sino con acciones, con confianza, con empatía, con ejemplo, con ética, amabilidad, cariño, contacto físico, escucha, tolerancia, coherencia y respeto.