Lea, madre tras 12 abortos: «Mis hijos son un milagro»

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Lea, embarazada de su hija, Sasha, que acaba de cumplir un mes de vida
Lea, embarazada de su hija, Sasha, que acaba de cumplir un mes de vida

LOS 14 EMBARAZOS DE LEA han sido un duro camino que ha tenido una doble recompensa. Enzo, de 3 años, nació el día de la Mujer, para cumplir el deseo más grande de su madre, que sufre varias enfermedades y las descubrió todas a los 25. Tras Enzo, llegó Sasha «por sorpresa»

16 abr 2022 . Actualizado a las 19:53 h.

Enzo es un milagro para Lea, que ve en él la forma exacta de un sueño perseguido durante años, el sueño de ser madre tras 12 abortos. Pero Enzo, ese regalo de la vida que tiene ya 3 años, es el resultado de la perseverancia de esta joven de 28 y del saber y los medios de la ciencia; en concreto, de la visión de la jefa y el equipo del servicio de Inmunología Reproductiva del Clínico San Carlos, de Madrid, de la red pública. «Enzo y Sasha son un milagro», redobla Lea. Su primer hijo, Enzo, ha traído una hermanita inesperada bajo el brazo: Sasha, que acaba de cumplir un mes. «Con lo que me costó tener a mi hijo, nunca esperé tener dos. Por eso con Sasha el milagro aún me parece más grande», valora su madre. Enzo fue el fruto de un duro embarazo, con pérdidas y miedos, tras una carrera de fondo por tenerlo. La odisea maternal de Lea comenzó cuando ella tenía 20 años. «Quería ser madre joven. Con 20 años, estaba con mi pareja estable y nos planteamos ser padres —comienza—. Yo me quedaba embarazada fácilmente, pero los perdía». La inmunóloga Silvia Sánchez-Ramón, del Clínico San Carlos, fue quien tiempo después la ayudó entender por qué su cuerpo sufría abortos más precoces en cada intento. En el médico, al principio a Lea le decían que no debía preocuparse, porque era muy joven y se quedaba embarazada con facilidad. Así, afrontó cuatro principios de gestación. «Yo no lo entendía. Decía: '¡Será al revés!'. Yo quería que me vieran, porque siendo tan joven no me parece normal [con la edad aumenta el riesgo de aborto, que se calcula en torno a un 10 % con menos de 30 años]. Yo no dejaba de preguntarme: ‘¿Por qué me pasa esto?’. Luego ves que es más común de lo que parece, pero no se habla de ello». Por eso Lea cuenta su lucha, para que nadie se venga abajo al sentirse el único en esto.

«Yo no dejaba de insistir a mi médico de cabecera para que me mandaran a una unidad especializada. Tanto insistí que me mandaron a la unidad de fertilidad del Clínico», recuerda. Allí le hicieron un cariotipo a ella y a su pareja y vieron que Lea tenía un tabique en el útero. Se sometió a una histeroscopia para que le eliminasen este tabique, pero su embarazo siguiente, el quinto, acabó truncado. Llegó un sexto, y tras él Lea fue derivada al servicio de inmunología. No hay palabras que den espacio al maratón emocional que afrontó. «Lo pasé mal, no solo por los legrados. Cada vez que intentas quedarte embarazada, el cuerpo se prepara y empieza el baile de hormonas. Es un desgaste físico y psicológico. Está el miedo y esa culpa de ‘¿Por qué me pasa esto a mí?’», comparte.

La suerte empezó a gestarse en el 2015, cuando la derivaron a inmunología del Clínico. «Ahí, por fin, en las pruebas salió algo...», cuenta. Lo que salió fueron una serie de enfermedades en Lea, que impiden que sus embarazos lleguen a término. «Desde pequeñita, siempre he tenido tendencia a enfermar fácilmente. Tengo una enfermedad que necesita tratamiento crónico, una inmunodeficiencia humoral primaria con déficit de inmunoglobulina G (IgG)», lo que se traduce en que sus anticuerpos, cuando está enferma, no actúan normalmente ante un virus. Este diagnóstico crucial, junto al de la trombofilia, llegó para Lea a los 25 años. Desde entonces, «gracias a Silvia Sánchez-Ramón», subraya, Lea sabe que tiene no una enfermedad, sino varias: la de Crohn, inmunodeficiencia humoral primaria, intolerancia al gluten en el embarazo («Comer gluten me provoca el aborto», explica) y síndrome antifosfolípido («Mi cuerpo percibe el embrión como un virus y por eso lo ataca»). Sus hijos, según su inmunóloga, no heredarán estas enfermedades. Tras los diagnósticos, Lea hizo un par de intentos de quedarse embarazada de forma natural, y sufrió otros dos abortos. «Y llega un punto en que ya no me siento capaz. Necesito parar», revela.

«CADA SEMANA ERA UN LOGRO»

Tras año y medio de descanso en el intento, en el 2018 Lea volvió a su inmunóloga, hizo una FIV (fecundación in vitro) y un DGP (Diagnóstico genético preimplantacional) para descartar anomalías genéticas. En el proceso, se lograron diez embriones y cinco de ellos se implantaron. Lea se quedó embarazada una primera vez en esta recta final, pero no salió adelante, a continuación sufrió un embarazo ectópico y tras este la derivaron a la unidad especializada de alto riesgo en el Hospital La Paz. Tras un tercer intento infructuoso de FIV, Lea y su pareja decidieron llevar a cabo relaciones programadas en un cuarto intento. Y consiguió quedarse embarazada de Enzo. El milagro se obró pero no sin esfuerzo. Lea debió permanecer todo el primer en la cama, a causa de los sangrados, con riesgo de aborto. «En la semana 9 se le paró el corazón a uno de los hermanos, porque venían gemelos. Pensaron que Enzo no iba a salir adelante, pero reabsorbió al hermano y a él no le pasó nada», detalla. A partir de la semana 18, comenzó con contracciones. Tras ocho meses en la cama, con el miedo como indeseable compañero, llegó el bebé tan buscado. «Para mí cada semana de embarazo era un logro», asegura Lea, que hasta la semana 25 no se atrevió a comprar nada para su niño, pero sí a escoger un nombre. En la semana 29, estuvo una semana ingresada por amenaza de parto prematuro, pero Enzo aguantó tres semanas más. Y nació en la 33, en un parto rápido, sano, sin necesidad siquiera de pasar por la incubadora.

La niña de los ojos de Lea, Sasha, llegó por sorpresa, en plena pandemia, sobresaltando a su madre, que no contaba con quedarse embarazada tan pronto, y menos naturalmente. «Yo no estaba tomando la medicación y tenía mucho miedo a perder al bebé después de lo que habíamos pasado», explica. Este segundo embarazo exitoso fue casi un camino de rosas comparado con todo lo anterior, como final de un recorrido espinoso. «Tener a Enzo me ayudó, tener que atenderle a él me distrajo, me hizo más llevadero el embarazo de Sasha, valora Lea, que asegura que todo el esfuerzo por ser madre ha merecido la pena, la pena incluso de tener que seguir tomando medicación durante el posparto. Porque la maternidad es exigente con ella también en el puerperio. Ahora, con 14 embarazos y dos milagros a los que criar, Lea se da por satisfecha. La vida tiene su magia y también su ciencia.