Javier Urra, psicólogo: «Si te da miedo quitarte la mascarilla, tienes que ir trabajándolo»

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Javier Urra
Javier Urra XOÁN A. SOLER

«Hay grupos que son asociales y no les gusta el contacto con la gente, hay personas que lo han pasado bien en el confinamiento», expone el experto, que ahora trata
a aquellos que tienen pánico a salir de casa tras el covid: «Tienen agorafobia»

30 abr 2022 . Actualizado a las 10:13 h.

Está acostumbrado a tratar a padres e hijos en conflicto, ha sido defensor del menor, pero como psicólogo clínico, Javier Urra tiene en su consulta a mucha gente que ha sido golpeada por la pandemia. «Hay personas mayores —advierte— que tienen pánico a salir de casa, que sufren agorafobia, y también jóvenes que se han empantallado y que no saben lo que es tener una comunicación real, cara a cara, con otros jóvenes». Urra asegura que el miedo no se puede evitar, pero sí combatir, en el caso de que ahora tengamos problema para incorporarnos a la normalidad de no llevar mascarilla.

—¿Hay mucho miedo en la calle aún con el covid?

—Bueno, hay gente que sí lo tiene, y otra que no. La situación ha ido poco a poco aflojando, la situación de normalidad es a lo que el ser humano tiende siempre. Tendemos a olvidar, si observas, vivimos el confinamiento y tuvimos la impresión de que iba a ser muy vívido, una imagen recurrente en nosotros, pero el tiempo pasa y esa idea se diluye. Entra como una neblina. Luego pasamos la pandemia y ha habido otra situación terrible, que es la guerra de Ucrania, y todo eso hace que se vaya diluyendo. Recordemos que los niños no querían ir al colegio cuando les dijimos que en la calle había un virus que mataba. Todo eso se ha normalizado en general.

—No para todo el mundo ha llegado la normalidad.

—Hay personas que tienen miedo, un miedo profundo, porque han caído enfermos o porque tienen una característica seria de personalidad o porque son enfermos crónicos con otras patologías que el virus podría hacerles empeorar. A esas personas les va a costar mucho. ¿Qué les va a costar? Ir viendo que todo el mundo normaliza la conducta, que no lleva la mascarilla y que no va pasando nada. Eso requiere asegurarse en el tiempo, requiere tiempo.

—¿Quieres decir que este paso de cien a cero, de quitarse la mascarilla, algunas personas no lo pueden hacer de golpe?

—Claro, claro. Necesitan tiempo, una garantía, necesitan confirmarse ellos mismos. Y luego hay un grupúsculo pequeño que ha estado bien así. Que le ha gustado el confinamiento, porque es gente asocial, que no le gusta la gente, que prefiere el trabajo en su propio hogar, que le parece bien la mascarilla y tener esa distancia social con los demás. Hay personas hipocondríacas, que son compulsivas con la limpieza… Hay grupos que son asociales y no les gusta el contacto con la gente, hay personas que se lo pasaron bien en el confinamiento. No lo pueden decir mucho, porque quedan fatal, pero son grupos minoritarios. La mayoría quiere volver a la normalidad, darse abrazos y besos, tocarse. El ser humano es muy instintivo, es de contacto y de piel con piel, por lo tanto, hemos echado de menos todo eso.

—La gente que es así, asocial, ¿lo ha descubierto en la pandemia? ¿Es una consecuencia de este proceso? ¿Se ha recrudecido su comportamiento?

—No, no. Ya eran así. El temperamento no se modifica a lo largo de la vida, puede haber personas que hayan visto que el confinamiento era grato, que han disfrutado ese momento: estoy con mi pareja en casa, trabajo en chándal, no tengo que ir a la oficina en coche… Hay otra gente, en cambio, que lo que quería era lo contrario: coger el coche, ir al trabajo, discutir con el jefe, tomarse un café con los compañeros… Son posicionamientos. Pero el temperamento no cambia. La pandemia lo que ha hecho es conocerte un poco más a ti mismo, pero no cambiar.

—Cuando nos dijeron que podíamos salir a la calle sin mascarilla, hubo gente que siguió llevándola. Y ahora sucede lo mismo: la podemos quitar en el interior, pero muchos la siguen usando. ¿Están bloqueados en eso?

—No, porque lo que te dicen es que no tienes la obligación de llevarla, no que no has de llevarla. Ellos sienten que es una manera generosa de no transmitir nada y al mismo tiempo de protegerse. ¿Puede llevarse esto al extremo paroxístico? Esa es la enfermedad, son casos patológicos que tratamos los psicólogos clínicos, pero son casos reducidos. La gente que es más conservadora en eso la dejará un tiempo y poco a poco se diluirá, pero mientras tanto no piensas que no tienen que ponerse en riesgo o poner en riesgo a los demás. Es un proceso de pensamiento. Cada uno ha confirmado su forma de ser.

—¿Pero no crees que alguna gente se ha aislado mucho?

—Sí, hay personas mayores que casi no salen a la calle. Eso la sociedad no lo sabe, pero nosotros, los psicólogos, sí. Lo vemos, nos llaman, y ha generado una auténtica agorafobia, están muy encerrados. Salen solo al médico y a por el pan, pero no salen, eso no es noticia porque no se les ve.

—Esa gente necesita ayuda.

— Sí, nos la demandan. La gente ha cogido pánico y no quiere salir a la calle. Muchos jóvenes están mucho más empantallados porque se han dado cuenta de que los chicos y las chicas pueden tener una relación sin estar cara a cara, sin los conflictos que supone el contacto personal, están equivocando lo que es la verdadera comunicación entre personas y solo se hablan a través de redes sociales. Claro, por eso me has llamado a mí, porque soy psicólogo clínico [risas].

—Entiendo que la agorafobia hay que ir enfrentándola saliendo a la calle.

—Al final sí, pero tienes que hacer un proceso: tener un pensamiento alternativo, visualizar las cosas, entender que tus miedos son infundados, igual que subir a un ascensor o a un avión: hay que hacerlo para asegurarse de que has vencido ese miedo. Pero tienes que ir de la mano, se consigue, no es una patología que tenga mal pronóstico.

—Hay quienes dicen: «Si tienes miedo [a quitarte las mascarilla], póntela». ¿No sería al revés: «Si tienes miedo, quítatela»? Porque se supone que tienes que vencer ese miedo.

—Bueno, eso es muy complejo. El miedo llega directo a la amígdala cerebral y es algo instintivo, tú puedes trabajar el miedo, pero no puedes prohibir el miedo. Nadie puede impedir que lo tengas, otra cosa es que lo trabajes y lo venzas. Si dos tíos atacan a tu nieto, tú tienes miedo, pero te interpones entre ellos para defenderlo, pero tú estás muerto de miedo. Aunque tengas un gesto valiente. El miedo es directo porque llega a la amígdala. Así que si tiene miedo, póngase la mascarilla. Pero, oiga, una vez que se la ha puesto, trabaje eso. ¿Te genera algún problema llevarla? Si no te lo genera, no pasa nada. Ahora, si te genera un problema, porque eres el único en el trabajo que la lleva y todo el mundo te mira, y si quieres quitarte la mascarilla, pero tienes miedo, entonces tienes que ir trabajando eso. Desde una racionalización, el miedo se puede combatir y vencer, pero no se puede evitar.

—Hay gente que tiene otros complejos y se está escudando en la mascarilla, se ha visto que hay jóvenes que no se la quieren quitar. ¿Por qué?

—Yo creo que mayoritariamente es por miedo al covid, no creo que sea por estética… Puede haber grupos minoritarios, puede ser una autodefensa para tener menos contacto, hay gente que no quiere que les toquen y ser tocados, esto es muy llamativo. Hay gente a la que le gusta ir encapuchada y que no se le vea y pasar por el anonimato. Tenemos desde la gente que quiere pasar desapercibida al verdadero exhibicionista. Pero yo creo que la mayoría de los procesos mentales de la gente que quiere llevar la mascarilla es porque piensa que le protege, primero, y en algunos casos porque cree que puede salvaguardar a los demás. La labor del psicólogo es captar lo inobservable y lo que no se expresa, la gente dice unas cosas pero siente otras. Y ahí estamos nosotros.

—La oficina se ha convertido, dicen algunos, en teletrabajo presencial. Apenas hay contacto con la gente.

—Sí, pero nos adaptaremos. El ser humano se adapta a todo, no somos una especie más fuerte que los demás, sino mucho más flexible. Las empresas han visto que alquilar unas oficinas cuesta un dineral y la gente que está en casa ha comprobado que no pierde tiempo en trasladarse, en una comida fuera de casa, y hay profesionales a los que les encanta estar con compañeros y diferenciar el hogar del lugar de trabajo, eso es lo bonito del ser humano, que somos muy distintos. Siendo parejos en lo que reímos y lloramos, somos muy diferentes. Por tanto, se van poniendo normas y la gente se adapta a todo, pero no siempre está convencida de ello.

—¿Somos muy obedientes?

—¡Claro! La gente llega a la rotonda, espera, gira, se para en el semáforo rojo. Muy poquitas personas incumplen. Mira si somos obedientes que nos dijeron que nos confinásemos y todo el mundo se quedó en casa. La gente es incapaz de rebelarse, este es un tema para otra entrevista. La gente lleva bien que hayan puesto cámaras en la calle para ganar seguridad, perdiendo intimidad. Hoy es casi imposible que no se sepa dónde estás en cada momento.