Olatz Rodríguez, exgimnasta: «Si merendaba una pieza de fruta entera, me sentía culpable»

VIRGINIA MADRID

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«El día que me ingresaron estaba feliz, porque ya no iba a estar sola frente al monstruo», confiesa Olatz tras atravesar el infierno de su trastorno de la alimentación. La presión se volvió insoportable para ella: «Traté de evadirme de todo dejando de comer»

30 may 2022 . Actualizado a las 20:06 h.

Amante de los libros, la música y la naturaleza, Olatz Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 2003), dice sentirse de nuevo ilusionada gracias a sus estudios de Medicina. Tímida e impresionada por el revuelo que ha causado su libro Vivir del aire, en el que cuenta cómo tuvo que abandonar la gimnasia tras ser diagnosticada de anorexia nerviosa, confiesa cómo vivía su miedo a la báscula: «Cuando nos decían que habíamos subido de peso, aunque fuesen doscientos gramos, ya era una decepción, y nos tocaba comer menos». Olatz formó parte del equipo de la Selección Española de Gimnasia Rítmica individual y fue finalista en el Campeonato de Europa del 2018, pero en el 2020 abandonó la competición oficial tras ese ingreso de urgencia que lo cambió todo.

—Empezaste en la gimnasia con 7 años, ¿ya desde tan pequeña soñabas con ser campeona?

—Sí, empecé en la gimnasia siendo una cría. Era una niña muy inocente, muy dispersa e introspectiva, pero recuerdo aquellos años muy felices, aunque nunca soñé con ser campeona. De hecho, para hacer el libro, mi madre me recordó que cuando tenía una competición me ponía insoportable, que no quería, que no quería. Ha sido así desde siempre. Yo me lo pasaba bien entrenando con mis compañeras, pero mi objetivo nunca fue ser campeona o ganar una medalla, porque para mí la presión era insoportable. Deseaba no tener que competir.

—Entonces, ¿la presión se convirtió en tu peor enemigo?

—Eso es. No entendía lo de tener que medirme con mis compañeras, unas contra otras. No me parecía justo, porque en una competición hay tantos factores que no se tienen en cuenta... Puedes encontrarte mal, o los nervios te pueden jugar una mala pasada. Cuando daba la casualidad que subía al podio, yo me sentía mal. No me sentía feliz, no veía ninguna recompensa al hecho de competir. Para mí lo realmente importante estaba en entrenar, en pasarlo bien y en disfrutar de la gimnasia.

—¿Cómo era un día normal en el Centro de Alto Rendimiento?

—Entrenaba de lunes a domingo, unas cinco horas y media. Además, tenía mis estudios, hacía trabajos y preparaba mis exámenes de bachillerato. Mi ritmo era tremendo y caía rendida en la cama, pero también estaba feliz, porque la gimnasia era y sigue siendo mi pasión.

—¿Cuándo cambió tu percepción de la gimnasia y de la competición?

—Cuando empecé a crecer y a madurar. Comencé a querer mejorar en numerosos aspectos de mi vida, pero al mismo tiempo no me veía capaz, no me veía suficiente. Yo observaba que bajar de peso podía ser algo positivo, tanto por lo que había visto en mi ámbito deportivo como social. Normalmente, cuando ves a alguien y le dices que ha adelgazado, esa persona se alegra, y eso es algo que inconscientemente nos influye. Se nos va creando esa idea de que adelgazar quizás sea algo bueno. Yo no me veía capaz de hacer nada, no sabía gestionar ese sentimiento, ese malestar, no era capaz de comprender la realidad. Y traté de evadirme de todo eso dejando de comer.

—Y es cuando empiezas a eliminar determinados alimentos de tu dieta.

—Sí. Comencé eliminando el pan, las pastas, las galletas. Y tras seis meses de ir eliminando cada vez más alimentos de mi dieta, pasé a alimentarme solo de verduras, proteínas y lácteos, midiendo las calorías de todo aquello que comía. Al final, mi menú diario consistía en un yogur vegetal con unos pocos copos de avena para desayunar. A media mañana, en el colegio, me tomaba una loncha de jamón de pavo. En la comida, solía tomar verduras y medio filete. A media tarde, tomaba media fruta, porque no me atrevía a tomar una pieza entera, ya que me sentía culpable. Y por la noche siempre, siempre una tortilla francesa de un huevo con una loncha de jamón york. Me pasaba el día revisando calorías.

—¿Cómo disimulabas delante de tu familia?

—Para no comer, mareaba la comida en el plato, dándole vueltas y diciéndoles que me dolía el estómago y que no podía comer. Aún así, mi madre sabía que me pasaba algo, y recuerdo que me decía: «Hija, por favor, tienes que comer más, vas a enfermar si sigues así».

—El hecho de os que os pesaran todas las semanas en el CAR (Centro de Alto Rendimiento) tampoco ayudó, ¿verdad?

—Fue otro factor más que hizo que cayera en la anorexia nerviosa. El gran miedo de todas las gimnastas es la báscula. Cuando nos decían que habíamos subido de peso, aunque fuesen doscientos gramos, ya era una decepción y nos tocaba comer menos para estar en el peso. Más presión, más exigencia...

—¿Ese enorme nivel de exigencia que hay en el deporte de alta competición pudo provocar que cayeras en la anorexia nerviosa?

—Creo que sí. Al final, es un ambiente en el que se tiende a que la persona busque la perfección, y todos sabemos que la perfección no existe. Yo donde vaya, me voy a exigir demasiado. Y creo que esa autoexigencia la he podido desarrollar para paliar ciertos sentimientos de inseguridad y de no saber afrontar la realidad, o de no querer o no poder entenderla. Eso me ocasionaba sensaciones muy desagradables que no sabía cómo gestionar, y acudí a la comida como fuente de satisfacción sabiendo que al menos algo podía controlar.

—Y el 8 de enero del 2019 fue cuando te ingresaron de urgencia en el hospital.

—Sí. El día anterior mis padres y yo tuvimos una conversación, porque necesitaba ayuda urgente. Me mareaba continuamente, mi piel estaba pálida, mis uñas y mi pelo estaban muy frágiles y apenas podía concentrarme. Esa noche hice un test en internet, puse mi peso y mi altura, y el índice de masa corporal que me salió de resultado era tan bajo que sugería un ingreso médico inmediato. Pesaba menos de cuarenta kilos. Entonces, respiré, me puse contentísima. El monstruo no iba a desaparecer, porque me ingresaran, pero ya no iba a estar yo sola frente a él. Íbamos a ser todo un ejército.

—Pusiste punto y final a tu carrera como gimnasta profesional. ¿Ha sido la decisión más difícil de tu vida?

—Fue el 9 de marzo del 2020 y fue un momento muy complejo y triste. Pero tuve que aceptarlo, porque no podía seguir adelante, mi bienestar es lo primero. Tenía que cuidarme y ser feliz.

—¿A qué te aferraste en los peores momentos de la enfermedad?

—A mi familia. Cada uno me aportaba su cariño y apoyo a su manera. Mi madre me dio mucho cariño y comprensión, de mi padre me quedo con sus reflexiones, mi hermana ha sido mi pilar positivo, siempre dándome ánimo y optimismo. Y mi abuela, su protección y ternura incondicional. También me he refugiado en mis estudios, la lectura y la música, que me apasionan.

—¿Cómo es la nueva Olatz?

—Es una chica que en estos momentos está muy ilusionada con la carrera de Medicina, que sabe que todavía tiene cosas por arreglar a nivel emocional, pero sobre todo que está rodeada de gente que le quiere y le apoya. Está cargada de nuevos sueños por cumplir y siempre, pase lo que pase, será gimnasta. Aunque ya no compita.