María Elena Badillo, psicóloga: «Estamos programados para pensar que el amor real nos genera ansiedad»

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Maria Helena Baena

Harta de complacer a los demás, un día decidió iniciar un «viaje» para encontrarse a sí misma. A día de hoy asegura que vive una vida plena, sin embargo su camino no ha terminado. «Soy muy buena para dar, pero no sé recibir. Me siento culpable, pero lo estoy trabajando», dice

20 ago 2022 . Actualizado a las 17:38 h.

Hace dos años la vida de María Elena Badillo (Colombia, 1982) giraba en torno a todos: su jefe, su esposo, el político de turno, sus compañeros... «todo menos ella». Hasta que decidió iniciar un viaje, que todavía continúa —sigue trabajando en ella, aunque ya no lo hace a través del dolor— para conseguir llevar una vida plena. «La gente piensa que es una utopía, consideran que es una vida en la que nunca vas a enfermar, a sufrir por la muerte de un ser querido, sin preocupaciones económicas... Pero no. Una vida plena es asumir con una profunda paz interior lo que está ocurriendo, sea bueno o malo». Para ayudar a otros a liberarse de ese sufrimiento, que ella también experimentó, la psicóloga y experta en crecimiento personal, que acaba de publicar También es posible para ti, dirige el Centro de Bienestar Emocional, cien por cien virtual, desde donde acompaña a personas de cualquier parte del mundo a transformar sus vidas. 

—¿Cómo resumirías tu vida de antes en una frase?

—Complacer a los demás, y desconocerme a mí misma.

 —Dices: «Vivía preocupada por combinar los tacones y la cartera con el outfit del día, contando calorías y comparándome con otros». Da una idea de dónde partías.

—Así es, es que cuando tratamos de cumplir con lo que creemos que nos va a dar bienestar, nos perdemos a nosotros mismos. La verdadera felicidad es plenitud, y la plenitud es libertad. Jamás podrás ser libre si pretendes encajar dentro de lo que tienes que cumplir para poder recibir una migajita de aprobación o un poquito de afecto. Somos víctimas de nuestra propia cárcel, que es dejar de ser quienes verdaderamente somos para tratar de obtener el favoritismo de los demás.

 —¿Tu yo del pasado sufría con este tipo de vida?

—Claro, era una drama queen. Era una mezcla de un 10 % de satisfacción y un 90 % de sufrimiento. Era «guau lo logré, pero cuanto esfuerzo y lágrimas me costó» o «tengo el matrimonio, pero preferiría no estar con mi esposo este fin de semana». O estaba en casa tranquila, y cuando llegaba por la noche, decía: «Se me acabó la paz». Y al mismo tiempo pensaba: «¡Pero si tienes el esposo que muchas mujeres quisieran tener!». Y era un gran hombre, pero no éramos compatibles. Había un sentimiento constante de «qué buena soy, porque lo que tengo me ha costado tanto, me he sacrificado tanto por mí y por lo demás», pero en realidad era un juego de la mente para tomar un papel de víctima y no tomar las riendas de mi vida.

 —¿Cuándo te hizo clic la cabeza?

—Un día sientes que la última gota derrama el vaso, y dices: «Estoy harta». Una mañana al levantarme pensé: «Tiene que haber otra forma de vivir, ¿cómo voy a pasar 30 o 40 años más de vida en esta situación, esperando jubilarme para poder llevar la vida que yo quiero?». Estaba enferma, pensando en divorciarme, no quería trabajar... una gran crisis. Pensaba: «Lo mejor es que no sé qué hacer para transformar mi vida porque no sé quién soy». Y ahí fue cuando recordé lo que esa niña tenía muy claro desde que era pequeñita, y empezó el viaje.

 —¿Cuándo sabes que tienes una vida plena?

— Cuando estás en paz. Yo ahora lo sé porque lo estoy experimentando, y he acompañado a muchas personas a que lo experimentaran. Una vida plena es una vida en paz. La gente piensa que es una utopía, porque consideran que es una vida donde nunca vas a enfermar, no se va a morir un ser querido, no vas a tener preocupaciones económicas, o no te va a salir mal un proyecto. Eso es ilusión. La vida está llena de altibajos, y por supuesto que vamos a tener dificultades, pero pese a ello asumo con una profunda paz interior lo que está ocurriendo. La gente piensa que vivir en paz un momento difícil es no hacer nada, asocian paz con pasividad, y no es así. Precisamente, la quietud interior te permite tener una mayor claridad para analizar lo que está pasando, y tomar las mejores decisiones. 

—A nuestra mente no le importa nuestra plenitud, es más práctica, ¿no?

— Por supuesto, la mente es maravillosa para ayudarnos a sobrevivir, y lo hace muy bien, pero a la parte de nuestro ser que le interesa que tú te sientas realizado es algo que está detrás de la mente. Podemos llamarlo espíritu, alma, conciencia… A nuestra mente no le interesa nuestra felicidad, sino que sobrevivas un día más, que tengas alimento. Procurará minimizar las posibilidades de que el riesgo más grande que tú tienes se manifieste.

 —¿Hay personas que nunca llegan a encontrar la felicidad?

— Finalmente, con 40, 50 o 90 años llegan a consulta y dicen: «Tengo todo lo que siempre quise, sin embargo, siento que me hace falta algo que le dé sentido a mi vida, pero no tengo idea de qué es». Y ahí empieza el viaje, porque tenemos que recurrir a la voz interior para preguntarle por qué vino a este mundo, qué es lo que vino a aprender o qué es lo que vino a dar.

 —La respuesta la tenemos nosotros.

— No todo el mundo necesita ir a un terapeuta, ni hace falta ir al Tíbet, ni tampoco a que nos lean el oráculo para que me digan qué vine a hacer yo en esta vida. Nuestro propósito de vida, a veces, puede ser tan sencillo como «hacer sonreír a los demás o cocinar, porque cuando cocino me expando». Lo mío son los animales, cuando ayudo a uno me suma energía. La gente piensa que encontrar el propósito de vida es estudiar una nueva carrera, cambiar de trabajo, ser emprendedor… y no. Una cosa es nuestra fuente primaria de ingresos, y otra a qué vino tu alma. No hay ni un solo habitante de este planeta que no tenga algo que ofrecer.

 —¿Todas las personas son brillantes?

— Todas. Pero cuando te comparas con otra persona que hace algo similar, se acaba la magia. Supongamos que lo mío sea cantar, no me interesa ser Beyoncé ni llenar un estadio, sino que me gusta cantar ante mis amigos, amenizar las reuniones sociales y tocar con mi guitarra… Ahí está tu don, tu talento, pero cuando empiezas a decir «es que si tengo una buena voz, tengo que ser cantante, firmar un contrato con un sello discográfico… », ya te saliste del objetivo, porque aparecen las expectativas mentales. Ahí se pierde la magia porque tú quieres ser Beyoncé, pero no estás viendo que tu combinación es única: tu voz, tu sentido del humor, tu carisma con los niños, tu forma de reunir a las personas...

 —¿Tu viaje ya ha concluido?

—No termina jamás, faltarán muchas otras reencarnaciones, siempre hay trabajo por hacer, una mirada interna que te lleve a cuestionar por qué reaccionaste así o qué puedes hacer mejor. Sigo trabajando y creciendo, pero ya no a través del dolor, sino del bienestar.

 —¿Qué tienes pendiente de mejorar?

—Ahora mismo estoy trabajando la capacidad de recibir, soy muy buena para dar, pero no me gusta recibir. Cuando me dan un regalo, enseguida me siento culpable, como si estuviera en deuda.

 —¿Es bueno tener ego?

—El ego tiene dos características: nunca desaparece, hasta el último respiro estará presente con nosotros, por eso en vez de combatirlo, es importante hacerlo nuestro aliado. Y la segunda, es que no podemos deshacernos de él, porque a nivel social en cierta medida lo necesitamos. Lo importante es no dejar que tome el 100 % del protagonismo, sino que esté al servicio de esa conciencia de la que hablábamos.

—¿En la vida hay que dejarse llevar o tomar decisiones?

—Es que una no es contraria a la otra. La gente interpreta que dejar que las cosas fluyan es no hacer nada. «Se me está yendo a pique mi negocio, no importa, soy espiritual, estoy meditando y dejando que fluya». No, no. Fluir no es inacción, es no ir contracorriente, que son dos cosas distintas. Puedo estar actuando, siempre y cuando lo haga desde la consciencia, y eso significará que estoy fluyendo. Fluir es «no estoy de acuerdo con lo que está ocurriendo, pero lo asumo», y aceptarlo no significa que vaya a dejar que pase de manera pasiva. 

—«Cuantos problemas me hubiera evitado si hubiera aprendido a ser más gatito».

—Son sumamente independientes a la hora de amar, quien diga que un gato no es cariñoso es porque nunca ha tenido uno. Estamos muy acostumbrados al amor dependiente, al amor canino… Soy madre perruna y gatuna, los amo a los dos, ambos tienen sus atributos maravillosos, pero estamos muy programados para pensar que el amor real es el que genera ansiedad.

 —¿El amor canino?

—Frases como «si no tienes celos, es porque no me quieres», «peleamos y volvemos, pero es que eso es lo que le da pasión a la vida», incluso hablando en términos de adulto «peleamos fuertemente porque el sexo de reconciliación es maravilloso»... Este es el amor muy canino, muy dependiente, muy ansioso. Muchas mujeres no comprenden por qué sus parejas lo pasan bien sin ellas, cuando ellas no lo pasan bien sin ellos. No estoy generalizando, pero por mi experiencia, es más común verlo en mujeres que en hombres. Y ahí es donde aparece el canino, el perrito no lo pasa bien cuando no está su amo, necesita que alguien le tire la pelota, si no está su amo, lo pasa mal, y se queda mirando por la ventana hasta que regrese. 

—El gato no es así.

—El gato, si hay alguien jugando con él, muy bien, pero si no, juega solo. El gato es muy selectivo, no le da el amor a cualquiera. El perro por esa necesidad de contacto, muchas veces no mide, y ahí es donde los seres humanos, a veces, fallamos. Es más grande nuestra necesidad de afecto que nuestra capacidad de elección consciente de con quién queremos compartir y de quién queremos recibir afecto. Y lo más importante, qué tipo de afecto queremos recibir. Muchas personas se conforman con que los quieran, pero no saben qué es que los quieran bien, y ahí es donde los gatos nos dan una buena lección.