Carmen y Antonio: «Nunca tuvimos la necesidad de tener hijos, pero Pupa nos compensa emocionalmente»

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MARCOS MÍGUEZ

Tener niños en casa no es su fuerte, explica ella. Ni se lo ha planteado. En cambio, su perra le colma de cariño y el sacrificio es mucho menor. «No le veo nada positivo a ser madre», dice. Son los «perrihijos», un fenómeno en auge

30 sep 2022 . Actualizado a las 10:31 h.

Pupa es la perrihija de Carmen y Antonio. Lo quieren como si de un vástago se tratara. Eso sí, con muchísimos menos quebraderos de cabeza. Este comportamiento, que podría resultarnos extraño, es más habitual de lo que parece, y el fenómeno hasta se ha llegado a bautizar con este término inventado a medio camino entre los dos conceptos. En casa de este matrimonio de Culleredo (A Coruña), que llevan juntos desde 1991, no encontrarás ningún niño. Ni falta que les hace. Pero ten la seguridad de que siempre habrá un perro al que colmar de atenciones y cariño. Así de simple. Porque ellos nunca han recibido la llamada de la crianza, en cambio, reconocen que el cariño y las atenciones que reciben de Pupa y que ellos les dan a la perra los colma y les compensa cualquier tipo de ausencia.

«Yo no le veo nada positivo a ser madre». ¿Y sí a tener perros?: «Sí, claro», comenta durante la conversación Carmen, que reconoce que se derrite literalmente cuando se encuentra a su peluda por el pasillo: «No te puedo explicar lo bien que sientes cuando andas por casa y de repente la ves y te echas al suelo y le das unas caricias. No lo puedo explicar con palabras».

Porque ella nunca ha querido ser madre: «No tuve la necesidad de tener hijos y mi marido no me presionó en ese sentido. Así que la perra lleva ocupándonos toda la vida y nos compensa emocionalmente. Siempre tuvimos perro en casa». Y reconocen que ya han tenido que pasar el duelo de perder a otros dos peludos antes que Pupa. «Cuando se nos murió la otra, Djuka, que era otro samoyedo, eso sí que fue duro. Ya se nos murieron dos perros y sabemos lo que hay. Digamos que lo tenemos asumido. Pero lo sientes muchísimo porque son muchos años juntos», explica Antonio, que empieza a aceptar que su perrita tiene muchos años y que tiene problemas de salud: «Mira, acabas de decir su nombre y ya levantó la orejas. Tiene 13 años y está viejita. Está bastante pachucha. Le diagnosticaron un tumor cerca de la vena cava y tuvo una especie de ictus, que le hacía perder el equilibrio. Pero se ha recuperado y lleva año y medio como una moto. Aunque le damos cinco pastillas al día, como a las personas mayores. Una para la tensión, otra para los coágulos, otra son vitaminas, otra para la artrosis...».

Para ellos, su perra «no puede ser más buena». De hecho, desde Djuka decidieron repetir raza porque sabían que era un acierto seguro. «Es muy noble y nunca se metió con nadie. Es una más que viene siempre con nosotros. Tiene también la parte esa de equipo. Es decir, cuando te vas de casa, por la mañana no le importa porque sabe que vamos a trabajar y ya lo tiene asumido. Pero si por la tarde te vas sin ella, le parece mal. Está acostumbrada a que la metamos en el coche y que se venga con nosotros, tanto si vamos a dar un paseo como si vamos al centro comercial. No quiere quedarse en casa», explica Carmen sobre lo integrada que está en el núcleo familiar.

«La casa es tanto de ella como nuestra», puntualiza Antonio para explicar que nunca le han puesto impedimentos para nada: «Ahora ya no, porque está muy mayor y le cuesta subir a la cama, pero cuando el colchón era más bajo y ella estaba más ágil, se subía sin problema ninguno. A la cama, al sofá, donde ella quisiera». Aunque Carmen reconoce que esta libertad implica un esfuerzo mayor de limpieza: «Pero admito el sacrificio». Eso sí, en cuestión de necesidades fisiológicas, está más que acostumbrada a no hacer nada dentro de casa: «Lo único que puede pasar es que esté mala y se haga pis en la cocina, pero el suelo allí es de baldosa. Eso solo sucede si se encuentra mal. Si no, hasta que yo llegue para sacarla, está allí de lo más normal sin hacer nada», dice Antonio.

En cuanto al gasto y a las necesidades que supone un perro frente a los hijos, explican que las cifras nunca van a llegar a los niveles de los niños, pero reconocen que cada vez hay más gastos. Al tener que velar por la salud de Pupa, la factura se les dispara: «Hay unas pastillas que valen 80 euros. Y otras, 60. Ya son 150 euros. Más luego las visitas al veterinario y operaciones. Nos gastamos entre 200 y 300 euros al mes. Esto en el último año y medio».

Siempre han tenido claro que no querían ser padres, pero ahora a estas alturas de la vida lo tienen más que descartado. «¡Hombre!», dicen riéndose a la vez. «Yo le pregunté en su día si quería tener hijos y él me dijo: ‘Si quieres sí, y si no, no'. Y le respondí: ‘Pues va a ser que no'», indica Carmen. Y Antonio puntualiza: «Esas son cosas que tienen que ser de dos, nunca pueden ser de uno, porque si no, no va a salir bien». Además, como dice Carmen: «Yo ya le di un sobrino que es por mi parte, así que ya cumplí [se ríe]. Le di la parte chula además, la de tío guay».

Vivirlo en casa

Sobre el hecho de que haya gente que no entienda su postura, explican que es como todo, que hasta que no tienes un perro en casa no sabes lo que es ni lo que se siente. Y que se imaginan que igual les pasaría a ellos si tuvieran hijos. Aunque insisten en que siempre han tenido clara la decisión: «Con los perros ya estás ocupado. Tienes la obligación de sacarlo a pasear, de llevarlo al veterinario, pero sin la tortura de los niños [se ríe]. Digamos que está en el nivel de sacrificio que podría tolerar», puntualiza Carmen, que reconoce también que no necesita «esa parte de los niños en la que tienes que competir con los demás, que si tu hijo es más bonito que el mío...». «No me hagas mucho caso porque yo la maternidad no lo veo como algo positivo, y a lo mejor exagero un poco», insiste.

Por su parte, Octavio Villazala, adiestrador canino y experto en conducta animal, arroja algo de luz sobre este fenómeno que se está implantando con fuerza. Explica que siempre ha habido personas que han estado muy pendientes de sus perros y de sus gatos, pero desde la pandemia ha habido un bum: «Posiblemente, nos hayamos dado cuenta de que hemos estado mucho tiempo encerrados solos y el perro y el gato son animales que nos dan ternura. Estamos solos, y nos ayudan a soportar esa soledad».

Pero también incide en el hecho de que este consuelo, de buscar en el animal la ausencia de cariño que deberíamos recibir de otras personas, puede llegar a ser enfermizo. Aunque en la mayoría de los casos no lo es. «Hay parejas que no pueden tener hijos y que subliman esa falta con perros, hay otros que se les ha muerto un pariente o que han tenido una mala experiencia amorosa y prefieren tener un perro a otro tipo de compañero. Pero la mayoría de las personas han decidido no tener hijos, cada cual tiene sus propios motivos, y prefieren cuidar de los animales de una manera racional y también cariñosa, sin que sea enfermiza».