«Para volver a ser madre tras la muerte de mi primer hijo tuve que prepararme»

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Txabi Alvarado | Aiaraldea.eus

Maite perdió a su primer niño y se sumió en la tristeza más devastadora, pero cumplió su sueño de ser madre de nuevo. También escribió dos libros con los que ayudó a muchos niños más. Ella demuestra que tras la muerte hay mucha vida

18 oct 2022 . Actualizado a las 09:14 h.

«La sensación que sentí cuando Ekhi se murió fue de vacío, de no querer vivir. De hecho, me he tenido que enfrentar a ideas de suicidio. Es un dolor de ausencia que no se puede soportar», recuerda Maite García. Ekhi nació en el 2009 cuando su madre tenía 29 años, y se fue con 17 meses en el 2011. Era su primer hijo. «Después de ponerle la vacuna de la triple vírica, entró en un estado convulsivo y pasó cuatro meses en la uci», relata esta enfermera natural de Pontedeume y afincada en el País Vasco que, de pronto, se vio inmersa en el infierno. «Ekhi me ha puesto a mirar de frente a la vida. Yo, que siempre he estado pendiente de todo, cuando estaba en la uci me daba absolutamente igual pagar la hipoteca o no, me daba igual que el banco se llevara mi casa. Pensaba: 'Qué más da, si mi hijo está luchando por vivir'. Aprendes a ver la belleza en aquello que te parece una tragedia», asegura.

Maite tardó 4 años en salir de lo más profundo del pozo. Ahora atiende a padres y sabe que muchos tardan más. «Hablaba con gente que llevaba 20 años y no salía de ahí. Entonces dije: 'Voy a escribir mi historia, a ver si a alguien le puede ayudar'. Porque cuando uno no tiene herramientas, es muy difícil». Así fue como escribió su primer libro, Ekhi. Siguiendo tu estrella (escrito con la colaboración de Igor del Barrio e ilustrado por Juanjo Barón), cuyos beneficios fueron destinados íntegramente a la creación de una escuela en la India (Anantapur) que lleva el nombre de su hijo y que tiene 200 niños escolarizados. «También vimos que había una aldea con 56 niñas sin escolarizar, porque necesitaban bicicletas para ir al cole. Nos fuimos a la India, compramos las 56 bicicletas y se las regalamos. Ekhi es mi gran maestro, ha hecho más cosas muerto que vivo. Ha ayudado a un montón de gente, hemos vendido tres mil libros en papel que han ayudado a tres mil personas», relata su madre. Aún hoy, en colaboración con la Fundación Vicente Ferrer, sigue recaudando la totalidad de los ingresos para ayudar a la organización a seguir con sus trabajos en la India.

«¿Por qué a mí?»

Llegar hasta ahí fue duro, un camino repleto de dolor para el que se apoyó en la terapia regresiva. «Todas las formas de superarlo son válidas, y yo solo comparto lo que a mí me ha ayudado», indica Maite, que añade: «He hecho de todo para comprender por qué mi hijo se tuvo que morir». Esa idea de plasmar el camino recorrido surgió también como forma de dar respuesta al interrogante que la atormentaba. «¿Por qué a mí? Esa siempre fue mi pregunta. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?», señala. Su búsqueda le hizo chocar con su propia realidad y abrir los ojos a otras formas de entender la vida. «Estamos muy condicionados por la religión, en la que la muerte es un tema tabú. Yo, cuando se murió Ekhi, envidiaba ser una madre budista, porque decía: 'Si lo fuera, estaría armando una fiesta para celebrar que se va a algo mejor, y en cambio, estoy rota de dolor'».

Pero a pesar de lo que le tocó vivir, en Maite latía un sueño, que era el de volver a ser madre. Un sueño cumplido con dos niños que hoy tienen 7 (Eihar) y 8 años (Maiu). «Tardé mucho, porque no sabía si quería o no tenerlos. Es que estuve cuatro meses en la uci y vi morir a muchos. Yo tenía claro que quería volver a ser madre, pero el dolor que sentía me lo impedía», afirma. Ekhi nació en el 2009 y su siguiente hijo en el 2014, cuando Maite tenía 34. Agradece la juventud de su primera maternidad, que le permitió reponerse y volver a intentarlo. «Me acuerdo del caso de un niño que estaba con Ekhi en la uci, Rubén, que tenía 14 años y un cáncer. Era adoptado, se murió, y los padres, que ya eran mayores, se quedaron sin ese crío. Yo me siento una afortunada de la vida, porque he sabido encontrar los porqués y siempre me ha traído cosas bonitas. Y fíjate que te lo está diciendo una madre que ha perdido a un hijo».

Con el optimismo que la caracteriza, Maite asegura que volver a ser madre después de perder un niño es algo así como volver a coger el coche después de un accidente. «Tienes dos opciones, o no volver a cogerlo nunca más, o verlo como una experiencia que has tenido para aprender un montón de cosas. Yo lo he visto así. No tiene por qué ser siempre lo mismo, puedes tener un accidente y después no tener otro nunca más. Para mí suponía mucho más el vacío de no volver a tener hijos que el vacío por la muerte de Ekhi», confiesa la gallega, que reconoce que ella y el padre estuvieron de acuerdo: «Para volver a tener hijos hay que prepararse, y comprender la pérdida».

Ekhi es uno más para sus hermanos, a los que nunca les ocultó ni les maquilló la realidad. «Yo siempre les hablé de una manera normal: 'Ekhi es tu hermanito, se ha muerto y no está ni en una estrella ni en ningún planeta. La energía está donde Ekhi quiera, no sabemos dónde. Puede estar en el cielo, con nosotros... No lo sabemos'». Sus cenizas están en casa, encima de un armario para evitar accidentes. «Cuando alguien viene, Maiu va a al armario, las baja y te lo presenta. La gente se queda flipada, tiene totalmente interiorizado el tema de la muerte. Y en Navidad le pone el plato en la mesa. Para nosotros la muerte forma parte de la vida», apunta.

Maite no se quedó con un solo libro. El segundo, Cocktail de vida, parte de otro drama, el de su separación. «Ha sido muy bonito, porque lo que nos han enseñado es a culpar al otro, 'me hizo, me dijo'. Y no hay que hacerlo, porque muchas veces el otro nos está mostrando cosas que no vemos en nosotros mismos. Hay que hacerse responsable de lo que decide cada uno, y no culpabilizar. Yo supe, después de 17 años, que mi marido me era infiel. Pero hay que hacerse responsable de lo que decidimos en nuestra vida, salir del papel de víctima y meterse en el de aprendiz». Gracias a lo recaudado con este libro, trajeron a su pueblo, Orduña, a tres niños de Ucrania a través de una asociación. Allí viven desde que empezó la guerra. «Siempre quise que la muerte de mi hijo sirviese para ayudar a otros niños», dice Maite, que de no ser por él nunca se hubiese lanzado a la escritura. Sobra decir que lo consiguió.