María Soto, experta en disciplina positiva: «Los niños no están aquí para pasarlo bien, tienen una responsabilidad»

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María Soto, fundadora de Educa Bonito y autora del cuento «Ilimitada».
María Soto, fundadora de Educa Bonito y autora del cuento «Ilimitada». VÍTOR MEJUTO

«En el súper pueden aprender un montón de habilidades, si no los llevas pierdes esa oportunidad», señala la logopeda coruñesa, que presenta el cuento «Ilimitada», dedicado a su hija Malena

22 nov 2022 . Actualizado a las 09:11 h.

Ilimitada es su tercer libro, pero tiene el sabor de las primeras veces, quizá porque es su primer viaje a la ficción y a la literatura para niños. La experta en disciplina positiva María Soto, fundadora de Educa Bonito, proyecto concebido para acompañar a madres y padres en la tarea de hacer de la educación de nuestros hijos «un camino más fácil, divertido y bonito», ha dado a su hija Male el papel protagonista del cuento, que presentó este sábado, 19 de noviembre, en la librería coruñesa Moito Conto junto a la filóloga Eri Bouzas.

«La infancia trae unos potenciales innatos, es lo que viene a decir este cuento. La forma de educar que teníamos, el conductismo, sesgaba esos potenciales y nos llevaba a mirar la infancia como algo incompleto. Y desde ahí, la infancia va apagando el fuego y esa luz que tiene. Por eso, de adultos tenemos después que reencontrarnos, sanar al niño interior», apunta María, madre de tres niños.

-¿Cuál es la primera chispa y el objetivo del cuento «Ilimitada»?

-Lo que pretende el libro es mostrar a los padres y a los niños dónde están sus potenciales y preservarlos. No hay mucho que hacer, nos estábamos complicando mucho...

-¿Se trata de apartar nuestras manos adultas un poco, de dejar a los niños ser?

-Claro. Se trata sobre todo de confiar. Una de las revelaciones más significativas que tuve durante todo este proceso (lleva casi diez años con Educa Bonito) es ver que miramos a los niños como seres incompletos, cuando realmente los seres humanos somos sociales. No es que nosotras tengamos, como adultas, que enseñarles habilidades sociales. Ya vienen con ellas.

-A veces esas habilidades nos faltan a nosotros, los adultos; las vamos perdiendo o se van oxidando con los años, y la falta de tiempo para cuidarlas.

-La cosa es que a los niños no les dejamos practicarlas. Es como tener pulmones y no usarlos para tomar aire. «Yo tengo habilidades sociales, pero mis padres o la sociedad no me dejan entrenarlas». Voy a poner un ejemplo: «Tengo 3 o 4 años y me llevan a un centro comercial, que está lleno de estímulos. Entonces, yo quiero tocarlo todo... Pero como con todos esos estímulos me pongo nerviosa, tengo una rabieta ¡y ya no me vuelven a traer más!».

-Igual tampoco el centro comercial es el mejor sitio para ir a pasar una tarde a jugar...

-Claro, pero vivimos donde vivimos y esto no lo podemos cambiar. La idea es: nosotros tendemos a evitar los malos momentos. Y debe ser al revés, se trata de que practiquen más. Si el niño tuvo un mal día en el centro comercial, o un mal día con su hermana, o compartiendo los juguetes en el parque, tiene que practicar, para poder ejercitar esos músculos que ya trae. El centro comercial es un ejemplo extremo.

-Pero es un plan relativamente común: niños pequeños pasando la tarde en un local de juegos de un centro comercial. Luego nos extrañamos de que salgan de allí como ardillas furiosas...

-Sí, porque están hiperestimulados. Yo me refería más al plan compra. Tienes que ir a la compra, ¿no? Si por sistema para ir a la compra le dices a tu marido: «Quédate con los niños, que voy a hacer la compra», esos niños están perdiendo una oportunidad tremenda de aprender. De aprender que no se van a coger las cosas que quieran, que pueden ayudar con la compra... En el súper los niños pueden practicar un montón de habilidades. El propósito de ir trayendo al mundo generaciones nuevas es que ellos van a crear la realidad, de alguna manera vienen a cambiar lo que hay y no les dejamos. Igual, después de unos meses acompañándote a la compra, tu hijo a lo mejor te dice: «Oye, mamá, ¿y los carros por qué los ponen así y no de otra manera?». Los niños tienen que tener la oportunidad de desarrollar sus propias capacidades y desde ahí crear su vida. 

-No es la manera en la que los padres de hoy fuimos educados de niños.

-Es lo contrario. A nosotros nos educaron en el «Tú tienes que creerte lo que yo te digo que es y debes acatarlo». Me acuerdo de una vez en que un papá, después de una formación larga, de ocho horas, sacó una conclusión graciosísima: «Al final solo se trata de que no mueran, ¿no?». Como diciendo, no hay que hacer casi nada, solo protegerlos de los grandes peligros. Sí, a los niños hay que dejarles hacer. Lo que pasa es que vivimos en la sociedad en que vivimos. No es fácil.

-¿Cómo conjugamos la infancia con un mundo de ritmos y ópticas adultos?

-Para conjugar las necesidades de la infancia y el ritmo y la velocidad a los que va la sociedad lo único que nos queda es hacer comunidad. Es otro de los puntos claves del cuento. La fortaleza es el crecimiento individual dentro del crecimiento del grupo. Otra de las cosas que acentuó el conductismo es hacer que vivamos en el individualismo. Estamos como islas, desperdiciando muchísima energía. Lo decía Adler: reparto de tareas. No es una visión política, sino una visión humana. Hay que repartir y colaborar.

-Políticamente es también interesante ese reparto de tareas, buscar un modelo más honesto y colaborativo, ¿no?

-Pero no se hace... Vivimos en un mundo de materialismo y consumismo. Todos tenemos que tener un taladro en casa. Vas a un calle de Coruña ¿y cuántos taladros hay? En mis formaciones, yo no quiero hablar de política, pero sí de historia. Para que sepamos en qué corriente estamos y de qué somos responsables. Queremos que los niños se responsabilicen de su vida, así que los adultos debemos ser responsables de las decisiones que tomamos. Se trata de pensar «en mi metro cuadrado, ¿qué puedo hacer?». Por lo menos, acompañar a mis hijos sin amputarles las capacidades que traen.

-¿Dejar respirar al hijo? Mi hija pequeña me dejó loca un día al decirme: «Mamá, no me dejas ser yo». Nosotras teníamos más libertad para jugar libremente, para ser sin ser vigiladas de modo constante.

-Claro. No había tanto juego dirigido... Creo que todas las etapas tienen su lado positivo, y esta etapa en la que estamos es la de más posibilidades y más oportunidades. Muchas familias y docentes quieren dar el cambio hacia el respeto por la infancia, pero se les está yendo de madre por la permisividad. Es el momento perfecto para ajustar.

-Distingue eso: el respeto al niño de la permisividad.

-Estamos en el modelo paternalista, estamos en el «los niños están aquí para pasarlo bien, están aquí para disfrutar». No, los niños forman parte de la sociedad, y tienen una responsabilidad también, cada uno a la medida de sus capacidades, claro. Se trata de mirarles con todos los derechos que tienen, pero también con todas las responsabilidades que tienen como personas. Ahí está el punto para no irse a la permisividad. Se trata de que tengan responsabilidades, siempre desde el respeto por su persona. Porque son personas también.

-Se violan derechos humanos en el trato a los niños, como si no fuesen personas...

-Yo a veces les hago bromas a los padres en las formaciones. Cuando les pongo situaciones prácticas de «¿y tú qué harías?», suele salir el chantaje. Y yo les digo: «¿Sabéis que el chantaje es un delito?».

-¿Cómo ponemos límites a la permisividad?

-Hay que entender, sobre todo, cómo es un niño, cómo funciona el ser humano en esa etapa. Tú hasta que estás enferma no vas al médico y no te haces preguntas sobre ti misma y tu salud. Cuando, realmente, somos el único animal sobre la faz de la tierra que no se autoconoce. Un perro si lo necesita duerme tres días... Nosotros no sabemos cómo funcionamos.

-El perro no piensa, vive.

-Precisamente. En otros libros hablo de esto, de salir de la mente, de ir a la intuición. La mirada del niño es curiosidad y superación, son su motor. Lo que pasa fuera, pasa dentro. El niño está todo el rato creciendo. Por dentro, necesita sentirse cada vez más útil. Siempre comento una anécdota de una chica que iba por el supermercado con una niña de 2 años y le daba una cestita a la niña para que cogiese todo lo que quisiera. La cajera le preguntó: «¿Qué estás haciendo con la niña?». Y ella le dijo: «Yo quiero que mi hija aprenda lo que le gusta en la vida».

-Menuda manera, ¿que aprenda a llenar la cesta de chuches y caprichos?

-Los niños no es que tengan que aprender lo que les gusta en la vida, lo que tienen que aprender es cuál es su potencial, cuál es ese valor que les diferencia de los demás. En cambio, estamos en ese paradigma de que aprendan lo que les gusta, lo que quieren en la vida. Se trata de aprender para qué vales tú. 

-No es lo que les gusta, sino lo que necesitan...

-Y el niño te dice lo que necesita, pero te lo dice en otro idioma. Por ejemplo, estos niños que están ahora diagnosticados de todo no paran de moverse.

-¿Por qué?

-Porque están demasiados quietos todo el día. Estamos en un modelo educativo en el que los niños pasan sentados seis horas y luego extraescolares, y luego sentados en la parte de atrás del coche en medio de un atasco... Y el sur humano crece, sus huesos crecen, por vibración. Los niños se tiran por el suelo, porque necesitan ese impacto, están creciendo...

-¿Es lo que tienen que hacer?

-Es lo que tienen que hacer. Y como al adulto le resulta incómodo ese desorden de ver a los niños gritando, saltando... entonces, vamos a hacer que no lo hagan, y con ello estamos, literalmente, evitando el crecimiento. 

-¿Y así llegan la ansiedad, la depresión, el malestar mental en la adolescencia?

-Y enfermedades crónicas. Estoy trabajando mucho ahora con la teoría polivagal. Estamos mirando al niño, su conducta, desde una perspectiva psicológica, de la mente y las emociones, pero nos hemos olvidado del cuerpo. Y en el cuerpo tenemos un vigilante de seguridad, el sistema nervioso autónomo, que nos dice si estamos en peligro o no. Ese sistema está basado en los órganos sensoriales. ¿Cómo un cuerpo se siente en peligro? O vamos a plantearlo al revés: ¿Qué necesita un cuerpo para sentirse a salvo? Necesita moverse, la vibración (hablar, gritar, cantar)... No sé si te acuerdas de que los abuelos hacían gárgaras por la mañana. El mundo antes era más de la gente. Fíjate que se ha descubierto que, para conseguir un poco de equilibrio emocional, necesitamos ver el color verde, como no tener nada en cabeza, ningún techo sobre la cabeza. Y necesitamos lo físico, el contacto, tocar, tocarnos, automasajearnos los pies, como necesitamos el agua fría. Lo hacemos al revés: tomamos bebidas frías y nos duchamos en agua caliente. Habría que ducharse en agua fría y tomar bebidas calientes. El sistema nervioso autónomo necesita el agua como está en la naturaleza: fría. 

-Me llama la atención, porque uno de mis remedios naturales para el dolor de cabeza es meterme en agua fría.

-Si metes las manos en agua fría, ese dolor se va a pasar. Lo que le falta al ser humano en general es la coherencia. Me refiero a la coherencia sensorial. Cuando hay niños que tienen problemas de conducta y se les medica, su cuerpo está diciendo a gritos que está desajustado. Te pongo un ejemplo adulto: imagina que voy a correr todas las mañanas a Bastiagueiro, voy con un equipo que me protege del frío, con unos cascos escuchando Rihanna. Así que tu olfato está oliendo el mar, tu cara sintiendo el viento y la humedad del agua, y estás escuchando un concierto, no el mar... Y no pisas la arena, vas con un calzado especial. ¿Qué pasa? Tu cuerpo está medio aquí y medio allí, y esto genera tensión. Los niños están en esa tensión constantemente. Están levantándose de noche y acostándose de noche. Les cambiamos la hora dos veces en el año. Luego está el tema de la alimentación, que hemos concebido como un tema cultural. El ser humano viene preparado para autorregularse a nivel alimenticio. Por eso los niños cuando están enfermos no deberían comer. El hígado o digiere o sana. Y en cambio estamos: «Come esto y lo otro, come, come». Si te fijas, siempre hay un gasto detrás... ¿Qué necesita un mamífero? Qué necesita comer, cómo necesita descansar...  Si educáramos las infancias, preservando lo máximo posible las necesidades (movimiento, estar al aire libre, socializar, creatividad), las cosas cambiarían. Si te fijas, hay todo tipo de juguetes y juguetes sofisticados, con mil cosas, y los niños al final acaban jugando con la caja.

-Esto es así. Quizá los juguetes deben ser más sencillos, menos es más. A casi todos los niños les encantan los papeles, las cajas de cartón, las piedrecitas, los palos...

-Mira, ahora se llevan mucho unas bolsitas de tela que traen piezas dentro, y yo pienso que son como aquellos cajones de las abuelas en los que puedes encontrar de todo. Mi madre sacaba la caja de las pinzas de la ropa ¡y a jugar! Hay muchos juguetes que replican los objetos adultos: el mando de la tele o el del coche.

-Pero ellos quieren el mando real, el tuyo. Prefieren un viejo mando de la tele que uno de juguete.

-Porque quieren pertenecer a tu mundo. Yo veo a muchas madres primerizas, que yo también lo he sido, que quieren que el niño tenga de todo, cuando lo que realmente necesita un niño es tiempo y espacio. Tu tiempo y tu espacio también, compartir el tiempo y el espacio contigo. Con la pandemia, al parar, hemos visto muchas cosas. Una madre de familia numerosa me decía en el confinamiento: «¡La gente ha descubierto que tiene hijos!». 

-¿Somos muy diferentes niños y adultos?

-Es que la infancia no se acaba nunca. El tamaño va cambiando, pero lo que nos hace niños y niñas es esa curiosidad, esa manera de mirar, esa imaginación. Creo que el ser humano tiene un botón que es de on/off, y estás o en amor o en miedo. Si estás en modo miedo estás sufriendo, evitando cosas, instalado en el modo queja, te estás perdiendo muchas cosas... Es como crearse un búnker de pensamientos, hábitos y rutinas que no te dejan vivir. Salir de ahí es lo que suelen llamar salir de la zona de confort. Es, en realidad, salir del miedo. La zona de confort puede ser una cárcel. 

-Salir de ahí, entonces, puede hacernos sentir ilimitados. Volvamos a «Ilimitada», ¿qué nos enseña el cuento?

-Cómo poner límites. Los límites los vemos como algo que sirve para limitar a la infancia, para poner vallas, para decir: «De aquí no pasas». Cuando, realmente, los límites son para organizar la sociedad. No tiene que haber vallas, sino unos códigos, unos acuerdos. Es muy diferente que mi jefe me siente para decirme: «En esta empresa esto es así, así y así» que que mi jefe se siente conmigo y me diga: «Eres importante, tu visión no la tiene nadie más y necesitamos que aportes para que esta empresa funcione». De esta manera, yo voy cada día a trabajar queriendo hacer, y queriendo que funcione. Es la significancia, la pertenencia está asociada a la significancia. En mitad de la historia de este cuento hay una tormenta. La tormenta puede dar miedo, hace que te tengas que refugiar, pero esta tormenta, esta crisis, es también una oportunidad. Hace ver que todos tenemos miedo. Todo empieza a cambiar a raíz de la tormenta. Podemos tomarnos los problemas como una tragedia o tratar de verlo como un punto de partida para ordenar lo que ha pasado. Si la tormenta destrozó el colegio, vamos a hacer un colegio diferente. La niña está conectada con el todo y no entiende por qué todo el mundo vive así [señala unos dibujos del cuento], cada persona como si fuese una isla. Y entonces los niños también acaban viviendo así, como nosotros, como si fuesen islas. En las ilustraciones se quiere reflejar que los docentes son víctimas también del sistema educativo. La niña del cuento va creciendo con su luz, la va guardando, manteniendo, como una plantita que crece. Y se da cuenta de que va a pasar algo que va a cambiar las cosas. Y llega la tormenta... Y ella utiliza el ritmo del agua para hacer una canción. Ahora los que mandan son la generación del medio, somos los que votamos. Los demás es como si no existieran, a los ancianos les hacen lo mismo que a los niños, les apartan, es un ¿y dónde te coloco?, ¿para qué me sirves? Pensamos que en la infancia somos incompletos y en la tercera edad todos dependientes, y no. La infancia nos aporta una visión nueva, y la tercera edad, la sabiduría. Y los del medio entre unos y otros somos los que debemos estar agradeciendo, dejando paso a la nueva generación. Los mayores están más ninguneados que nunca. Yo vengo del mundo de la logopedia y el trabajo que hacemos con la tercera edad es estupendo, en cuanto a observar sus capacidades. No veo la necesidad de poner a todos los adultos a hacer aquagym, porque quizá quieren hacer otras cosa. ¿Les has propuesto hacer algo útil? En otros países, como algunos estados de Estados Unidos, cuando la gente se jubila se pone a hacer voluntariado. Es querer sentirse útil para la sociedad hasta el último de sus días. 

-¿Muchos problemas de la adolescencia nacen en la infancia?

 -Una mala adolescencia puede ser fruto de una infancia mal acompañada. ¿Qué estamos haciendo, para qué tenemos hijos? ¿Para meterlos todo el día en distintas actividades y ponerlos ante una pantalla?

-A veces se tiene el hijo para proyectarse en él, para alcanzar logros, un estatus. Hay gente que tiene un hijo como quien tiene un bolso. Muchas veces los padres hacen de los hijos niños-objeto...

 -Las películas nos presentan a los psicópatas como gente que saca una metralleta y se pone a disparar indiscriminadamente, a todos. Pero un psicópata es también quien no conecta con los demás. Hoy, hay más de un 60 % de personas psicópatas, que solo entienden las relaciones humanas cuando hay un beneficio, y es alarmante. Eso viene de la infancia, del trato que les das infancia y los límites que pones. Tú no estás al servicio de tus hijos, como no está el resto del mundo. Deben entender que todos estamos al servicio de todos. Este es el primer punto para evitar lo otro.