Un «checkpoint» para identificar rusos como pasatiempo infantil en Ucrania

Pablo Medina MALAYA ROHAN / LA VOZ

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Artur sobre un tanque ruso destruido por el Ejército de Ucrania.
Artur sobre un tanque ruso destruido por el Ejército de Ucrania. Pablo Medina

Artur fue testigo de toda la ocupación de Malaya Rohan por las  tropas de Moscú

07 dic 2022 . Actualizado a las 09:09 h.

Artur lleva desde el inicio de la guerra sin salir de su natal Malaya Rohan, una pequeña localidad al sureste de Járkov que se convirtió en un duro campo de batalla y al que pocos vecinos han regresado tras su liberación. «Cuando los rusos nos invadieron, quisimos hacer las maletas e irnos, pero vimos las columnas de soldados y tanques y tuvimos que permanecer en nuestra casa», cuenta sin demasiado reparo. Su infancia no es corriente.

La guerra le obligó a encontrar su camino a una edad muy temprana, con pocos tiempos de juego disfrutados y demasiada violencia alrededor. Por eso se hizo jefe de un checkpoint en el pueblo.

«El 24 de abril, tras el cumpleaños de mi hermana, empezamos a construir el checkpoint», cuenta Artur al borde de la carretera donde se ubicaba. Tras la liberación, quería encargarse de que ningún ruso accediera a su localidad, ahora completamente destruida. Sin embargo, no fue la soldadesca de Putin quien acabó con su actividad, sino los perros abandonados por los habitantes de Malaya Rohan. «Los más grandes nos asustaban, así que cuando vinieron, decidimos pararlo», subraya.

Las paradas en el checkpoint eran obligadas. Para no disgustar a un chico que poco puede hacer para distraerse en una aldea solitaria, abandonada y arrasada, todos los conductores le seguían el juego, con una sonrisa y mostrando la mayor de las simpatías con Artur. Entregaban sus pasaportes y respondían a todas las preguntas del guarda más joven del Ejército. Aunque, para su disgusto, no detuvo a ningún invasor ruso. «Pero un día encontramos el chaleco antibalas de uno de ellos y lo trajimos con nosotros», señala con optimismo. Un botín nimio para un juego que duró demasiado tiempo.

Malaya Rohan, más que un punto de matanzas, se convirtió en un campo de violaciones y abusos de las fuerzas de Putin, según un informe de la oenegé Human Rights Watch. De hecho, la mayor cantidad de vidas perdidas aquí se miden en el ganado y no en las personas. Pese a todo, con la llegada del Ejército ucraniano, Artur tuvo que ver la muerte con sus propios ojos.

«Recuerdo poco de los combates, pero nos cogieron aquí. Cuando nos atacaron, nos refugiamos en el sótano de casa. Al salir, vi un enemigo con la mano alzada que se estaba quemando. ¡Una vez vi también a los soldados disparar un RPG contra un tanque!», relata.

Mirada al futuro

Alrededor del chico solo hay destrucción. Su localidad fue ocupada el 27 de febrero y liberada en el mes de marzo. Sin embargo, poco se ha hecho para reconstruir los hogares de los afectados por el conflicto. En el noreste, una ciudad liberada es una ciudad fantasma si no tiene una importancia capital. Por aquí no pasan ni el Ejército ni las autoridades, solo el viento frío. Los impactos de las balas y la artillería han sido inmisericordes con las casas. Todas tienen muescas de la batalla, muy recientes en el recuerdo.

Según el Ministerio de Educación ucraniano, hay un total de 2.767 colegios afectados por los ataques de Vladímir Putin en el país, de los cuales 337 han quedado totalmente inutilizados. Cerca de Malaya Rohan existe uno, calcinado por completo debido a los sucesivos ataques, y completamente inservible. Pupitres, pizarras, sillas, libros, estantes, todo es basura quemada. Artur, sin remedio, asiste a sus clases de forma online. La educación se detuvo brevemente al inicio de la guerra, pero se dio paso rápidamente a las clases telemáticas tras la aprobación de dicha medida por el Gobierno de Zelenski.

El colegio de Malaya Rohan destruido por los ataques rusos.
El colegio de Malaya Rohan destruido por los ataques rusos. Pablo Medina

Su futuro es tan impredecible como endeble. Cualquier cosa puede pasar en esta pequeña localidad que, como las demás vecinas de Ucrania, tiene siempre una diana en sus tejados y ninguna hora concertada para la defensa en caso de ser agredida, así que no pierde el tiempo. Lo invierte en su formación y en el buen obrar, porque en el futuro quiere ser una persona respetable y digna de admiración, como los héroes a los que vio liberar del invasor a su pueblo.

El deseo de Artur para San Nicolás, a quien los ucranianos dedican las fiestas en sustitución de nuestros reyes magos, tiene un cariz bélico. «Ahora estoy intentando ahorrar para poder comprarme un casco. Quiero unirme a la Defensa Territorial en cuanto tenga 18 años. Mis amigos y mi familia me entendieron con el checkpoint y me apoyaron en todo», admite el joven eslavo, que estas navidades prefiere dinero para adquirirlo antes que cualquier otro juguete.

Su chaleco, una pistola de balines de plástico y una navaja certifican que arde en deseos de unirse a sus camaradas. Pero aún es pronto. Ahora que lo peor ha pasado, dedica tiempo a pasear aprovechando que ya no llueven misiles, sino agua, y no hay más enemigo que los grandes cánidos callejeros. Y no deja tampoco de empeñarse en el buen funcionamiento del pueblo. «Hemos encontrado un cachorrito y estamos intentando encontrar al dueño. De momento, lo cuidamos nosotros», cuenta con una sonrisa.

Entre perros y ruinas contará los días hasta la mayoría de edad pensando en los tiempos venideros sin reparar en los pasados que Rusia le ha quitado.