Marina Escalona: «El peor modelo de padre es el que está mejor visto»

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Es profe de arte, madre de tres hijos con dislexia y autora del manifiesto y libro Aprendemos Todos. «Parece que tenemos que ser supermán al rescate de los hijos, y no», señala la autora de «Mamá, me he parado por dentro», que nos ayuda a descifrar la adolescencia

19 ene 2023 . Actualizado a las 09:41 h.

Desde muy pequeños, «desde que empiezan a escribir palabras», los niños pueden asumir deberes vitales, domésticos, como ayudar a hacer la lista de la compra, a poner la lavadora o cambiarle el pañal a un hermano, sostiene Marina Escalona del Olmo, creadora del manifiesto educativo Aprendemos Todos. «Desde la etapa de infantil, debemos educar a los niños en la parte emocional, en las rutinas de bienestar para él, en todo lo que supone implicarse en el orden, la limpieza, la alimentación para él y en el cuidado de los demás para que le cuiden, para sentirse parte del entorno y de ese microuniverso que es la familia. Los niños deben crecer con la idea de que todo es asunto suyo», afirma esta profesora de arte y madre de tres hijos, que advierte que adultos y adolescentes repetimos patrones de comportamiento que nos alejan de la posibilidad de ser libres y felices. Existen tres modelos de paternidad con resultados más o menos categóricos, afirma la autora de Mamá me he parado por dentro. Cómo cuidar el motor interior de tu hijo (Desclée de Brower). «Soy madre de tres hijos con dislexia, he hecho un máster en dificultades de aprendizaje y en la vida. Los hijos traen una especie de gafas y los padres a veces tenemos que hacer el esfuerzo de quitarnos las nuestras para ponernos las suyas», comienza. Según Marina Escalona, los padres víctimas o quejosos suelen generar hijos que se sienten culpables; los perseguidores o invasivos, hijos o miedosos o rebeldes; y los padres sobreprotectores, hijos incapaces, desvalidos.

—¿Qué has visto en los adolescentes en años de experiencia docente?

—Ves que se cumplen el programa y que hay chavales que aprueban y superan los cursos con buenas notas, pero percibía en ellos un fondo de tristeza, de estar haciendo algo que suponía cumplir un programa, unas expectativas de sus padres. Una pérdida de sentido interior, de fuerza, de entusiasmo. Como si hubiera un muro de preguntas internas en ellos que no se han atendido o respondido a tiempo. Así que me pareció bueno hacer un recopilatorio de las cosas que bajo mi experiencia y mi formación me ha demostrado que ayuda a los chavales a conectarse.

—«Mamá, me he parado por dentro» comienza con María, esa niña ejemplar que de pronto se para, no quiere salir de su cuarto. ¿Por qué se desactiva un adolescente? ¿Y qué podemos hacer como padres?

—Tener la fórmula mágica sería lo ideal... Pero hay dos cosas que tenemos que tener con nuestros hijos: respeto y rigor, en equilibrio. El respeto de verle a él, no la imagen que nos hemos creado de lo que debe ser («el hijo perfecto para mí es el que saca buenas notas y tiene esta imagen»).

—¿Somos hoy más exigentes como padres, les pedimos más a los hijos que cumplan nuestras expectativas?

—La vida es ahora más exigente para todos que antes. Antes, nos movíamos en un entorno social más pequeño con menos demandas, con la presión de una mirada limitada. Hoy, tenemos la visión del mundo entero sobre nosotros, con unas expectativas de ser cada vez más guapos, más formados, más interesantes, cada vez más... Llega un momento en que es un ahogo. Un día les puse este trabajo a mis alumnos: «Dibujad vuestro infierno y vuestro cielo». Su cielo no tenían ni idea cuál era, pero su infierno, en un elevado número de casos, era la mirada excesiva de los demás. La cantidad de ofertas y demandas de cuando nosotros éramos adolescentes a ahora se ha multiplicado por mil.

—Más que que ellos sean blandos, ¿hay entonces una serie de factores y unos ritmos que confabulan para desnortarles y hacerles frágiles?

—En parte sí, claro. Primero: un adolescente es un ser que está en un proceso de mutación, con las emociones tamaño XL. Salen de la infancia previsualizando el mundo de los adultos, y no les gusta lo que le ofrecemos; encuentran pocos adultos que les generen respeto...

Una de las dificultades que tenemos los adultos es conectar con lo que a ellos les gusta, porque la vida hoy tiene que ser «divertida, increíble, estimulante» a un nivel como el de los videojuegos o de TikTok. Yo digo que los profesores nos pasamos la vida cocinando pasteles maravillosos que llevamos al aula y luego nos damos cuenta de que no hay hambre de eso... No sabemos de qué hay hambre.

—¿No nos damos tiempo, no les damos tiempo a los adolescentes?

—Ni escucha, sobre todo escucha...

—Quizá porque los adultos estamos desconectados de nosotros...

—Absolutamente. Si no tienes tu motor interior bien colocado, difícilmente vas a poder acompañarles a ellos a que encuentren la conexión con el suyo.

—En el libro distingues tres modelos de paternidad, con resultados concluyentes de hijo... Y dejas claro cuál es el peor, el sobreprotector.

—Sí, y el peor modelo de padre es el que está mejor visto. Parece que tenemos que ser supermán, o superwoman, al rescate de nuestros hijos, y no. Esos mismos patrones de paternidad los niños los copian: se convierten en niños víctimas, en niños perseguidores o en niños salvadores. Si un niño vibra en víctima, va a convocar el maltrato de los demás.

—Hablas de «dejar a los hijos ser». De dejarles que aprendan lo que son y quieren ser, que jueguen al margen de la agenda extraescolares...

—¡O que se aburran! Cuando era pequeña y decía: «Me aburro», mi padre me decía: «Pues cómprate un burro» y ahí se acababa el drama.

—Hay aburrimientos muy felices...

—Claro. Lo que hacemos como padres cuando no les dejamos ser, cuando nos ponemos en el papel del salvador, es ponernos entre nuestros hijos y la vida. Y solo en el encuentro con las dificultades que van apareciendo a medida de lo que les toca, van encontrando la fuerza para vivir. Si les ponemos un mundo acolchado (que no sufra, que no se aburra, que no le falte nada...), llega un momento en que se desconectan. No les dejas que se enfrenten a la vida. Lo ideal sería que les dijéramos: «Ve al mundo, encuéntrate con las dificultades; te va a doler, a mí me pasó, y a mí esto me sirvió para... Y si a ti no te sirve, podemos buscar juntos una solución, pero ¡vete a la vida, confío en ti!».

—Confianza es una de las claves que mencionas. ¿Lo que subyace en el padre helicóptero es la falta de confianza en la capacidad del hijo?

—Y es un miedo nuestro, una necesidad de protegernos de nuestro dolor. A los adultos nos duelen muchas cosas... Si tu hijo no sufre, tú no sufres con él, y es que tampoco tienes herramientas para eso. Es inevitable el encuentro con el dolor. El sufrimiento es otra cosa, es no tener habilidades para atravesar ese dolor y crecer. Debe haber un respeto hacia el hijo, pero a la vez debe haber un rigor, que la vida pide. Sin rigor, estamos haciendo niños tiranos, que se sienten el ombligo del mundo y no son capaces de ceder, de entender ni de cuidar a nadie. Son inválidos y tiranos. El gran problema de la generación nuestra es que actuamos demasiado, somos unos padres muy reactivos, que enseguida tenemos que salir a buscar soluciones, en vez de decirle al hijo: «Tú puedes», «¿De qué te habla este conflicto?», «¿Qué parte de ti hay que reforzar para afrontarlo?». Podemos acompañarles, pero resolverles los problemas es interponernos entre ellos y la vida.

—¿Ignoramos cómo es la infancia?

—Tendemos a idealizar la infancia, que debería ser el espacio de la educación emocional y, en realidad, no hay ninguna. Como padres, deberíamos enseñar al niño a poner palabras a lo que siente y a tomar conciencia de lo que genera en su cuerpo. Cuando tiene ese aprendizaje, aprende a autorregularse, aprende a hacerse cargo de esa emoción y a no poner todo el peso en los demás, a salir por ejemplo del rol de víctima. En el momento en que me hago cargo, salgo de la víctima, me hago responsable. Hemos puesto todo el peso de la educación en adquirir información. Estamos infraeducados.

—El rigor con los hijos hoy está mal visto. El autoritario suele ser muy extremo y el sensible poco riguroso. ¿Estamos debilitando esa parte «masculina», de firmeza, necesaria en los hijos?

—El rigor está muy mal visto, porque lo hemos asociado a maltrato, a una bofetada. Y no es eso. Como del respeto y el rigor, podemos hablar de la energía femenina y la energía masculina. Lo femenino es una energía que va hacia dentro (atenderme, respetarme, ser fiable para mí) y la masculina es la que va hacia el mundo (saber encontrar un sitio en él, con todas las limitaciones que te va a poner) y son dos energías que tenemos que tener presentes en cualquier ser humano, sea hombre o mujer. Esas dos vertientes tienen que estar en el desarrollo de cualquier ser humano. Las mujeres hemos cogido un sitio muy fuerte en la sociedad, de seguridad, de poder, de capacitación profesional... y a veces queremos coger todas las facetas (hacer de padre y de madre, y de profesora...). «¡Ay, a mi hijo en el colegio un profesor le ha levantado la voz!». ¿Y tú te has planteado si tu hijo le hablado con educación? Hay que ver cada caso concreto.

—¿En qué fallamos más a la hora de relacionarnos con los adolescentes?

—El mayor problema de los adultos es que muchas veces nos colocamos delante de los adolescentes desde un sitio de superioridad, y hay que ponerse desde un lugar de accesibilidad, es un «te quiero ver» pero a la vez sabiendo dónde está cada uno. En consulta, me encuentro muchos padres tiranizados por las demandas de sus hijos, que entienden además que ser buen padre es atenderlas todas, aunque económicamente estén por encima de lo asumible. Una madre en consulta me contaba que su hija quería ser modelo, y que debían pagar un curso de 250 euros de formación. El padre se quejaba de que cada 15 días su hija quería una cosa diferente. Que sea la vida la que le limite: quieres hacer un curso de 250 euros, pues vamos a buscar un trabajo o a hacer unas tareas en casa que te permitan pagar de tu dinero ese curso. La vida nos pone los límites con mucha claridad. El problema es que muchas veces lo que no toleramos es decir que no a nuestros hijos. Cada hijo viene a mostrarnos algo diferente, a plantearnos un trabajo. Con ellos no puede ser un «tú pides, yo te lo pago». Si no te haces cargo y dueño de lo que pasa a tu alrededor y dentro de ti, estarás vendido, quejándote siempre de lo malos que son los demás, de lo desgraciado que te hacen, de lo te quitan, de lo que no te dan.

—¿Qué hacemos con el plumífero caro si lo piden a los 13, lo compramos o no?

—Quizá si es importante para ellos, se puede llegar a un acuerdo y con los ahorros que aporten una parte. Los adolescentes necesitan pertenecer, pero te digo: «Tu valor no está en ese plumífero de 200 o 300». Es importante que lo sepas. Como crezcas sintiendo que vales más por llevar ese plumífero... es un problema. ¿Eso que quieres es lo que necesitas?, ¿te ayuda a quererte a ti o te aleja de quererte? Porque esta es precisamente la clave. Es el trabajo que tenemos que hacer todos en la vida: aprender a querernos, y el entorno nos pone las pruebas y las metas para conseguirlo. «¿Con esto que estás haciendo, te estás queriendo más?». Si no es así, te estás contando la vida y lo que eres de una forma equivocada. Para un adolescente el entorno es superimportante, sí, necesita ese vínculo, el sentimiento de pertenencia... ¡pero sin perderse en ella! La clave es que no le des tu poder a algo externo.