Claudia Bruna, coach familiar: «Un buen jefe tiene que hacer lo mismo que un buen padre»

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«Los niños son como las bellotas, ya tienen dentro todo lo que necesitan para convertirse en robles», señala esta educadora que, al convertirse en madre, dejó de liderar equipos en grandes empresas para centrarse en el trabajo de educar de forma positiva

18 feb 2023 . Actualizado a las 17:16 h.

Hoy le preocupan más los padres que los niños, confiesa Claudia Bruna, «madre apasionada, mujer afortunada y coach esperanzada» que acompaña a las familias en su crecimiento y facilita recursos para una educación respetuosa y positiva, que conjugue los límites con el respeto y la confianza. «Yo vengo del mundo de la multinacional. Estuve trabajando años en Danone y Unilever, en márketing, hasta que descubrí el coaching», cuenta esta emprendedora que empezó hace ya veinte años con el coaching en Austria.

«Cuando trabajaba en las multinacionales y lideraba equipos, me gustaba trabajar la motivación: que la gente viniera a trabajar a gusto y que pudiera disfrutar de su trabajo. Porque al final el rendimiento iba a ser mejor», explica. «La psicología trabaja el pasado. El coaching enlaza más con ‘¿qué futuro quiero a partir de ahora?'. Me enamoró esa filosofía de cómo dirigir mi vida», dice. La maternidad recondujo su carrera. «Un día, desperté, cogí a mi bebé en brazos y pensé: ‘Eso que consigo con mi equipo es lo que me gustaría conseguir en mis hijos'», revela.

—Hay una realidad laboral que deja de lado la motivación. Sobreviven los resilientes, los más duros. La desmotivación es una escuela que resiste. ¿Cómo se consigue que funcione un equipo, con bienestar y buenos resultados?

—Yo me formé justo en liderazgo y facilitación de equipos. Y ahí empecé... Y, al final, es lo mismo: lo que necesita un líder en la empresa para gestionar sus equipos es lo mismo que necesita un padre o una madre con sus hijos. Un buen líder de empresa tiene que hacer lo mismo que un buen padre.

—¿Qué debe hacer?

—Un buen jefe es el que sabe aprovechar al máximo todos sus recursos, no solo los que cree mejores. Es como en el fútbol, tú como entrenador tienes un equipo, tienes que sacar el máximo partido de él. Y saber que a veces se puede cambiar y a veces no. Un líder es aquel que sabe ver cómo es cada pieza de su equipo, que confía en cada una y sabe sacar el máximo partido. Luego es verdad que no siempre funciona... Y entramos en lo que es el coaching. Hay que preguntarse: ¿por qué no funciona? De entrada, un líder debe aprender a confiar en todos sus recursos. Es igual para los padres.

—Pero se tiende a uniformar, a igualar a los hijos, como a los empleados...

—Entonces, no sabrás sacar el máximo partido de tus recursos. No todos los trabajadores son iguales, no todos los hijos son iguales ni van a reaccionar igual a una misma cosa. Este es el problema: que un padre espera que sus hijos lo hagan igual que él, que un jefe espera que sus empleados hagan las cosas como él. Yo pretendo hacerle entender que «estos trabajadores no van a hacer las cosas igual que tú. Las van a hacer distintas y, a lo mejor, si les dejas, las hacen mejor». Es un problema no saber delegar, como no confiar.

—Ser desconfiado al final sale caro...

—¿Has oído hablar del efecto Pigmalión? Si crees, empoderas. Si no, limitas. Pasa con tus empleados y pasa con tus hijos. Con el «no sabes, lo has vuelto a hacer mal, tú no aprendes», la persona no va a aprender. Lo interesante con los hijos es dejarles ser. Yo digo que los niños (y los adultos) son como las bellotas. Ya tienen dentro todo lo que necesitan para convertirse en robles, en su mejor versión. No hay que meter nada en ellos. El coaching para padres va de descubrir cuál es el tesoro que hay dentro de cada uno. Ese tesoro es único. Todos somos diferentes y la educación se empeña en hacernos iguales. Estamos anclados en creencias que nos limitan.

—¿Cómo te liberas de esas creencias?

—Con trabajo y con valentía. Por eso digo que el coaching es para los valientes, para los que quieren cambiar y están dispuestos a asumir el compromiso de hacerlo. A veces, la gente viene a consulta diciendo: «¿Qué hago, cómo lo hago?». Yo no te voy a decir qué tienes que hacer, te voy a hacer reflexionar y ver qué está pasando dentro de tu cabeza. A partir de ahí, empiezas a caminar. Los cambios pueden ser poco a poco. El rol del coach es estirar hasta dónde puede llegar la persona.

—Caso concreto: ¿qué hacemos cuando un niño no se quiere vestir y hay que irse al cole?

—Puedes hacer muchas cosas. Si pasa con un niño mayor, que no quiere vestirse, es una señal de que algo está pasando. En el caso de un niño pequeño que no se quiere vestir, lo primero que hago es hablar, diálogo. En vez de «te quedas sin jugar, te quedas sin fútbol», lo primero que puedes hacer es una pregunta. «¿Qué está pasando?», «ayer te vestiste, ¿por qué hoy no?, ¿estás bien?». Y hay una pregunta mágica, que funciona muy bien con los niños: «¿Qué necesitas, qué necesitas para vestirte?». Es básica, pero funciona.

—¿Cómo educan los límites?

—Si lo sabemos comunicar bien, el límite funciona de forma muy positiva. Cuando hay un límite o una norma, ahí no se puede ser flexible. Habrá que ver en qué quieres ser flexible. No puedes obligar a tu hijo a elegir Medicina, ¿no?... Tú, si a tu hijo le dejas irse descubriendo desde pequeñito, al final irá tomando sus decisiones en coherencia con eso.

—¿En qué porcentaje depende la autoestima de un hijo de sus padres?

—Como mínimo, un 50 % de su autoestima depende de nosotros. Todo lo que te van diciendo tus padres desde que naces es lo que te vas creyendo que eres.

—Hay padres y madres que exigen a niños de 7 u 8 años mucho en lo académico, pero poco en comportamiento, autonomía o autoconocimiento.

—Es que muchas veces valoramos a los niños por lo académico, nada más. Es triste. Parece que si el niño vale académicamente, si saca un 10, vale, y si no, no. Tu hijo es mucho más que un 8, un 10 o un 6. Esta es una exigencia mal gestionada, y eso deriva muchas veces de adultos en una autoexigencia en la que se pasa muy mal. El otro día, una madre me decía: «Mi hija saca ochos, pero puede sacar diez si quiere... ¡Puede dar más!». Yo le he preguntado: «¿Tú le has preguntado qué nota quiere sacar? Porque esto es importante». El día que cuente la nota y se juegue entrar en Medicina, porque es lo que quiere, tu hija se va a dejar la piel seguro. Mientras tanto, ¿qué problema hay en que saque un 7, qué te hace verlo insuficiente?

—¿A veces nuestras carencias se convierten en exigencia con los hijos?

-Pueden ser muchas cosas... A veces tus miedos como madre, tus frustraciones y tus creencias te llevan a tener esa exigencia con el hijo. Piensas que si ahora no da el máximo no lo dará en la vida. Pero hay mucha confusión de creencias que nos llevan a exigir cosas que no son tan importantes. Y nos estamos olvidando, por ejemplo, del valor de la presencia, de compartir tiempo con los hijos. Estar, estar de verdad, dedicarles tiempo, no mucho tiempo, o en cantidad, sino tiempo de calidad. El momento de la cena puede ser mágico. Nosotros en la cena hablamos de todo, nos reímos, es una media hora que puede marcar la diferencia en tus hijos para sentirse escuchados y queridos. Es importante también pasar tiempo con ellos el fin de semana. Porque los padres de ahora queremos seguir llevando, con hijos, la vida que teníamos a los 20 años. 

—¿Los adolescentes somos los padres?

—Claro, y hay que saber renunciar. De los 0 a los 12 es una inmersión en los hijos, en esa franja de edad es lo más importante.

—Pero esa independencia de las madres, su tiempo de disfrute, es aún sospechosa...

—Pero no hay que confundir centrarte en tus hijos y tener tiempo para estar con ellos y educarles con dejar de tener tiempo para ti. Hay que saber priorizar, elegir. Hay que hacer un puzle. 

—Hoy si no participas en las ceremonias sociales de la paternidad (cumpleaños a lo grande, comidas en grupo, grupos de WhatsApp) quedas fuera, y posiblemente tu tijo también. 

—Yo los grupos del WhatsApp ni los leo, veo los mensajes en diagonal. Aquí es un problema social. Si no participar en un grupo de WhatsApp puede perjudicar la vida de mi hijo, que no lo creo, yo ahí pondría un límite como adulto. Lo digo también pensando en ser modelo para los hijos: si tú como adulta no sabes poner límites, no sabes decir que no por quedar bien o no sabes gestionar los WhatsApp como adulta tus hijos tampoco lo sabrán hacer seguramente. Hay que dejar detrás el famoso «quedar bien», el querer sentirse incluido a toda costa, que es lo que nos da miedo sobre todo en la adolescencia. Tenemos que tener en cuenta a las personas, ser resputuosos, pero cada uno tiene que hacer las cosas a su manera. Es muy importante saber poner límites, es algo que cuento en el libro Educar contra el acoso. No hay que ofender a los otros, pero sí darse prioridad a uno mismo.

—¿Cuáles son las señales que activan la alerta por acoso y qué podemos hacer como padres?

—Yo diría a los padres que hay que estar muy atentos porque las señales son muy-muy sutiles y a veces no se ven. Por eso, son importantes los espacios de conexión y cercanía con ellos. De escucha. Si ves a tu hija un poco más triste o más irritada o nerviosa, debes estar atenta. Los adolescentes si se muestran así es porque sufren, porque tienen muchas cosas dentro; esas son señales del cóctel explosivo que hace en ellos la adolescencia. No vale despacharlo con «Es normal, está en la adolescencia, ¡ya le pasará!». Sí, le pasará, pero pueden estar pasando cosas realmente importantes, como un bullying, una anorexia, una depresión... Si vemos señales sutiles, sin sobreprotegerles, hay que intentar comunicarse con el hijo para ver qué ocurre. Hay que acompañar, no solucionar, sino acompañarles para que ellos encuentren un poco el camino. Si no sabemos los adultos, ¿cómo van a saber ellos? Ese padre de «¡ya espabilará!»... Primero debes saber lo que hay y luego decirle que espabile. Hay gente que confunde sobreproteger con acompañar, con estar ahí. 

—¿Mirarles los mensajes en el ordenador o el móvil es aceptable?

—Me parece una falta de respeto. Y colgar fotos de tus hijos en Instagram sin su permiso también. ¿Cómo podemos estar publicando la vida de nuestros hijos? Y yo me equivoqué, lo hice... ¿Qué me va a decir una hija de 6 años? En estos casos no estamos respetando la vida y la intimidad de nuestros hijos; es el ego del adulto, nuestro ego como madre o como padre.