Con 92 años, Pepe no falta una semana a sus clases en la universidad

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MARCOS MÍGUEZ

Lleva más de 30 años jubilado, pero no ha frenado la actividad. Acaba de renovar el carné de conducir y hasta hace poco hacía gimnasia y natación a diario, aunque él cree que el secreto para cumplir así de bien es otro

05 mar 2023 . Actualizado a las 10:22 h.

Dice que nadie le echa la edad que tiene. Y a juzgar por la lucidez y la conversación, me sumo a la lista de los que pierden al intentar adivinarla. Le tengo que preguntar varias veces cuál es el secreto, porque es difícil oírlo hablar y no dudar por un instante de lo que pone en su DNI: «92, a puntito de cumplir los 93, los hago en abril». Se resiste, aunque me lo acabará confesando. Pero lo extraordinario, más allá de sus primaveras, es cómo se conserva. Con una actividad que ya quisieran otros a edades más tempranas.

 Desde hace más de diez años, —cree que deben de ser 12—, acude todos los miércoles a sus clases de la UNED Sénior, una iniciativa que acerca la universidad a las personas mayores de zonas rurales y garantiza el acceso a espacios educativos y el aprendizaje a lo largo de la vida. Este programa cuenta con muchos participantes, gente de núcleos de población no muy grandes, muy motivada por aprender, y que en su mayoría tienen una media de edad de 70 años. Dónde quedaron los de José Albino, Pepe, como lo conocen sus compañeros. Pero esto nunca ha sido un impedimento. Para este amante de la música las clases semanales de esta asignatura son un chute de energía y vitalidad. Allí se junta con sus compañeros, tocan instrumentos — él tiene preferencia por los de percusión, en concreto, por el tambor—, y una vez al mes se reúnen con los grupos que lleva el profesor —«es muy bueno», apunta— en otros dos ayuntamientos y «van a tocar para los viejos en los geriátricos de la zona de A Coruña».

A veces, esas quedadas incluyen comilonas, en las que tampoco faltan ni la música ni el baile. «Yo aún bailo, de hecho, a mí las chicas me sacan a bailar. No salgo yo, me sacan ellas». Antes de empezar con las clases de música en la UNED Sénior, ya estaba apuntado al coro de Vilouzás —la parroquia de Paderne en la que vive desde que se jubiló— con el que cantaba en las iglesias y en otras fiestas del pueblo. «Ahora ya no hay, se acabó después de veinte años porque se murieron varios integrantes y nadie se apuntaba. Fue todo a raíz de la pandemia», señala a la vez que explica que durante varios años su mujer y él llegaron a compaginar esta actividad con las clases de la universidad. El programa académico no se reduce a la asignatura de música, también hay pilates, informática, historia..., aunque a ellos es lo que más les llama. Durante algún tiempo probaron con medicina, pero lo dejaron «porque ya era mucho».

La capacidad de sorpresa con Pepe es infinita. A la pregunta de si utilizan el autobús para desplazarse cuando se reúnen con los compañeros de los otros ayuntamientos, enseguida me matiza. «No, no, vamos siempre cada uno en su coche. Yo sigo conduciendo. Aún hace unos meses que me lo renovaron por otros dos años». Vamos, que va a llegar a los 95 sobre ruedas. Y aclara que solo van en bus cuando son distancias largas. 

MEDIA VIDA EN ALTA MAR

Cuenta que su pasión por la música le viene desde muy joven. «Yo soy marino, y navegando aprendí a tocar la armónica». Y puede que aquí esté el secreto por el que le preguntábamos. «El mar conserva, y yo estuve navegando mucho años». Ojo con subestimar la brisa marina. Pepe fue alumno de la primera promoción de la Escuela de Náutica en A Coruña. Se embarcó por primera vez con 17 años. Empezó en barcos mercantes, y no le quedó puerto del Atlántico por pisar entre Boston (Estados Unidos) y Buenos Aires (Argentina). «Después me fui para los petroleros, y estuve en uno de la empresa nacional Elcano. Una vez fui desde Philadelphia hasta Nueva York y conté 15 refinerías, mientras que aquí, en España, solo teníamos la de Cartagena y la de Tenerife», señala este vecino de Miño.

Pasó largas temporadas embarcado. Recuerda que venía una vez al año cuando podía, pero que ha llegado a estar tres años sin poder regresar a casa. «Entré en un barco de segundo maquinista, y me ascendieron a primer maquinista, y después a jefe de máquinas. Y durante este tiempo estuve tres años sin vacaciones, pero me interesaba porque me iban ascendiendo», señala Pepe, que mientras estuvo destinado en Cartagena tanto su mujer como los dos hijos que tenían en aquel momento, después vendría el tercero, se fueron a vivir con él porque las rutas le permitían estar en casa una vez cada ocho días. También estuvo con su familia dos años en Cádiz, donde vivió su mayor reto a nivel profesional. «La empresa nos ofreció a un capitán y a mí supervisar la construcción de un petrolero de cien mil toneladas que se llama Montesa. En el viaje inaugural desempeñé yo la función de jefe de máquinas. Fuimos hasta el golfo pérsico dando la vuelta por África porque el canal de Suez estaba cerrado por la guerra entre israelíes y egipcios», recuerda. Y en este viaje por la memoria, es inevitable no detenerse en esta anécdota. «Una vez llegó un empleado de la refinería al barco preguntando por el jefe de máquinas. Y le dijeron: ‘Está ahí en el despacho'. Y él: ‘No, no. Ahí hay un alumno'. Y le dijeron: ‘Es el jefe, no es un alumno'», recuerda Pepe, que ya con 38 años despistaba con su edad. Cuatro años más tarde no le quedó más remedio que pisar tierra firme. Su mujer le dijo que eligiera entre el mar y su matrimonio. Él lo tuvo claro. Coincidió que en los astilleros de Bazán necesitaban capitanes y maquinistas, y entraron varios compañeros a la vez. Se trasladaron a Ferrol, y allí estuvieron viviendo hasta que con 58 años se jubiló, y se mudaron a Paderne.

Lo de Pepe es de récord, pero su mujer no se queda atrás. Ahora mismo se está recuperando muy satisfactoriamente de un ictus que sufrió hace seis meses, pero el mes que viene cumplirá 90, y entre los dos sumarán más de 180 años. «Hasta que pasó esto vivíamos solos, pero desde que le dio el ictus, una hija, que ya tiene a sus dos hijas mayores estudiando fuera, vive con nosotros. Mi mujer va mucho mejor, vamos todas las semanas a A Coruña al logopeda y ha recuperado mucho. Ya habla y anda por aquí, sube y baja escaleras, aunque ya no puede trabajar en el huerto como hacía antes», explica Pepe, que se lleva casi 92 años con su bisnieto más pequeño.

Ahora porque no hay, que si no, quién sabe... Pero hasta que llegó la pandemia acudía a diario a clases de gimnasia de mantenimiento y a la piscina que había en su localidad. Confiesa que no camina mucho, pero sí procura cuidar su alimentación. «No me duele nada, estoy muy bien de salud, creo que no pasé el covid, pero tengo puestas todas las vacunas que hay que tener. Lo único que las piernas no quieren ir adonde yo quiero, pero voy tirando». Y de qué manera.

No sabe si en su longevidad tiene algo que ver la genética, porque cuenta que su madre falleció con 80 por culpa de un cáncer y su padre con 88, pero de sus tres hermanas (él es el menor de los cuatro), dos vivieron hasta los 95, y una hasta los 97. Dice que no es charlatán, que no es de mucha conversación, pero de nuevo no lo parece. Tiene mucho carrete de vida. Y de calidad prémium.

Nadie le echa más de 70 y pico.