El retorno del Gedi: la NASA volverá a lanzar rayos láser a la Tierra

José A. González MADRID / COLPISA

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La agencia espacial estadounidense pondrá en marcha nuevamente en el 2024 su exitoso escáner climático bautizado como los míticos guerreros de Star Wars

07 abr 2023 . Actualizado a las 11:51 h.

«Esperamos que el retorno del Gedi sea en otoño de 2024». No, no es el anuncio de una remasterización del sexto episodio de Star Wars, en realidad es el encendido de la misión Global Ecosystem Dynamics Investigation cuyo acrónimo es Gedi y se pronuncia como los seguidores del lado luminoso de la Fuerza de George Lucas. Al igual que los Jedi, la misión de la Nasa también usa los rayos láser como arma principal. «Gedi es un láser lídar que penetra el dosel de copas de los árboles y llega hasta el suelo», responde Adrián Pascual, miembro del equipo científico de la misión.

Aunque esta tecnología no es novedosa, nació en 1961 y sirvió, por ejemplo, para cartografiar la Luna, «nos ha permitido por primera vez medir desde el espacio la altura de la vegetación o la biomasa almacenada por esa vegetación», apunta Pascual. Desde 2019, Gedi, acoplado a la Estación Espacial Internacional (EEI) ha emitido «ininterrumpidamente» pulsos de energía que, en primer lugar, choca con las copas de los árboles y luego con el suelo. «Convirtiendo ese lapso de tiempo en distancia somos capaces de estimar cuál es la altura de la vegetación», apunta Pascual.

Durante 48 meses, este pequeño dispositivo de 500 kilos ha cartografiado en 3D el primer mapa de bosques del mundo. «Nos ha permitido identificar dónde están los grandes sumideros de carbono mundiales», señala el investigador español. Los sables láser de este caballero Gedi espacial apuntan al «Amazonas, la Patagonia y los Estados Unidos», explica Pascual. «Realmente no somos guerreros, pero los datos son realmente buenos y únicos», añade.

Árboles estresados

Pascual, desde su cuartel general en la Universidad de Maryland (Estados Unidos), se encarga de la validación de los datos que llegan de Gedi. A sus manos llegan los metros de altura de los árboles de todo el planeta, la densidad y la capacidad de absorción de carbono de estos. «Los comparo con los inventarios forestales nacionales y con los datos de otras misiones para su validación», explica. «Es información muy valiosa para muchos países o para el Banco Mundial porque permite calcular las emisiones de cuánta biomasa se ha perdido», responde.

La información recopilada durante los últimos años apuntan a una recuperación de parte de los bosques degradados y «para bien o para mal se ve sobre todo en los trópicos», explica el investigador español. Los incendios, los cambios de uso de las tierras «pues está haciendo cada vez más difícil la función de sumidero de carbono», explica Pascual. «Vemos un pequeño declive en ciertas zonas», añade.

Los árboles son la principal tecnología para eliminar el CO2 de la atmósfera, donde este dióxido de carbono es parte de su alimento para crecer: «es su biomasa», detalla Pascual. Aunque la cifra puede variar, un árbol absorbe aproximadamente entre 10kg y 30 Kg de CO2 al año. «Nosotros utilizamos Gedi entonces para saber cuál es el almacenaje del carbono que existe actualmente en todos los bosques del mundo», responde este vallisoletano. «Se está viendo cierto declive en el Amazonas», alerta.

Los datos, disponibles para todo el mundo, revela la importancia de los bosques maduros y de la fragilidad de los nuevos árboles impulsados por los planes de reforestación en numerosos países para compensar las emisiones lanzadas a la atmósfera. «Una atmósfera saturada en carbono incentiva la producción de biomasa, pero es muy limitado», explica Pascual. A pesar de disponer de más alimento, «observamos que los árboles crecen menos que en épocas anteriores», revela. Los incendios, la falta de lluvias y la degradación provocada por los humanos son los factores de esta ecuación que provoca «que la transpiración de los árboles disminuya».

Descanso obligado

Tras cuatro años de trabajos ininterrumpidos y más de 20.000 millones de observaciones y mediciones de cada uno de los rincones del planeta, Gedi «ahora está guardado en un pasillo de la Estación Espacial Internacional», señala Adrián Pascual. «Pero volverá», advierte. Y lo hace tras una campaña global del mundo científico.

«Lo hará en 2024 y la idea es que esté en funcionamiento hasta 2030», revela Pascual. Una fecha que coincidirá, previsiblemente, con el desmantelamiento de la EEI. «El instrumento no muestra signos de degradación y parece que todo está en orden», señala.

Sin embargo, no es la primera extensión de la vida útil de Gedi que ya se extendió una vez, en marzo de 2021. «No es nada raro una extensión», afirmó en aquella época la agencia espacial estadounidense. «Es una herramienta que proporciona datos fundamentales», arguyeron en aquel entonces.

Con este nuevo retorno, los investigadores que supervisan el proyecto, entre ellos el español Adrián Pascual, tendrán la oportunidad de terminar su trabajo y calibrar sus resultados con otros satélites que se lanzarán esta década y que monitorearán los ecosistemas del planeta. «Podrá haber errores de posicionamiento tras el encendido, pero no será nada que no se pueda arreglar», advierte el español.

La segunda vida de Gedi más allá de los confines de la Tierra coincidirá con los años clave para los países firmantes del Acuerdo de París y el cumplimiento de la senda marcada por sus gobernantes para la reducción de las emisiones de CO2. «Es una oportunidad muy grande que tenemos de poder mantenerlo unos meses o unos años más, porque realmente no sabemos cuándo va a volver a existir otra posibilidad como esta».

Desarrollar Gedi y entender el funcionamiento de su tecnología desde una estación espacial llevó cerca de 20 años de trabajo previo. Numerosos estudios científicos fueron liderados por investigadores como Ralph Dubayah, investigador principal de GEDI y profesor de la Universidad de Maryland, para ponerlo en marcha. A principios de la próxima década, los más de 150 millones de euros del proyecto desaparecerán al entrar en contacto con la atmósfera.