María e Israel, padres de Loreto: «A nuestra hija le daban segundos de vida, y acaba de cumplir nueve meses»

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Estaban preparados para lo peor, pero solo recibieron buenas noticias. A las 12 semanas de embarazo les dijeron que su bebé tenía una malformación incompatible con la vida, y hoy, no dejan de celebrarla con ella

20 abr 2023 . Actualizado a las 17:21 h.

Loreto se ha convertido, a sus nueve meses, en un auténtico fenómeno en Instagram. Su estado de salud, estable ahora mismo, mantiene muy pendiente a la familia virtual, desde que sus padres, María e Israel decidieron hacer pública su historia.

 Ya tenían cuatro hijos varones, pero la espinita de la niña estaba ahí, y en un viaje a Loreto (Italia) para visitar la Basílica de la Santa Casa, «donde está la casita de la Virgen», le pidieron «una niña». Y esa niña llegó siete meses después, en julio del 2022, porque el parto se adelantó y nació prematura. «Era un embarazo muy deseado, hasta la semana 8 todo iba bien. En la 12, yo empiezo a manchar, ven que tengo un hematoma, y me mandan reposo. Al cabo de un mes ya me dicen que tiene una malformación cerebral grave incompatible con la vida, holoprosencefalia. Yo me esperaba de esa ecografía saber si era niño o niña, así que pregunté, y me dijeron: ‘Es niña, pero esta malformación viene con una serie de complicaciones, y como mucho llegará al año de vida, o seis meses, o no llegará a nacer, depende de la gravedad», señala María, que nada más salir de la consulta llamó a Israel, que no podía acceder por el protocolo del covid, y que enseguida tuvo claro cómo se iba a llamar la pequeña. Hubo más complicaciones, y las revisiones pasaron a ser semanales.

Siempre tuvieron muy presente que el peor de los pronósticos podía darse en cualquier momento. «Tuve un par de hemorragias muy importantes, de ir al hospital. De camino pensábamos: ‘Hasta aquí hemos llegado. Pero cuando te ponían el latido, decías: ‘Jolines, ahí sigues'». Cada revisión era un palo, las cosas cada vez se ponían más feas, el desarrollo cerebral iba a peor, «pasamos de seis meses o un año a que seguramente no llegue a poder respirar, es decir, a segundos de vida».

Estaban siendo muy prudentes, pero cuando ya se estaba acercando el parto, preguntaron si podían preparar las cosas del bebé, y con mucho cariño, la ginecóloga les dijo: «Chicos, no preparéis nada, porque va a ser peor recogerlo». No les quedó otra que aceptar la situación. «Vamos a tener una hija que va a morir inmediatamente nada más nacer, pensábamos que con tantos problemas, incluso, podía ser lo mejor. En las primeras ecografías nos invitaron a abortar, hasta que un día le dije: ‘No preguntes más, porque no vamos a cambiar de opinión'. Y nos pusieron con otra ginecóloga», señala Israel. «Entendemos que es una decisión muy dura —interrumpe María— es muy difícil porque tú estás albergando una vida que no va a tener un futuro, pero en nuestro caso la fe, el saber que Dios va por delante de todo esto, y que no somos dueños de la vida de nuestros hijos, ni de los que tengo fuera... Cuando entiendes eso, obviamente sigues adelante sin dudarlo». A pesar del sufrimiento y de la incertidumbre, no han dudado ni un instante de su decisión. Pero estar todo ese tiempo esperando sin ninguna esperanza de final feliz les hizo comprender a las personas que toman la decisión contraria. 

DOS MESES ANTES

En la semana 31, María rompió aguas, y Loreto vino al mundo el 7 de julio. Como los médicos pensaban que no iba a poder respirar, les dijeron que lo mejor «era dejarla ir, no mantenerla con vida de una manera artificial», y ellos estuvieron de acuerdo. «Para nosotros era muy importante bautizarla, y nos llevamos al quirófano agua bendita que nos habían traído de Fátima», dicen. En vista de que iba a ser muy poco tiempo, María e Israel no estaban dispuestos a verla llena de cables y de tubos, así que optaron por estar con ella en la habitación. Y, aunque al principio le costaba, empezó a respirar con normalidad. Pasaron las horas, y les dijeron si querían probar a darle de comer. Y succionaba perfectamente. Poco a poco, ella sola, sin ayudas externas, fue abriéndose paso. Tuvieron sus dudas sobre si sus hermanos debían conocerla, ya les habían contado que el bebé no iba a salir adelante, pero finalmente propiciaron el encuentro, y fue «impresionante». «Esa misma noche nos dimos cuenta de que respiraba con dificultad y llamamos a la enfermera, que nos dijo: ‘Es un bebé prematuro, no puede estar en la habitación con los padres, tiene que estar en la incubadora'. María no lo tenía claro, porque seguía pensando que iba a ser cuestión de horas, pero yo le dije que si era lo mejor para la niña, que hicieran lo que le correspondía por edad. Y efectivamente, todo fue muchísimo mejor».

Los días pasaron, y aunque veían, y ven, que «van pa´lante», nunca pierden la perspectiva. El alta en neonatos fue todo un «subidón», aunque salieron de la mano de un equipo multidisciplinar que los está asesorando en cada paso que dan con Loreto, que ya ha tenido que someterse a varias operaciones. El miedo, confiesan, siempre está presente, sobre todo cada vez que un virus se cruza, pero por el camino también han recibido muy buenas noticias. Loreto es capaz de ver y de oír, lo que abre dos campos de estimulación muy grandes. «Al final en la vida te tocan unas cartas, y tienes que jugar con ellas. Cada vez que nos dicen algo bueno, el cerebro recibe respuestas, pero va más lento de lo normal... Me vale, todo me vale. No sabemos si va a poder hablar, caminar o comunicarse, pero le vamos a poner todas las facilidades para que llegue al tope de sus posibilidades, como lo hago con el resto de mis hijos, con ella me costará más, pero lo vamos a intentar».

María e Israel no ocultan lo duros que han sido estos meses también para sus otros hijos de 12,11, 7 y 5 años, que se han convertido en el mejor ejército de enfermeros. «Ha sido un sufrimiento muy grande para nosotros, y para ellos también. El decir voy a tener una hermana, pero no sé si va llegar a nacer, si nace, si la voy a conocer, y poder disfrutar de ella.... yo creo que también les ha hecho apreciar la importancia de la vida. Que a veces no hay una sentencia para todo, y que pasan estas cosas. Ellos están muy volcados, y tienen las mismas dudas que nosotros, ¿podrá ir al cole? Pues no sabemos, vamos paso a paso». Porque como les dicen los médicos, se mueven en un mapa inexplorado. 

RENUNCIAR A SU TRABAJO

En diciembre, camino de los seis meses, le consultaron al neurólogo sobre la esperanza de vida, y este les contestó: «Hay casos y casos. Yo no le pondría limites a este niña». «Es verdad, el año está ahí, pero nos dijeron que no había que temer una muerte inmediata de la niña, porque no hay ningún indicio que haga pensar que va a peor. Nosotros ya no nos ponemos el año como techo. Al principio, pensábamos en horas, días, semanas.. y ahora ya podemos incluso pensar en el verano, siempre con los pies en la tierra», señala María, que ha tenido que renunciar a su trabajo de profesora para cuidar de su hija, algo que lejos de ver como una renuncia, valora positivamente. «No permitiría que otra persona lo hiciera, siendo egoísta. Estoy absolutamente orgullosa de quedarme con mi hija, de cuidarla, y darle todo lo que necesita. Efectivamente, no puedo trabajar, pero si un hijo se me pone malo, se queda conmigo en casa». «La vida es saber readaptarte —continúa—. Puedes hacerlo con alegría o resignada, con resignación no se vive, y con alegría, a veces se consigue, y otras, estás torcida, y no pasa nada».

Si hay algo que les ha enseñado la pequeña en estos nueve meses es a valorar cada momento, ya que cada instante junto a ella es para celebrar. «Cuando estábamos en el hospital nos dejaron irnos cuatro días a la playa, porque queríamos que la conociera, y estar con nuestros cinco hijos fue un regalo. En otro momento, habríamos dicho: ‘Cuatro días, ¡qué poco!'. Ahora mismo estamos detrás para que sonría, y cada vez que hace un atisbo de sonrisa a nosotros se nos abre el corazón», comenta Israel. Y por lo que se percibe a través de Instagram, deben de estar con el corazón abierto de par de par, porque la pequeña ya sonríe.