Cristina Soria: «Si va a traer una discusión, es mejor distanciar las comidas en casa de mamá»

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Nines Mínguez

Habla de los conflictos en pareja en su nuevo libro. Y aunque no todo es salvable, opina que «resolviendo algunos puntos» se puede tener una relación sana. Eso sí, «dos son pareja y más son multitud»

22 sep 2023 . Actualizado a las 09:01 h.

Cristina Soria (Calatayud, 1975), una de las coach más famosas de este país, conocida por su participación en el programa Sálvame y por ser autora de varios libros de autoayuda, acaba de publicar El libro que salvará tu relación. Ella te enseña a gestionar los conflictos en pareja y, aunque siempre tira de optimismo y de análisis a la hora de afrontar los momentos difíciles, también reconoce que no todo es salvable. A veces es mejor separarse y dejar de vivir en un conflicto permanente.

—Si haces todo lo que el libro te dice, ¿puedes llegar a salvar tu relación?

—Si tienes intención, sí. No solamente por hacer los pasos o por leértelo la vas a salvar. De hecho, hay un capítulo que dice: «Si tienes que romper, vamos a hacerlo de la mejor manera». Pero la intención es que poniendo en práctica y resolviendo algunos puntos que se desarrollan en los capítulos, tengas una relación de pareja duradera y sana, y que aporte a las dos partes. Hay veces que aplicando cuatro cosas, que nos permiten entender a la otra persona, evitamos muchas discusiones.

—Dices que hay que romper el cordón umbilical, sobre todo, «los domingos y otras celebraciones en casa de mamá».

—Sí, porque muchas veces se crean una serie de obligaciones que, al principio, en una relación de pareja pueden interesar. Pero hay muchísimos casos en los que se convierte en una obligación, que da pie a una discusión. La vida que llevamos nos permite estar poco tiempo haciendo realmente lo que nos apetece, con lo cual, eso que, al principio, decías: «Bueno, voy el domingo a casa de mis padres o de los tuyos. Nos llevamos el táper, nos quedamos un ratito y nos viene bien y a gusto». Al final, se convierte en una obligación y hace que una de las dos partes diga: «Yo no aguanto más» o «esta no es la manera en la que quiero pasar el domingo». Y ahí aparece ese sentimiento de culpa que te hace pensar: «¿Cómo les voy a abandonar?». O también el chantaje de los padres: «Es que ya casi no te veo...». Eso pasa muchas veces cuando no existe ni siquiera descendencia.

—¿Luego es peor?

—Cuando aparecen los hijos, con la mejor voluntad del mundo, también se entrometen en muchas parcelas por intentar ayudar, por acompañarte... que no permite que tú vayas tomando tus propias decisiones. Ahí hay que dar un paso al frente y decir: «Gracias, papá, mamá, suegro o suegra, aunque normalmente es más la madre y la suegra, os queremos mucho, os lo agradecemos, pero dejadnos nuestro propio espacio». Porque si no, una de las partes siente que está cediendo al disfrute de los otros, pero no al suyo propio.

—Entonces, en cierto modo, es sano distanciar las reuniones en casa de mamá o dejar de ir a comer los domingos.

—Sí. Si me va a traer una discusión con mi pareja o yo voy obligada, pues hay que distanciarlo. No significa que los tengas olvidados, que no quieras contar con ellos. Ahora bien, si yo voy encantada a casa de mi madre o de mi suegra y mi pareja igual, mantenlo. Pero hay que observar a la pareja. Si te dice: «Oye, ¿otra vez nos toca el caminito a casa de tus padres?, ¿otra vez me voy a pasar el domingo sin poder tumbarme a gusto después de comer?». Cuando eso aparece y supone un esfuerzo, sí que es interesante separarlo.

—¿Dices en el libro que dos son pareja y más son multitud, te refieres al hecho de que los padres se entrometen demasiado en las relaciones de los hijos?

—Totalmente. Y con la mejor voluntad del mundo. Habrá quien lo haga con mala fe, aunque la mayoría de los casos es por ayudar. Pero cuando aparecen los hijos, hay que adaptarse a esa nueva persona y ver cómo se afronta esa maternidad y paternidad, imagínate si tienes a tu madre o a tu padre o a tu hermana o tu cuñado que están opinando, entrometiéndose, dándote consejos... Esas relaciones de dependencia de padres con hijos, que no son capaces de cortar, también crean muchos roces y muchos conflictos en las relaciones de pareja.

—Y luego también está la idea de querer devolver a los padres lo que nos han dado. ¿Hay un sentimiento de culpa?

—Sí. Tenemos el concepto de que los padres nos han dado unos estudios, unas oportunidades, nos han cubierto las espaldas cuando lo hemos necesitado, siempre nos han ayudado y tengo la obligación de devolvérselo. Y se crea una relación insana porque lo que nosotros recibimos de nuestros padres es su obligación, pero los hijos tendrán que dárselo a sus propios hijos o a relaciones que tengan entre iguales. Esa necesidad de «te lo voy a devolver por todo lo que hiciste por mí», supone una gran carga para las personas. Y si eso individualmente ya nos afecta, imagínate cómo puede afectar luego a la relación de pareja, porque muchas veces ese rol de querer devolver, también lo trasladas a la pareja. Y ni tú debes cuidar en el aspecto paternal ni él o ella te debe cuidar a ti. Muchas veces se repiten esos patrones. Yo tengo esa necesidad de devolver lo que me han dado y ejerzo de padre de mis padres, y ese rol también lo aplico a mi pareja. Entonces no es una relación entre iguales.

—¿Cuándo deberían saltar las alarmas de que la relación no va bien?

—Tienes que darte cuenta de tu propia insatisfacción. De que, día a día, hay más discusiones que una convivencia sana. Que, además, todo lo que esa persona hace, dice o cómo se comporta te molesta, que todo supone un obstáculo, que estás buscando la bronca con la más mínima excusa, que estás viendo que no estás recibiendo lo que deberías recibir de tu pareja... Son pequeñas señales que si las escuchamos, somos capaces de darnos cuenta de que hay que ponernos manos a la obra y que hay que trabajarlo.

—Hablas de seis claves para tener una relación en equilibrio. ¿Cuáles son?

—Es fundamental que haya amor, si no, es una relación de cualquier otro tipo, pero no de pareja. También que haya relaciones íntimas, sexuales, pero no solamente el simple hecho físico, sino que todos nuestros aspectos de la sexualidad estén cubiertos. Y que nos atendamos y nos dediquemos tiempo. Es importante que mi pareja me complemente, pero que no cubra mis carencias. Porque entonces vamos hacia relaciones de dependencia. También hay que entender la individualidad del otro y aceptarla. Porque somos personas iguales y eso de querer cambiar al otro, también me lleva a numerosos conflictos. Y, por último, tiene que haber una relación en la que exista la comunicación. Si no existe, no se llegará a ningún entendimiento, no se sabrá cómo se siente el otro y será cuando más conflictos haya.

—Hablas de la importancia del sexo, ¿por qué dices que la curiosidad no siempre mata al gato?

—Porque creo que hay ciertas generaciones que partimos de patrones aprendidos. Y hay que indagar en lo que es la sexualidad, lo que supone una relación de pareja más allá de la relación más física, y saber cómo se puede entrenar la pasión y la atracción. Hay que conocerse y cambiar esos roles en los que habitualmente la mujer era siempre la deseada y el hombre, el deseante. Todo eso lo aprendemos teniendo curiosidad. Y te lleva a relaciones sexuales mucho más sanas y a pensar que no es normal que a partir de una edad ya no tienes que tener relaciones sexuales.

—¿No es normal?

—No, damos por normal algo que no es normal. Cuando hablas con expertos del mundo de la ginecología y de la sexología, te explican que el hombre y la mujer son activos sexualmente, al menos que haya algún problema, durante toda su vida. Obviamente, entendiendo que el sexo no es solamente el coito. Y ahora mismo hay muchas formas de alargar esas relaciones sexuales si de verdad te apetece, obviamente. Esas bromas que se hacen a menudo de forma natural, eso de que «solo una vez al mes como mucho», lo que conlleva es a poner sobre la mesa otros problemas. Incluso los sexólogos te dicen que cuando llega a terapia una pareja con problemas sexuales, lo de menos es el sexo. Es qué le está pasando a este hombre o a esta mujer para que no tengan ganas.

—¿Cómo se entrena el deseo?

—Para empezar, conociéndote a ti mismo. Es importantísimo. Qué te gusta, qué no te gusta, qué te excita y qué no. Y segundo, que si yo estoy sentado al lado de un señor o una señora que nos decimos hola y punto, dime tú qué voy a entrenar. Un abrazo, una caricia, un estar de la mano en silencio, un besarnos de verdad sin más intención... eso es alimentar el deseo. Mirarnos a los ojos, con una sorpresa, con un detalle... Si yo entreno el deseo y la pasión, mantendré relaciones sexuales sanas.

—Entonces, los detalles son importantes.

—Importantísimos. Lo que pasa es que muchas veces nos amparamos en la conformidad al decir: «No, es que yo no soy detallista». Es que un detalle, a lo mejor, es simplemente saber que mi pareja necesita algo, darse cuenta, preguntárselo y adelantarse. O sé que a mi pareja le gusta mucho algo y tener ese pequeño detalle. No tienen por qué ser grandes cosas ni hace falta gastarse mucho dinero.

—Entiendo que tras este libro y con todo lo que sabes, tu relación de pareja será perfecta.

—Perfecta no, porque no me gustaría. Y no quiero dar esa imagen de una relación idílica. Pero sí que es verdad que llevo 23 años casada con la misma persona, que nos casamos con 25 años. Obviamente, en todo ese tiempo hemos tenido que ir acoplándonos, conociéndonos, aprendiendo a comunicarnos, a pedirnos las cosas y hemos tenido obstáculos de todo tipo, que hemos ido superando. Hay una parte de este libro que sale de mi propia experiencia. No es una relación perfecta, pero es una relación de dos chicos jóvenes, que se casaron con mucha ilusión, que han tenido dos hijos y que han ido superando muchas cosas. Y yo no soy nadie especial.

—¿Vosotros también habéis pasado por crisis?

—No han sido crisis de decir: «Me estoy replanteando mi relación». Pero sí que hay muchos obstáculos que tienes que sortear. Claro que sí. Y ha habido momentos en que una de las partes estaba más estresada, más apagada o más desconectada. En tantos años, imagínate, pero no puedo decir que haya vivido una gran crisis de pareja.