Leandro Fernández: «Nuestro cerebro busca el equilibrio, por eso después de un día de estrés nos apetece una cerveza»

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

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Alberto Llamazares

Es especialista en gestión positiva del estrés. En su último libro, «Inteligencia Adaptativa», trata de dar las herramientas para transformar la adversidad en un aprendizaje que nos haga crecer como personas

03 mar 2024 . Actualizado a las 12:05 h.

Leandro Fernández tiene un planteamiento que recuerda a las Meditaciones de Marco Aurelio. En lugar de huir a toda costa de las cosas desagradables, cree, debemos aprender a aceptarlas y extraer jugo de ello. Volvernos más fuertes con cada palo recibido. Para ello, acerca a sus lectores y clientes a conceptos como el de «Inteligencia Adaptativa». Una herramienta para amoldarnos a una sociedad en constante cambio sin ser arrollados en el proceso. No es tarea fácil, pero él plantea una suerte de guía para estos procesos. 

— Empecemos por el principio: ¿Qué es la Inteligencia Adaptativa?

— Es la capacidad para gestionar con éxito los cambios sin que el estrés nos arrastre. Esto implica mantener la motivación y el equilibrio interno ante las cosas que nos desbalancean en la vida.

— Tiene las mimas siglas que Inteligencia Artificial, ¿es casualidad?

— No fue acuñado aposta de inicio. Luego surgió la relación entre ambos términos de forma natural. La Inteligencia Artificial es esa fuerza que acelera de manera salvaje el proceso evolutivo. La Inteligencia Adaptativa es lo que necesitamos para lidiar con todos esos cambios sin quedar fuera de juego o perdiendo la salud por el camino.

— ¿Qué cosas nuevas aportan tus teorías acerca de esto?

— Propongo una visión integral desde la perspectiva de la ciencia sobre cómo funciona el cerebro y el organismo ante los cambios. Busco las claves que nos ayudan a tener más eficacia a la hora de gestionar el estrés generado por los cambios. Busco un planteamiento que sea práctico y eficaz. Sin matar moscas a cañonazos.

— ¿Estamos sobreestilumados? ¿Cómo afectan las redes sociales a esto?

— No tengo ninguna duda. Cada vez hay más evidencia científica de ello. Hay una relación entre la ansiedad en los jóvenes y el tiempo que emplean en las redes sociales. Los dos impulsos básicos de nuestro cerebro son buscar el placer y evitar el dolor. Cuando nos enfrentamos a una situación de desequilibrio, incómoda, nuestro cerebro trata de buscar el equilibrio buscando el placer. Por eso después de un día duro de trabajo nos apetece tomarnos una cerveza o comer algo dulce. Pero ahora tenemos a nuestro alcance generadores de dopamina portátiles, fáciles, rápidos e incluso con scroll infinito. Las redes han explotado una debilidad en los cerebros más inmaduros para regular su atención. Lo que tienen las redes de atractivo lo tienen también de adictivo. 

— Entonces, ¿estamos yendo hacia atrás en gestión de emociones?

— Por una parte sí y por otra no. El sistema genera corrientes cada vez más fuertes, y nosotros tenemos ahora menos recursos para resistir al dejarse arrastrar por esa corriente y para elegir nuestro camino. Encontrar ese lugar donde podemos mantener el equilibrio. Pero al mismo tiempo, cada vez hay más conciencia de la necesidad de cuidar nuestras emociones y del impacto que no cuidarlas puede tener para nuestro futuro y el de las siguientes generaciones.

— Muchos padres están notando que sus hijos pequeños muestran sentimientos de frustración a edades muy tempranas. ¿Qué consejo les darías para enfrentarse a este problema?

— Yo, como padre de dos niñas, planteo que a veces no sabemos darnos cuenta del impacto que tiene sobre la regulación de la atención de nuestros hijos el exponerlos a las pantallas demasiado pronto y demasiado tiempo. Les estamos enseñando a absorber una estimulación fácil, rápida, muy placentera cuando sus mentes están aún en formación y son más plásticas. Es un placer sin  esfuerzo, y eso lleva a que cuando la persona necesita regular emociones como la frustración o la incomodidad, se ve con pocos recursos. Es como presentarse a una maratón sin haber entrenado. Entonces el cerebro expresa las emociones desagradables que le generan esas dificultades. Mi sugerencia es: menos pantallas. Que los padres aprendan a ser capaces de sostener la incomodidad que esto puede generar en nuestros hijos para que aprendan. Hay que darles la experiencia para que regulen sus frustaciones. Es como aquel experimento tan famoso en la que se ponía a un grupo de niños frente a una gominola y se les decía que, si aguantaban 10 minutos sin comérsela, al final se les daría otra chuchería más. Algunos resistían la tentación, otros no son capaces de sostener la incomodidad que les genera el impulso. A lo largo del tiempo, lo que se observó es que los niños que no se habían comido la chuche tenían una fuerza de voluntad y un autocontrol mayor y esto afecta a los niveles de progreso que alcanzarán durante sus vidas. 

— Una constante en tu obra es el concepto de utilizar la adversidad en nuestro favor. ¿Cómo se hace esto?

— De forma natural, la adversidad nos genera incomodidad, sensaciones desagradables y dolor. Hay otra investigación de la que hablo en el libro sobre la capacidad de resiliencia. Durante cuatro años se hizo seguimiento a un grupo de adultos para ver el grado de adversidad que habían tenido en sus vidas, su nivel de satisfacción vital, su salud física y mental. Se les daba una lista con eventos traumáticos y ellos tenían que marcar cuántos de ellos habían experimentado. En un cuestionario de 37 sucesos, el promedio de respuestas marcadas es ocho por persona. A su vez, hay un porcentaje de la gente a la que no le ha sucedido ningún evento traumático y otra fracción a la que le han sucedido practicamente todos. Lo que mostró luego el seguimiento es que tanto las personas que han experimentado muchísima adversidad como las que no han experimentado casi ninguna muestran un mayor grado de insatisfacción con la vida y de problemas emocionales. Son los que están en el medio las que han desarrollado más capacidades que les permiten caminar por la vida con mayor seguridad y salud mental y física. Sin algo de adversidad no podemos desarrollarnos del todo. Hay que aprender a aceptar la situación adversa. No huir compulsivamente de ella hacia salidas que solo son solucciones a corto plazo. Lo fundamental es saber identificar cuáles son esas cosas de la situación que deben ser aceptadas porque no podemos cambiarlas. Pero, a la vez, hay que mantener la fe de que todas esas viviencias, en algún momento de nuestras vidas, nos van a resultar de utilidad. Confiar en que, antes o después, lo adverso pasará y todo mejorará. Todo cambia, tanto lo bueno como lo malo. Cuando estamos fatal, casi siempre llegará un momento en el que el sol volverá a salir.