Ana Cuartas, víctima de abusos de su padre: «No puedo vivir tranquila si mi violador puede sentarse enfrente en una cafetería»

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XOÁN A. SOLER

Su progenitor salió de la cárcel esta semana sin que haya una orden de alejamiento que le impida acercarse a ella

01 mar 2024 . Actualizado a las 22:07 h.

A Ana Cuartas el tiempo se le congeló de nuevo esta semana. Después de una dolorosa infancia en la que vivió terroríficos abusos sexuales por parte de su padre, y de luchar ya siendo adulta para que se hiciera justicia por tantas atrocidades; este miércoles el hombre que le destrozó la vida salía de la cárcel.

«Cumplió ocho años de prisión —explica—, le aplicaron la pena mínima porque el delito estaba a punto de prescribir, faltaban seis meses. Fueron ocho años en los que siguió diciendo que es inocente y no hizo nada para reinsertarse en la sociedad». Rabia, impotencia, frustración, miedo. Todos esos sentimientos se apoderaron de Ana cuando su abogada le informó de que su padre y abusador salía de la cárcel.

El origen de todo ese terror es fácil de identificar: Ana no tiene una orden de alejamiento que impida que su violador pueda acercarse a ella. «La audiencia provincial de Asturias —afirma— consideró en su día que no era necesaria, porque él está allí y yo resido aquí, en Galicia. Y al ratificar la condena el Supremo ya no hay manera de pedirla».

Ana no sabe si su padre la buscará. «Cuando estaba en pleno proceso judicial intentó contactar conmigo por redes sociales, pero lo bloqueé», dice, pero lo que sí sabe es que «es una persona vengativa, muy agresiva. En su día a mí me amenazaba con bastones, estoques y con un machete. En Torrevieja sacó el machete y fue corriendo detrás de un señor que le había quitado el aparcamiento, y en una discusión familiar dio un hachazo tras una puerta que si no llegan a cerrar le hubiera dado a uno de mis tíos».

También teme por los suyos. «Mi madre es invidente, tiene miedo, y yo también. Es que si yo voy y vengo en el día a comer con mi madre a Asturias (en dos horas y media te plantas allí), él puede hacer lo mismo». Ha tenido que avisar a los centros escolares de sus hijos, «por si tiene la feliz idea de acercarse a ellos».

No le queda otra que revivir un infierno. «No puedo vivir tranquila porque se puede sentar enfrente de mi en una cafetería, puede ir a buscar a mis hijos al instituto y no puedo hacer nada. Si voy caminando por la calle iré mirando con el rabillo del ojo por los escaparates quién viene detrás... y este tipo de cosas que tenemos que hacer las víctimas».

Cuartas no tenía pensado hacer pública la información de que su progenitor ya está en libertad. Pero sintió que tenía que denunciar la desprotección de las víctimas. «Tenemos derecho a andar tranquilas por la calle —denuncia—, las leyes son prorreo y no províctima. Ojalá mis secuelas se hubieran terminado cuando terminó su condena penitenciaria, pero por desgracia no es así».

Ahora es revivir todo otra vez, estar en alerta permanente. «Las víctimas no tenemos apoyo psicológico especializado —afirma—, cuando tú entras a denunciar no hay nadie que te acompañe durante todo el proceso, hasta que termine. Tampoco hay protocolo sobre cómo actuar si él ahora intenta algo. No nos informan de nada, y, por otra parte, yo ni siquiera estoy considerada víctima de violencia de género porque no fue mi pareja, claro, es mi padre».

Ana vuelve a coger fuerzas para enfrentarse al futuro. Y, de fondo, deja una reflexión: «Una persona que dice que no ha hecho nada ni ha intentado reinsertarse es un peligro andante no solo para mí, sino para la sociedad en sí».