Carlos Soria, alpinista a los 85 años: «No soy un descerebrado. Cuando llego a la cima, tengo prisa por bajar»

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Un grave accidente a 7.700 metros de altura lo ha alejado temporalmente de las cumbres, pero él cree que podrá regresar en poco tiempo: «Soy el único que subí diez ochomiles con más de 60 años»

22 abr 2024 . Actualizado a las 12:21 h.

Aparentemente, Carlos Soria no parece que tenga 85 años. Pero si encima lo escuchas hablar y conoces su trayectoria deportiva, te quedas con la boca abierta. Porque muchos, de menos de 40, difícilmente lograrán lo que este hombre ha conseguido después de los 60 años, alcanzar la cima de diez ochomiles. «Soy el único que lo ha logrado», dice como si nada. También, sus pies han colonizado 12 de los 14 picos más altos del mundo. Uno de ellos se le resiste aún. Y es donde, precisamente, sufrió hace ahora un año un aparatoso accidente, que lo ha alejado temporalmente de la montaña. Es la cima de Dhaulagiri, en la cordillera del Himalaya (Nepal). «Es la cumbre que más se me resiste y la que peor me ha tratado, porque he tenido ese accidente terrible», dice, mientras reconoce que echando la vista atrás no se puede quejar de todo lo que ha logrado.

Este terrible accidente le provocó una rotura de tibia y de peroné «muy fea» a 7.700 metros de altura. Nunca pensó que pudiera soportar tanto dolor mientras lo bajaban de allí, pero lo hizo. Aun así hace una lectura positiva, porque sabe que si no llega a ser por la gente con la que iba, no hubiese salido con vida de esa montaña. Cuenta que tres amigos suyos perecieron antes en esa zona, uno de ellos por agotamiento tras alcanzar la cumbre. «La gente que me bajó arriesgó su vida por salvarme. Los médicos, entre ellos Manuel Leyes, tenían la maleta preparada para operarme en Katmandú si hacía falta. Cuando llegué me estaban esperando en el aeropuerto. Y los serpas amigos — se refiere a los guías del Himalaya—, también otros alpinistas, como unos polacos que ya se iban a su casa y lo dejaron todo por llegar en helicóptero al campo 2 para encontrarse con nosotros en el campo 3 y ayudarme a bajar. Todo fue muy bestia», dice.

Carlos todavía tiene muy presente este suceso, sobre todo, por lo injusto que fue. «Estábamos muy cerca de la cumbre. Íbamos los primeros, delante de todo el mundo, y lo único que me deja tranquilo es que no fue fallo mío. Un serpa se cayó y la cuerda estaba floja, entonces nos arrastró a cuatro. Yo caí con el peso de tres personas encima y se conoce que tenía muy bien anclada la pierna en la huella. Se me rompió muy mal», explica.

70 años en la montaña 

«Llevo 70 años subiendo montañas y nunca me han tenido que sacar de ninguna, siempre he bajado por mi propio pie. Me he dado la vuelta muchas más veces de las que he alcanzado la cima, porque siempre he pensado que la cumbre no es el final. El final es volver a tu casa. Esta ha sido la primera vez que me han tenido que evacuar», confiesa este abulense afincado en Moralzarzal, en la sierra de Guadarrama, que no se considera un «descerebrado» por subir al Himalaya a su edad. Todo lo contrario. Toma todas las precauciones necesarias para evitar todo tipo de accidentes. Siempre ha sido así. «Allí pocas bromas. Cuando llego a una cima lo que siento es que tengo prisa por bajar, que hay que irse de allí cuanto antes, porque la bajada es lo más peligroso», dice. La emoción llega luego, en la intimidad y en una zona segura: «En la cima tengo alegría, pero una vez que he bajado y me meto en mi tienda después de los abrazos con el equipo, ahí es cuando se me llenan los ojos de lágrimas».

La pasión por la montaña le nace a Carlos de niño. Él, que vivió en la posguerra (nació en 1939), tuvo que ponerse a trabajar a los 11 años y encontró en la naturaleza una vía de escape a la realidad que le tocó vivir. «Desde niño ya me llamaba la montaña. No me gustaban las ciudades. A los 14 años me acerqué a ella por primera vez para pasar unas vacaciones. Desde los 11 a los 14 años trabajé de encuadernador, y luego fui tapicero hasta los 65 años. Pero siempre compartí mi pasión por la montaña con mi mujer y mis cuatro maravillosas hijas», dice. «No hay nadie a mi edad que haya subido con 77 años, por ejemplo, el Annapurna ni al K2 con 65. Pero la edad me importa poco», aunque le da un repaso a muchos de 40: «Sí, a algunos. Pero porque ellos quieren. Allá ellos».

De los 14 picos más altos del mundo ha alcanzado 12: «Porque llegué a una cima de más de 8.000 metros, pero no es el Shisha Pangma, que es la cumbre principal. Además de esos 12 ochomiles, nueve los he hecho solo con un sherpa, no con una expedición. Muchas veces no tenía patrocinador o muy poco patrocinio y he ido solo, compartiendo permiso con otra gente». Él también estuvo, con 34 años, con la primera expedición española que fue al Himalaya, en 1973. Igual que dos años después, cuando los españoles coronaron la cima del Manaslu, la octava montaña más alta del mundo: «El año que viene se cumplen 50 años de aquella primera vez». Y entre sus nuevos retos, en cuanto esté en plena forma, figuran volver al Dhaulagiri, a ver si logra al fin alcanzar la cima o rememorar ese hito histórico medio siglo después: «Pero todo dependerá de mi recuperación. Lo que no haré serán tonterías. Lo haré si estoy preparado, y si no, pues haré otras cosas y seguiré siendo feliz», porque es algo que no le obsesiona. De hecho, no era la primera vez que intentaba alcanzar el Dhaulagiri: «Estuve a 8.050 metros de altura, pero nos bajamos por precaución. Y tiene 8.167 metros. Me faltaron 100 metros. Había niebla y nos habíamos equivocado de lugar. Estuvimos muy cerca de la cumbre, pero nos dimos la vuelta. Es la que se me resiste, pero si voy, voy y si no, no pasa nada. Tengo mi vida».

Su secreto

Pero, ¿cuál es el secreto para mantener ese nivel físico y ser capaz de lograr estos hitos a su edad? Carlos responde: «Yo cumplo años como todo el mundo. Lo que pasa es que soy un bichito raro porque entreno mucho, me cuido mucho, como muy bien, hago ejercicio y he trabajado muchísimo desde niño. Soy un tipo duro y aguanto bastante. Ya te digo que en el Dhaulagiri hicimos dos jornadas en una, del campo base al campo 2. No es algo normal. Íbamos a la cumbre como flechas, mi amigo Sito Carcavilla y yo, y parecía mentira, pero era real. Pero pasó este desgraciado accidente». Además de una intensa preparación física, reconoce también que la mente tiene que estar muy fuerte: «Tienes que hacer las menos tonterías posibles, pero el resto de la musculatura también hay que cuidarla». Por eso entrena todos los días. Ni siquiera dejó de hacer ejercicio cuando estaba convaleciente. «A mí me gusta llevar un horario. Hago ejercicio todas las mañanas y lo combino con subir cuestas. A veces me subo a Guadarrama. Lo hago a las 5 o a las 6 de la mañana para hacer un entrenamiento largo. Me gusta llevar un horario, por eso como a la una y duermo un poco de siesta. Procuro estar en la cama a las 10 de la noche. Y siempre entreno. Incluso desde el primer día que estuve en la cama. Me puse unas anillas y, con el permiso de los traumatólogos, me colgaba de los brazos, ya que la pierna no podía moverla».

Carlos, con su mujer y dos de sus hijas, cuando eran pequeñas, ante la cumbre del Cervino, en Los Alpes.
Carlos, con su mujer y dos de sus hijas, cuando eran pequeñas, ante la cumbre del Cervino, en Los Alpes.

También reconoce que, más allá de los retos que se marca, le gusta disfrutar de la montaña en familia. «Ellos tienen mucho que ver conmigo. Somos una familia fantástica. Una de las cosas de las que más orgulloso me siento es de la familia tan unida y tan formidable que tengo. Mis hijas han salido a la montaña desde que nacieron, prácticamente. Todas son deportistas y mis nietos también hacen deporte y montaña. Entrenamos juntos todavía y, a veces, subimos algún pico. El día que no tenga ganas de hacerlo es cuando mi familia se preocupará», aclara. «Y mi mujer también subió conmigo al Cervino (Los Alpes), nos acompañaron dos de nuestras hijas hasta el refugio. Luego, una de ellas subió con nosotros... Con decirte que cuando nos instalamos en Moralzarzal, dos de mis hijas se vinieron a vivir también aquí... Y una de ellas estaba en Inglaterra. Con eso te digo todo», asegura.

Carlos no se pone límites a su edad, pero sí dice que escuchará a su cuerpo cuando le dé avisos de que tiene que parar: «Claro que noto mucha diferencia física con antes, como es lógico». Pero el día que no pueda alcanzar tanta altura, seguirá disfrutando de la naturaleza: «Cuando vas llegando a la cumbre, vas viendo el amanecer poco a poco. Las montañas empiezan a tener la luz del sol y los valles están todavía oscuros. Es un espectáculo fantástico. Y tienes mucho tiempo para disfrutarlo porque mientras subes lo vas apreciando. Como vas cansado, vas despacio. Es un momento milagroso y fantástico».