Xavier Guix: «El trabajo de los padres es molestar lo menos posible a los hijos»

ACTUALIDAD

El autor de «El problema de ser demasiado bueno» tira por la borda todo lo que creías sobre la bondad y cómo se ha transmitido de generación en generación: «Se confunde con la sumisión y la obediencia, y no tienen nada que ver»

21 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Que levante la mano a quien no le han repetido hasta la saciedad cuando era pequeño que «hay que ser bueno». Una frase que transmitimos de padres a hijos para educar a los niños, pero que esconde un significado perverso, en cierto modo. Porque como bien explica el psicólogo Xavier Guix, también hay una forma de ser bueno que nos hace mucho daño. Se trata de lo que él denomina «la mala bondad». Un concepto aparentemente contradictorio, pero que no lo es cuando te lo explica en su libro El problema de ser demasiado bueno.

—¿Es un problema ser bueno?

—Claro, porque se confunde la bondad y ser bondadoso con ser sumiso y complacer a los demás, obedecer y comportarse bien; entonces, eso ya no es bondad. Es sumisión y obediencia. Es una mala bondad.

—¿Mala bondad?

—Sí, y tiene cuatro principios fundamentales que se basan, por un lado, en un enorme sentido del deber y de la obediencia. Muchas personas han crecido bajo figuras paternales que han sido muy rígidas y estrictas, o han recibido el mensaje de que, para ser buenas, hay que ser obedientes. Esos dos principios, obediencia y portarse bien, son las dos primeras claves para entender la mala bondad.

—¿Cuál es el tercer principio?

—La angustia por no sentirse suficientemente bueno. Hay muchas personas que cuando creen que han dicho algo que no tenían que haber dicho, cuando se les ha ido un poco la pinza, cuando sienten que, a lo mejor, han herido a alguien, o cuando no responden a las expectativas de los demás, se sienten mal. Se sienten mal por ser ellas mismas, por creer que están, de algún modo, decepcionando a los demás. Esa angustia es, quizás, de los cuatro puntos, la que más fuerza tiene; porque hace que la persona se sienta culpable, que no es suficiente, que no hace bien las cosas y, entonces, toma una actitud sumisa, de complacencia, de esforzarse, de ser perfecta y de hacerlo todo bien. Todo eso es mala bondad.

—¿Y el último pilar?

—Es la ira reprimida. Es decir, la parte donde hay, quizás, más agresividad. Y suele afectar a las personas que no les gusta la confrontación. Lo pasan muy mal cuando tienen conflictos con los demás porque todo les sabe mal. Esos cuatro pilares nos están indicando que eso no es bondad. Es querer quedar bien, hacerse el buenista.

—¿Entonces, hay que ser un poquito «cabroncetes»?

—No, no. Porque entonces iríamos al otro extremo y no nos sentiremos bien. Se trata de ser uno sintiéndose bien consigo mismo, porque si me hago bien a mí, hago bien al otro. Esa es la primera condición, hacerme bien para hacer bien a los demás y, por extensión, al mundo. En cambio, si me siento cabroncete, que estoy metiendo la pulla, no me voy a sentir muy bien. Voy a tener una actitud basada en el ego, en el orgullo, etcétera. Y esto tampoco es pota de la buena.

—La necesidad de ser obediente y de portarse bien nos acompaña toda nuestra vida y lo replicamos con los hijos...

—La medida para saber si tu hijo va bien por la vida es que sea obediente y cumplidor. Los padres suelen hablar de que sus hijos son muy buenos si no dan problemas, se adaptan, se portan muy bien... Con lo cual, si tienes un hijo que te sale un poco rebelde o movido, que no entra en los estándares, entonces ya parece que tienes un hijo problemático; cuando, en realidad, no es ni problemático ni es muy bueno, simplemente es tu hijo. Y como tal va a desarrollar sus capacidades, sus tendencias y potenciales. Por este motivo, el trabajo de los padres es molestar lo menos posible. Pero eso no significa no poner límites y no darle pautas que le ayuden a llevar mejor sus tendencias. Lo que sucede es que hacemos lo contrario. Los intentamos meter dentro del campo de nuestro conocimiento. Dicho de otro modo, los moldeamos a nuestra imagen y semejanza y, también, según la cultura del momento. ¿Estás realmente educando a tu hijo? Fíjate que la palabra educación significa sacar de dentro. Y los padres, igual que los educadores, tienen que saber sacar de dentro.

—¿Y cómo se logra?

—Esa criatura ya tiene unas tendencias y hay cosas que ves que le gustan y cosas que no. Cosas que hace bien y otras que no. Entonces, obsérvalo y ve acompañándole, poniendo límites, y ayúdale a que haga fuerte aquello que sabe hacer bien, pero no le intentes meter un modelo a la fuerza. No intentes que sea de una manera determinada cuando te estás dando cuenta de que no es así, porque eso te va a llevar a una frustración continua con tu hijo, y por ahí viene eso de que algunos hijos digan que han hecho una vida que no es la suya.

—Pero si vas en contra del sistema vives en un conflicto permanente, y la sociedad lo que premia es lo contrario.

—La tendencia siempre es que todo el mundo siga esos esquemas, lo que pasa es que con el tiempo se demuestra que no eran buenos. Si uno analiza hoy la visión que tenemos de la educación, comparado con la que tenían nuestros padres o abuelos, no se parecen en nada. Hay una manera de funcionar mucho mejor. Por lo tanto, cuando intentamos que exista una sola verdad, una sola manera de educar, un solo sistema, eso es lo que nos corrompe. Al final, uno tiene que decidir sobre el sistema, lo que a mí me parece de sentido común o lo que como padres escogemos para nuestros hijos y los límites que imponemos. Por ejemplo: «No vas a tener móvil hasta no sé qué horas o no vas a disponer el fin de semana de tanto tiempo para hacer lo que quieras, porque te estamos educando para que tú también tengas tu propia autoridad. No para que obedezcas y seas un niño que siga todas las normas, sino que aprendas a dirigir tu vida por ti mismo». Y eso se empieza desde pequeñito, ayudándole también a frustrarse.

—¿Y cómo se enseña a un niño a frustrarse?

—Frustrándolo. No dejándole hacer lo que quiera. No se trata de ir frustrándolo continuamente. Se trata de que hay momentos, situaciones, donde aquello que quieren no puede ser. Entonces, el niño va a patalear, va a llamar la atención para intentar conseguir lo que quiere, y ahí está el sostenimiento de los papás. Es decir, por mucho que hagas, no vas a conseguir nada. Entonces, el niño habrá aprendido la lección, que a veces puede ser que sí, y a veces, que no.

—En el libro hablas de que hay que trabajar las heridas y estableces cuatro tipos, entre ellas, la culpa.

—Las culturas orientales son sociedades de la vergüenza, pero la nuestra es una sociedad de la culpa. Uno siempre intenta evitar que lo señalen como culpable. Por eso, la culpa ha sido muy bien ejercida, históricamente, por las instituciones políticas y religiosas para crear en la propia persona el miedo atroz a sus actos. Vigila lo que haces porque te vendrá la culpa y si hay culpa, a continuación viene el castigo. Entonces, la gente, por miedo a lo que pueda suceder, se autorregula, se anticipa a la culpa. Fíjate hasta qué punto la llevamos en nuestro ADN. Por tanto, no hay que someterse tanto a esas sociedades que, de algún modo, te están mirando como si fueran el Gran Hermano, sino decidir lo que a ti te parece que es correcto, pensando en hacer el máximo bien para ti, para el otro y para el mundo.

—También hablas de la herida de la ansiedad.

—Sí, es producto de nuestra vida. Las personas tenemos tendencia a darle vueltas a las cosas, nos sentimos incluso muchas veces atrapados, que es una palabra clave para entender la ansiedad. Nos sentimos atrapados en nuestro pensamiento de tal modo que queremos resolver cosas que aún no han pasado; queremos encontrar soluciones a algo que no está ocurriendo, pero que tememos que ocurra. Esa angustia anticipatoria genera ya una angustia, que es estrés. Si a eso le añadimos una sociedad del rendimiento donde la gente no para desde que se levanta hasta que se acuesta... Y encima tiene la impresión de que no tiene tiempo para todo, que no llega, entonces llega un momento que viene el agotamiento, que es cuando petamos. Nos diagnostican nervios y vamos empastillados, porque queremos aguantar un sistema que es enfermizo por sí mismo. Con lo cual, las personas tienen que tomar decisiones sobre cómo quieren vivir. «¿Por qué tengo que vivir así?, ¿por qué tengo que seguir este esquema?». Ahí es cuando uno empieza a darse cuenta de que tiene que decidir sobre su vida y no estar sometido a las obediencias y a las autoridades externas.

—Pero hay personas que no se pueden permitir el lujo de cambiar de vida o de trabajo, por ejemplo.

—Ahí también puedes decidir. Si, por ejemplo, me siento esclavo de mi trabajo, me tendré que preguntar: «¿Es eso lo que yo quiero en mi vida?». Hay mucha gente que se está haciendo daño a sí misma pensando que se está haciendo un bien. Y eso es una locura. Si te estás haciendo mal en tu trabajo, esperando que algún día recibirás una compensación, estás perdido. Si uno se siente mal laboralmente, tiene que considerarlo. Y si no puede cambiar, porque está atrapado con la hipoteca o sosteniendo a la familia, entonces tiene que plantearse cómo puede cambiar la actitud para estar bien.