Guillermo Alonso: «Si no nos gusta nuestra realidad, la cambiamos pimplándonos tres copas»

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Matías Uris

El escritor gallego, mitad del pódcast «Arsénico caviar» que presenta junto a Beatriz Serrano, confirma con su nueva novela «El efecto deseado» su particular e incisiva voz

19 sep 2025 . Actualizado a las 22:11 h.

El verano del 2011, el gallego Guillermo Alonso (Pontevedra, 1982) —escritor y presentador, junto a Beatriz Serrano, del popular pódcast Arsénico caviar— disfrutaba de unos días de vacaciones en una isla griega cuando una particular estampa llamó su atención. Bajando hacia la playa, por una pasarela de madera, un chico empujaba una silla de ruedas ocupada por una persona «con cara extraña» y el cuerpo completamente cubierto «con algún tipo de fular o pañoleta». La escena le dejó pensando un buen rato, dándole vueltas a quién sería ese ser, si sería hombre o mujer. Tuvieron que pasar 24 años para que ese esqueje brotase en novela, El efecto deseado, publicada este miércoles por Seix Barral.

­—¿Suele pasarle esto, que un detalle en el que se fija acaba siendo la semilla de una historia?

—Sí, me pasa bastante. Las novelas que he escrito hasta ahora también han salido de una imagen. La anterior, Muestras privadas de afecto, ambientada en Galicia, apareció en mi cabeza tras leer la noticia de un chico que se había quedado dormido en un patito hinchable en la ría de Pontevedra; acabó a la deriva y tuvieron que rescatarle. Recuerdo perfectamente la foto que acompañaba la noticia, en la que aparecía él, con el pelo tenido de rubio y cara de haberse fumado algo, completamente despistado. Y pensé, pero ¿cómo llegó a acabar perdido en mitad del mar? Empecé a tirar para atrás y para delante y nació la historia.

­—¿Qué tiene de Galicia «El efecto deseado»?

—La mirada del protagonista es muy gallega, porque supongo que en realidad es mi mirada. Es una persona retraída, un observador pasivo del mundo; en vez de participar activamente en él, espera a ver qué pasa y no juzga demasiado. Espero no meterme en camisas de once varas, pero creo que los gallegos somos un poco así [ríe]. Recuerdo la historia de un hombre que se murió en plena misa en San Andrés de Teixido, se cayó redondo porque le dio un infarto, y su hija no dijo nada, decidió esperar a que el cura terminase para no molestar. Pero es que el propio cura, que se había dado cuenta de la situación, también prefirió seguir para que ningún vecino se quedase sin su homilía dominical. Esto lo ve cualquiera de fuera de Galicia y alucina, pero si se lo cuentas a cualquier gallego yo creo que va a entenderlo perfectamente, porque está un poco en nuestro carácter dejar que el mundo se quede como está, analizar las cosas, ver qué puedes hacer tú con tus herramientas, pero sin alterar mucho lo que te rodea. Y creo que esto, además, para escribir viene muy bien, porque hay que ser muy observador.

­—El protagonista de esta novela escribe. ¿Qué papel juega en ella la literatura?

—Hago a todos mis protagonistas escritores porque creo que no sabría muy bien cómo explicar otro trabajo, porque yo no sé hacer otro trabajo. Y, además, me permite describir mejor todo lo que les rodea y darles a los secundarios mucho brillo. Desde el punto de vista estructural, tener un protagonista escritor ayuda mucho. Y, luego, es fácil que un escritor esté como una cabra, y todos los protagonistas lo están un poco.

­—Ya que menciona a los secundarios, hay un personaje, Pandora, que está constantemente convirtiendo la vida en espectáculo y en memoria, produciendo la realidad. ¿Qué diferencia hay entre lo que ella hace con sus álbumes de fotos y lo que hacemos hoy todos en las redes sociales?

—Supongo que ella tiene algún problema con su propia realidad y por eso lo hace; yo lo comparo un poco con beber o con drogarse: como no nos gusta la realidad, la cambiamos a nuestro gusto pimplándonos tres copas. Esta mujer, como es millonaria, puede hacerlo sin tener que emborracharse. Altera completamente la realidad para que sea la que a ella le gusta, cambia incluso los nombres de sus amigos y quizá si haya un paralelismo con lo que hacemos en las redes, un comentario sobre cómo estamos cambiando todo el rato nuestro mundo para que se parezca más al que nosotros queremos que sea.

­—Si le pregunto por una foto de su infancia en Galicia que todavía hoy le emocione, ¿cuál sería?

—En el cámping Cachadelos, al lado de la Lanzada. Iba mucho de pequeño con mis padres, antes de que se divorciasen y de que mi padre se muriese. Son unos recuerdos muy idealizados. Aún hoy, de vez en cuando, cuando no puedo dormir, me meto en su web intentando reconocer los lugares y repaso las fotos de entonces de forma obsesiva. Recuerdo escaparme de la caravana de noche con mi hermana para buscar luciérnagas

—Su estilo combina el dolor sordo con un humor muy mordaz. ¿Cómo decide cuándo una escena pide risa y cuándo silencio?

—Yo es que tengo un problema, no soy capaz de tomarme nada en serio. Y cuando me enfrento a escribir algo doloroso, o cuando me enfrento a algo doloroso en la vida, siempre intento darle la vuelta y verlo con humor, porque creo que, si no, me convertiría en una especie de cursi. Ya ves qué tontería, que a veces hay que ser cursi y a veces hay que estar triste. Pero a mí nadie me ha enseñado muy bien a estarlo, así que cada vez que estoy escribiendo algo dramático rápidamente tengo que recurrir a un golpe de humor. Si en vez de libros hiciese series, no sabrían a qué nominarme en los premios, si a comedia o a drama.

—Sin ánimo de caer en clichés, este humor también tiene que ver con el carácter gallego.

—Sí, llevamos dentro un humor muy negro. Por ejemplo, la muerte, que aquí está mucho más presente que en otros lugares, la afrontamos desde una perspectiva muy distinta. Yo tengo un montón de anécdotas en velatorios y funerales de familiares. Recuerdo una vez uno en casa, estaba todo lleno de comida, porque aquí en estas cosas te hartas a comer, y alguien trajo una empanada y como ya no cabía otro alguien dijo que la pusiese encima del féretro. Y ahí fuimos todos a coger un trozo. Hay que tomarse la cosas con humor.

—¿Cuál es «el efecto deseado» con este libro?

—Me gustaría que el lector se preguntase sobre la relación que tiene con sus propios fantasmas. Porque me he dado cuenta de que, en realidad, esta es una historia de fantasmas. Y creo que todos somos la suma de todos ellos, los que ya no están y los que siguen vivos, pero han desaparecido de nuestras vidas.