Palestina, una tierra sepultada bajo el dinero del Golfo y de Estados Unidos

Pablo Medina, Belén Araújo MADRID / LA VOZ

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Un paramédico lleva una camilla, mientras los palestinos inspeccionan los daños en un barrio residencial, luego de una operación israelí en Ciudad de Gaza.
Un paramédico lleva una camilla, mientras los palestinos inspeccionan los daños en un barrio residencial, luego de una operación israelí en Ciudad de Gaza. Ebrahim Hajjaj | REUTERS

La nueva configuración de Oriente Medio condena a Gaza a un futuro de explotación comercial con la connivencia de las petromonarquías y la incapacidad de Irán para intervenir en su favor

05 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La propuesta de paz de Trump será una estocada para las reivindicaciones de los palestinos y su soberanía. Históricamente, la causa del pueblo siempre ha tenido más apoyo social que gubernamental, pero con Hamás a punto de caer, la brecha entre la lucha política y la social se ha dilatado más, especialmente con los acuerdos económicos entre las monarquías del Golfo y Estados Unidos, que regirán el futuro de Gaza mientras los países del entorno dan la espalda a gazatíes y cisjordanos.

Desde la fundación de Israel en 1948, el Levante, la región que comprende Palestina, el Líbano, Siria y Jordania, se convirtió en un refugio para los exiliados por la Nakba, la expulsión de 750.000 palestinos de sus hogares. Los países del entorno fueron sus principales receptores, aunque la mayoría de ellos viven como apátridas al negárseles una ciudadanía bajo la excusa de que se les considera palestinos y pertenecen a ese Estado, aunque no esté completamente reconocido. Ya son más de ocho millones, según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y el Instituto para el Entendimiento en Oriente Medio.

El éxodo de estos palestinos dio lugar a la creación de 58 campos de refugiados por todo el Levante gestionados por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo (UNWRA, por sus siglas en inglés). La mayoría de ellos en Cisjordania y Gaza, pero también se repartieron en Damasco, como el que se convirtió en el barrio de Yarmouk; o en Baqa’a (Jordania) y Ain al Hilweh (Líbano), entre otros. La proximidad de estos campos con la ciudadanía, la precariedad en la que viven los palestinos, la condición de apátridas y la conciencia con la que los árabes viven el conflicto palestino explican por qué el 92 % de la sociedad de los países árabes apoya al pueblo palestino y el 89 % se opone a normalizar relaciones con Israel, según el Doha Institute.

Pero la visión popular dista mucho de las posiciones gubernamentales. Oriente Medio ya no es el mismo que en 1948. En la órbita chií, la lucha por evitar la hegemonía de Israel, capitaneada por Irán, se ha torcido tras la derrota de las milicias cercanas a Teherán en el Líbano y Siria. En el ámbito suní, el empeño por evitar la occidentalización regional —generalmente capitaneada por islamismos políticos como los Hermanos Musulmanes o armados como Al Qaida— han fracasado o, en caso de las petromonarquías, han replanteado su percepción y cada vez se acercan más a la órbita de EE.UU. e Israel. En cualquier caso, el fracaso de la Primavera Árabe cristalizó que los absolutismos mandan en la región, como el caso de Egipto y los propios países del Golfo, por lo que la opinión popular se obvia para resolver la cuestión palestina.

Luego está el dinero. Arabia Saudí, Catar, Emiratos Árabes o Kuwait quieren una geopolítica al estilo chino: negocios a cambio de no involucrarse en guerras. Aunque lo hagan de forma indirecta, como en el caso de la guerra civil siria, no quieren peligros dentro de sus fronteras, sino acuerdos comerciales. Y las garantías que ofrecen los americanos y los israelíes por su poder militar hegemónico en la región hacen de ellos la única apuesta viable.

Una cuestión de negocios

Palestina juega un papel crucial en la guerra comercial de Trump. El Gobierno de Arabia Saudí estima que los yacimientos de tierras raras en su suelo tienen un valor de 2,04 billones de euros. EE.UU. no puede acceder al mercado africano de estos materiales, cruciales para la tecnología, por el monopolio chino y ruso en la zona. Por ello, le quedan dos alternativas para competir tecnológicamente: Ucrania y el suelo saudí. Y este último es un socio atractivo. Con los países del Golfo, EE.UU. dobló sus exportaciones frente a las importaciones en el 2024, según su Cámara de Comercio (50 mil millones a 25); pero además, la Visión 2030 de Arabia Saudí mira a Washington con interés por ser un mercado atractivo. Y ahí entra Palestina.

El plan de Trump contempla que Gaza sea el lugar donde se exploten las tierras raras saudíes, especialmente el litio, para exportar componentes informáticos y automóviles a Estados Unidos y la UE. Las giras por Oriente Medio de los enviados de la Casa Blanca han servido como trampolín para reforzar relaciones comerciales y que empresas como DataVolt, Google, Oracle, AMD, Salesforce y Uber crucen inversiones en las materias primas y los sectores de Inteligencia Artificial, informática y automóviles.

Estas relaciones comerciales se enmarcan en el horizonte de los Acuerdos de Abraham. Marruecos, Emiratos Árabes, Baréin y Sudán normalizaron relaciones con Israel en el 2010. Egipto lo hizo en 1979 y Jordania en 1994. Tel Aviv podría buscar un acuerdo «de paz duradera» con el Líbano si el presidente Jospeh Aoun desmilitariza a Hezbolá, tal y como prometió Benjamin Netanyahu a su país vecino, aunque el partido-milicia sigue contando con un gran apoyo popular y políticamente es más difícil eliminar esa amenaza para Israel. Pero Tel Aviv también negocia con el régimen sirio de Ahmed al Sharaa, aunque se trate solo de un acuerdo de seguridad en la zona del Horán (Daraa y los Altos del Golán). Al Sharaa es el primer presidente en décadas que se ha sentado a la mesa con Israel.

El horizonte saudí

El camino hacia la paz tiene como fin último la amistad con Riad. Si en el país de La Meca se acepta a Israel, lo más probable es que el único conato de resistencia a dicha aceptación lo presente Irán, que ya solo cuenta con los hutíes de Yemen y las Unidades de Protección Popular en Irak como aliados estables. Ganarse el favor de los saudíes es ganarse el corazón del islam suní. Aunque, religiosamente, apartarse de la defensa del pueblo palestino también es un incumplimiento del mensaje de Mahoma.

Los acuerdos de Abraham solo tienen como objetivo los países suníes, ya que Irán y sus satélites se seguirán prestando al conflicto abierto y a tratar de ser la alternativa a seguridad de Israel. Aunque su programa nuclear haya sido debilitado por los ataques de Washington y Tel Aviv y aunque sus países marioneta se hayan desvanecido. Pero estos seguirán siendo plataformas para amenazar a Israel.

La excepción es Irak. Al no tener frontera terrestre con Israel y haber perdido su condición de punto logístico clave para traficar armas y proyectiles hacia Siria y de allí al Líbano, la república árabe, también parte de la órbita de los ayatolás, vive en una especie de limbo bélico que Teherán quiere mantener. Los santos lugares de Kerbala y Nayaf son el alma del islam chií, y sus clérigos se reservan como posibles sucesores de Alí Jamenéi en caso de que lo asesinen. Hacer perdurar el régimen iraní, para esta rama de los musulmanes, es hacer perdurar la resistencia palestina.

Aquellos países que le darán la espalda a Palestina lo harán una vez más con mensajes de solidaridad vacíos y temerosos de las mismas realidades: no se puede desafiar militarmente a Israel, y menos cuando el dinero de EE.UU. está en juego. Los palestinos seguirán siendo un pueblo huérfano.