La retórica del ensayo nuclear

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Minuteman III, un misil balístico intercontinental desarmado, fue lanzado el miércoles desde una base militar de California.
Minuteman III, un misil balístico intercontinental desarmado, fue lanzado el miércoles desde una base militar de California. DEPARTAMENTO DE DEFENSA DE EEUU | EUROPAPRESS

08 nov 2025 . Actualizado a las 16:26 h.

Con el rearme nuclear, como con tantas otras cosas, se corre el riesgo de convertirlo simplemente en «otra más de Trump». Es cierto que el presidente norteamericano dijo algo sin demasiado sentido cuando hace poco anunció que Estados Unidos volvería a hacer pruebas nucleares en respuesta a «las que están haciendo Rusia y China». En realidad, Rusia y China no hacen pruebas nucleares desde hace unos treinta años, lo mismo que los propios norteamericanos. Y mantener esa moratoria iría precisamente en el interés de Estados Unidos, que tiene muchos más datos técnicos y puede hacer mejores simulaciones de explosiones. Pero, al margen de esta ligereza característica de Trump en el manejo de los hechos y el lenguaje, el problema del que habla es muy real. Rusia no hará pruebas nucleares, pero hay indicaciones de que estaría reacondicionando otra vez instalaciones para realizarlas, mientras no deja de probar nuevos misiles con capacidad nuclear. Ayer se revelaba que también China está expandiendo sus centros de pruebas y ha aumentado sustancialmente su producción de misiles nucleares desde el 2020.

Nada de esto puede interpretarse como una respuesta a un comportamiento similar de Estados Unidos, que lleva décadas en general descuidando o reduciendo sus programas nucleares. Lo cual parecería en principio algo a celebrar, pero la política nuclear militar no funciona así. La paradoja atómica es que el desarme es casi tan peligroso como el rearme porque (excluido el ideal, que sería un utópico desarme simultáneo) la mejor garantía es el equilibrio.

Es una vez aceptadas estas deprimentes premisas cuando el debate en torno a los ensayos nucleares empieza a tener algo más de sentido. Estos ensayos no son estrictamente necesarios. Las detonaciones se pueden sustituir (y se sustituyen ahora mismo) por simulaciones de ordenador. Pero su dramatismo simbólico y visual, incluso solo el hablar de ellas como sucede por ahora, las convierte en un escalón de advertencia que todavía deja margen a la negociación antes de llegar al uso real del arma. Lo que estamos viendo con estos anuncios de posibles pruebas nucleares por parte de unos y otros (y el lanzamiento de misiles norcoreanos al mar de Japón) es eso: una negociación a base de insinuaciones para determinar el estatus de cada potencia y las relaciones entre ellas. Es lo que cabía esperar en ausencia de un buen marco de tratados internacionales. Porque la moratoria de pruebas nucleares, por ejemplo, es en realidad informal; las principales potencias no llegaron nunca a ratificar el acuerdo. Y el tratado clave de limitación de ojivas nucleares, el New START, expirará en febrero del año próximo. Pero incluso es dudoso que un nuevo acuerdo de este tipo, caso de que sea factible, suponga algo más que un alivio momentáneo. Porque el problema más acuciante no está en el tamaño de los arsenales nucleares sino en la actitud de quienes los poseen. Y eso es lo que ha cambiado con la guerra de Ucrania. Esa guerra no hace inevitable, ni siquiera probable, un enfrentamiento nuclear entre Rusia y Occidente, pero ha vuelto a convertir la amenaza nuclear en una baza política. Y eso ya es suficientemente peligroso.