Los tres momentos históricos en los que Asturias pudo ser independiente

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez REDACCIÓN

ASTURIAS

Las rebeliones del conde Gonzalo Peláez, la formación de la Junta Suprema en 1808 y el Consejo Soberano en plena Guerra Civil ayudan a explicar el fuerte sentimiento identitario

07 sep 2020 . Actualizado a las 20:07 h.

Es Asturias una de las comunidades en las que da un fortísimo sentimiento identitario y a la vez una muy escasa presencia de partidos nacionalistas. La narrativa tradicional de la formación del Reino de Asturias medieval se ha vinculado al concepto de «cuna de España» a pesar de que en el muy legendario dominio de rey Pelayo no debieron darse muy serias intenciones de cruzar al sur de la cordillera Cantábrica. Y no sería hasta el reinado de Alfonso III, que acogió a muchos mozárabes y había ampliado a muchos territorios su gobierno, cuando se recuperó la idea de ser herederos del reino godo de Toledo, siendo por tanto legítimos aspirantes a reconquistar toda la península y además teniendo una carta mucho mejor para presentarse ante Carlomagno al enviar sus embajadas.

Fue desde luego, y por muchos siglos, Asturias un reino propio y singular. Pero incluso aunque desde muy pronto vinculó de forma muy profunda su indentidad a la española, tuvo momentos a lo largo de la historia en la que se tomó la deriva por su cuenta y riesgo. Ni siquiera con un afán separatista, pero sí independiente. No es que reclamara una escisión, es que la declaró de hecho porque pudo. En muy distintas circunstancias y con muy distintos objetivos.

 

Antes de que Enrique II de Trastamara creara el Principado de Asturias, para otorgárselo a su heredero, emulando la misma idea que con Gales tuvieron los ingleses, antes, como unos 200 años antes, hubo un asturiano que quiso montárselo por su cuenta. Gonzalo Peláez, conde nacido en Teverga, fue fiel seguidor de la reina Urraca de León hasta el punto que esta le diera un amplísimo dominio de territorios asturianos, siendo así Pelaéz potestas, presidente o regente de una Asturias, la suya, que abarcaba el área central de la comunidad desde el Eo en occidente hasta el Deva en oriente. El conde no se encontró tan a gusto bajo el reino de Alfonso VII seguramente porque el nuevo monarca no debía dejarle manejar sus asuntos por su cuenta como hacía Urraca. Se levantó en armas con sus castillos (la imagen superior es la ruina del fuerte de Tudela donde resistió varios asedios) contra Alfonso en tres ocasiones porque por dos veces fue perdonado. Tras la tercera colmó la paciencia del monarca y lo envió al exilio al joven reino de Portugal. Le halló la muerte cuando planificaba una cuarta revuelta. No es posible trasladar las ideas modernas o contemporáneas sobre nacionalidad a la mentalidad medieval en modo alguno, la rebelión del conde fue suya, feudal y no popular. Lo interesante del caso de Peláez, es que el propio exilio a Portugal da muestra de cómo el rey de León concedía a los lusos la idea de ser un reino distinto y separado. Ese sí fue.

Asturias no volvió sentir la menor inclinación por separarse de España nunca más hasta que lo hizo, por dos veces, en la edad contemporánea. La primera ocasión sería justo en el momento en el que se lanzaban los disparos que encenderían hasta el presente la idea de la soberanía popular, en el arranque de la Guerra de Independencia que siguió a la invasión napoleónica.

El 9 de mayo de 1808 llegan a Oviedo las primeras noticias del levantamiento popular contra los franceses. Estaba reunida en la capital la Junta General que entonces era un órgano de representación del Antiguo Régimen, mayormente para la nobleza y el clero. En un primer momento toma la decisión de alzarse contra el invasor pero las serias advertencias de represalias hicieron dudar a las autoridades. Fue gracias a la presión paisana, con miles de voluntarios llegados desde los distintos concejos asturianos cuando se constituye la Junta Suprema, esta sí, decidida a luchar por la soberanía popular que decide formar un «exército asturiano» y enviar legados a Inglaterra en busca de una alianza. Es entonces cuando se crea la bandera asturiana actual, con fondo azul y la cruz de la victoria en amarillo, porque no existía en cuanto a tal una bandera española. Por supuesto, en la declaración de guerra de Asturias, por su cuenta, al «tirano de Europa» tampoco había la menor intención separatista. Lo más interesante es que se diera por primera vez aquí una afirmación explícita de que el poder reside en el pueblo, que se organizaran con suficiente eficacia para enviar embajadores y armar a las tropas que empezaron a dar batalla al que sin duda era el mejor ejército del continente. No en vano se vieron repelidos y superados en numerosas ocasiones hasta que se logró la victoria definitiva en 1812.

La segunda separación moderna de Asturias tuvo lugar en plena Guerra Civil, cuando la deriva de los combates en el frente norte de la península dejó totalmente aislada a la comunidad del resto de territorios controlados por la II República. En el verano de 1937, transcurrido el primer año del conflicto, la situación en la cornisa cantábrica se volvía cada vez más desesperada para los defensores del orden legal republicano. En julio de ese año era tomada Santander por las fuerzas nacionales, y los gudaris vascos se rendían en masa ante los italianos en Santoña. Totalmente rodeados, con los sublevados avanzando desde Galicia y con el contral absoluto de León y Castilla, los dirigentes del Frente Popular (no sin muchas disensiones) constituían el 24 de agosto el Consejo Soberano de Asturias y León asumiendo «todas las jurisdicciones y organismos civiles y militares» a la espera de que pudiera darse un giro favorable en el desarrollo bélico. Nunca se dio. Pero el Consejo Soberano, que no tenía líneas de comunicación con la república para obtener alimentos o suministros, formó su propio Ejecutivo, acuñó su propia moneda (los conocidos como «belarminos», porque Belarmino Tomás era presidente) billetes de 1 y 2 pesetas, y también de céntimos, hoy preciados por los coleccionistas numismáticos. El Consejo Soberano se topó, lógicamente, con las más enérgicas protestas del gobierno republicano, unas que aumentaron de forma notable cuando los asturianos se dirigieron a la Sociedad de las Naciones (el precedente de la ONU antes de la Segunda Guerra Mundial) por su cuenta y riesgo.

Es historia escrita que cayó Asturias y no mucho más tarde la república en su conjunto para dar paso a casi 40 años de dictadura. Pero hay un vínculo entre ese Consejo Soberano y la comunidad autónoma del presente. Con el regreso de la democracia en los años 70, cuando se forman los gobiernos provisionales de las que luego serían comunidades autónomas, el primer presidente de Asturias sería Rafael Fernández, que ocupó el cargo de consejero de Hacienda en el Consejo Soberano. Los muebles del despacho de Belarmino Tomás, los que usó en Gijón siendo presidente de esa Asturias «sola en mitad de la Tierra» de 1937, fueron restaurados la década pasada y hoy están en el Palacio de Toreno de Oviedo, donde sirven de mobiliarios en una sala de recepción de actos protocolarios.