«Me dieron mis primeros papeles como quien se tira por una ventana para escapar de un incendio»

Raúl Álvarez OVIEDO

ASTURIAS

Mariscal

La ganadora del premio Princesa de Asturias de las Artes hace un repaso de sus 70 años sobre las tablas y analiza la transformación cultural del país desde la posguerra hasta hoy

16 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A Nuria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) no ha habido forma de bajarla de los escenarios desde los 12 años. Para recoger el premio Princesa de Asturias de las Artes tendrá que escaparse de las funciones de Incendios, la obra en la que ahora puede verse su trabajo. Una conversación con ella es un repaso a 70 años del teatro español, a las transformaciones sociales y culturales del país desde la posguerra hasta hoy.

-Empezó tan pequeña en el teatro... ¿Nunca quiso ser otra cosa que actriz?

-Casi no me dio tiempo a pensar en otra cosa. Cuando aún tenía 10 o 11 años, pensaba en estudiar danza clásica y ser bailarina, pero entonces pasé una audición en el Teatro Romea de Barcelona para una compañía que se estaba creando por entonces, la primera que iba a representar en catalán después de la guerra civil. Hablo de 1947 o 1948. Bueno, pasé esa prueba y entré a formar parte de la compañía. Al principio, claro, solo para hacer papeles de niños. Vamos, que era la típica niña con calcetines y trenzas. Luego me recorrí los papeles de adolescente y así llegué a la compañía adulta. Hacía papeles mínimos en funciones de tarde y noche. Al final, se me despertó la vocación y ya solo quería ser actriz. Tenía tantas ganas de aprender que siempre estaba entre bastidores.

-¿Cómo pasó de la infancia a hacer de eso una profesión?

-Todo pasó sin que me diera mucha cuenta. Me recuerdo en las funciones infantiles, que eran un trabajo porque servían para llevar algún dinero a casa, sin pensar en otras cosas, y luego, no sé muy bien cómo, ya quería ser actriz. Me gustaba la compañía, el director. Hacía papeles pequeños, pero tuve un aprendizaje maravilloso, allí, delante del público. Eso es importantísimo para un actor, insustituible.

-Ya es leyenda que el último paso llegó por la ausencia de otra actriz.

Sí, se llamaba Elvira Noriega. Iba a interpretar Medea y Fuente Ovejuna. Yo hacía papeles secundarios en las dos obras hasta que ella enfermó. No había tiempo de buscar mucho, así que me hicieron unas pruebas. Me dieron los papeles, aunque, claro, era una solución como la de quien se tira por un balcón para escapar de un incendio. Pero tuve buena suerte y las cosas me salieron bien. Ese éxito marcó lo que aún se recuerda tantos años después.

-¿Sería posible algo así ahora, en esta época de escuelas de interpretación y pruebas masivas y profesionalizadas?

-Sí, aún es posible. La obra en la que estoy ahora, Incendios, es coral y tiene ocho actores profesionales. Pero a Mario Gas le faltaba una. Hizo audiciones y tomó a una actriz joven y ha sido un éxito extraordinario. A ella le va a cambiar la vida. A mí me pasó y se sigue repitiendo. Llamémoslo destino, suerte o lo que sea. El caso es que hay momentos en los que, en vez de dar un pasito de cada vez, avanzas con un paso de gigante. Fíjese en la ópera. Siempre se descubre a los nuevos divos en las sustituciones. Les pasó a Montserrat Caballé o Plácido Domingo.

-¿No hay talento que se imponga sin un poco de suerte?

-Son los golpes de suerte los que aligeran muchísimo una carrera. Te pasas años entre papeles pequeños y una sustitución te cambia la vida.

-Pero usted también se labró su suerte. Se lanzó a formar su propia compañía cuando aún era joven.

-Pasaron años hasta esa decisión de formar nuestra compañía. En la época de Medea yo tenía 19 años y hasta los 24 no nos instalamos por nuestra cuenta. Entre medias, ese éxito me ayudó a saber quién era yo, me dio confianza en mí misma. Con la compañía culminaron mis deseos. Nos hicimos ambiciosos. Hicimos un gran teatro internacional porque salimos a buscarlo.

-En los últimos años, se han acumulado las novelas y las películas, tal vez Birdman sea de la que más se ha hablado, sobre los miedos, las tragedias y los desgarros de los actores. ¿Tan terrible es o son argumentos sin base?

-Esas preocupaciones son verdaderas, aunque tal vez no la manera de enfocarlas en esas películas. Claro que hay momentos amargos, decisiones terribles y problemas económicos permanentes. Yo, sin embargo, nunca los he vivido como un drama, sino como una suerte. He tenido la posibilidad de elegir entre obras, directores y compañías. Ha sido algo continuo para mí cuando muy poca gente puede hacerlo.

-A usted se la recuerda por sus papeles trágicos, pero ha hecho muchos más. También comedias.

-He hecho ambos, protagonistas que se arrojan y se golpean contra las paredes y también Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores. Alterné los dos tipos de papeles durante 30 años, pero supongo que ese primer momento de mi descubrimiento me marcó como persona y como actriz. Si hubiera conocido el éxito con una comedia ligera, vete tú a saber qué carrera habría tenido. Pero empecé con una tragedia y lo demás siempre tuvo en cuenta ese pasado.

-¿Sabe que para mucha gente usted es la imagen del teatro, la idea de una actriz?

Supongo que sí, aunque no sé contestar bien si la pregunta es cómo me ve la gente. Sí sé que mi marido, que ya no está, luchó y peleó desde que formamos la compañía hasta el último día de su vida y que nos mantuvo el público en una época muy negra, con muchas dificultades para todo aquel que quería hacer teatro importante, algo distinto de decir frases picantes. Recuerdo años de lucha. Y hay otros casos. Mis padres hablaban siempre de Margarita Xirgu. Nunca la conocieron y no la vieron más que dos veces entre el público de un teatro, pero hablaban de ella como si la conocieran, aunque ya se había ido a América por la guerra civil y nunca volvió.

-Lo cual despacha sin más cualquier debate sobre lo que aporta el teatro a la cultura y a la sociedad.

-Parece mentira que haya un debate sobre eso, te guste o no, hablemos de producciones grandes o pequeñas, tengan más luces o menos.

-Pero ahí sigue la cuestión. La política cultural de los últimos años concita un rechazo unánime en el sector.

-Nos han hecho muchísimo daño. Muchas compañías, unas pequeñas y otras no tanto, han desaparecido. Es que los números no salen. Creo que la subida del IVA cultural ha sido una gestión muy equivocada por parte del Gobierno. Nadie ha ganado. El Estado no ha recaudado más y a nosotros nos han hecho polvo.

-¿Y es cierto que en tiempos de necesidad la gente se vuelve más creativa?

-Estaríamos frescos si solo se hiciesen cosas valiosas cuando vienen mal dadas. A Miguel Ángel le dieron dinero, pintura y el escenario de la Capilla Sixtina para su arte. De forma más modesta, todos florecemos cuando vienen bien dadas.

-Pero usted ya había visto malas épocas y su trabajo ayudó a superarlas.

-Vivimos años de gran cambio a partir de 1969, cuando Víctor García entró en nuestras vidas. Fue algo brutal. Ya habíamos hecho a Brecht, Shakespeare, Calderón, pero entonces decidimos montar Las criadas y que Víctor dirigiera. Nos dieron el premio internacional de Belgrado y eso nos catapultó a toda Europa. Al principio, Genet estaba prohibido en España, pero después de todo ese revuelo en el extranjero nos dejaron hacerlo. Y seguimos con Yerma, que llamó la atención no ya en Europa, sino en el mundo entero. En España fue también un éxito increíble pero, sobre todo, nos permitió hacer otro tipo de carrera, esa que llaman internacional.

-¿Le dio tiempo a disfrutarlo?

Recuerdo los carteles de los festivales. Muchos insistían en que por primera vez presentaban una compañía española. Era el tirón de Víctor y el de Lorca, claro. Lorca nos abrió todas las puertas, nos elevó a otra categoría. De sus alas, enganchados a él, viajamos por el mundo entero con éxitos inolvidables. Después, ya muerto Franco, hicimos Divinas palabras y Víctor desapareció de mi vida, pero ya había hecho su trabajo.

-A usted, desde luego, al menos a su imagen pública, no se la entiende sin Lorca.

Cuando me ofrecen dirigir en Londres, me ofrecen también montar un Lorca. Me ha dado mucho y lo he apreciado mucho. Es normal, lo he recitado desde pequeña. Mis padres repetían sus poemas populares y, cuando me pedían algo fuera de casa, a los diez años ya iba con el Romance de la luna luna. Y, aún ahora, si me veo en un apuro, podría recitarlo. No debe de ser casualidad que Margarita Xirgu también uniera su nombre al de Lorca. Era catalana y tenía acento, ¿y qué? Lorca la adoraba y ella lo dio a conocer en todo el mundo, hizo de él lo que fue.

-Cuando dirige, ¿piensa en cómo haría usted un personaje?

-Para nada. En esos momentos, nunca pienso en qué me gustaría hacer a mí, sino en cómo una persona puede acercarse a un personaje con naturalidad. Los directores y los actores, al final, siempre llegan a una entente. No vas a pedir a una persona que haga algo que no puede asumir o que no le convence. Estás ahí para aprender y para que la obra sea mejor, se trata de ayudar antes que mandar y, así, a veces, se producen encuentros felices.