Cómo aprender a convivir con un corazón infartado

Susana D. Machargo OVIEDO

ASTURIAS

Tomás Mugueta

Un centenar de pacientes han pasado por la unidad de rehabilitación del HUCA que enseña a los pacientes hábitos de conducta para mejorar su calidad de vida después de sufrir una afección cardiaca

25 abr 2017 . Actualizado a las 11:37 h.

Nadie diría, viéndoles sudar encima de la bicicleta, que hace apenas dos meses su vida estuvo pendiente de un hilo debido a una afección cardiaca. Algunos sufrieron un infarto y ahora llevan un stent. Otros se sometieron a alguna intervención coronaria. Ahora aprenden a vivir con un corazón que les ha dado una segunda oportunidad. Esas lecciones las reciben en el grupo de rehabilitación cardiaca del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), que se inauguró a finales de noviembre de 2015 y por la que ya han pasado un centenar de pacientes. Comienzan a entender las nuevas señales de su cuerpo, saben hasta dónde pueden hacer ejercicio, comparten con experiencias con otros que han pasado por lo mismo, consultan sus dudas de nutrición o del día a día. Lo importante, en palabras de los responsables del programa, es que se sacudan el miedo.

Sergio Hevia es el impulsor de la unidad de rehabilitación y uno de los cardiólogos que supervisa su funcionamiento. Hevia es un firme convencido de los beneficios de este tipo de terapia. Explica que los pacientes salen con muchas dudas del hospital después de haber sufrido una crisis que pudo costarles la vida. En la actualidad, estos enfermos pasan ingresados, si todo va bien, apenas 72 horas. Así que tres días después de pasar por la UCI cardiaca vuelven a casa, con una baja en la mano, una serie de consejos en la otra, pendientes de posteriores revisiones y con decenas de dudas en la mente. ¿Qué pueden hacer? La terapia trata de enseñarles a convivir con ese corazón y a emprender un nuevo camino.

Qué se persigue

El programa dura un mes, en grupos como máximo de 10. Acuden tres días a la semana, por las mañanas. La primera parte consiste siempre en hacer ejercicio. Miden sus constantes vitales, les pesan, interpretan las señales que les lanza su cuerpo. También les pesan antes y después. Sobre la bicicleta estática o en la cinta de correr, en una sala situada en la planta -1 del HUCA, cerca del gimnasio general de rehabilitación, no están en silencio ni un minuto. Comparten anécdotas, charlan, preguntan. Están siempre bajo la atenta mirada del enfermero José Santamaría, que se convierte durante esas jornadas en su ángel de la guarda. Cuentan Santamaría y Sergio Hevia que cada tanda es diferente, pero que han llegado a fraguarse amistades. Algunos han hecho un grupo de whatsapp y salen a caminar juntos. En otros había un montañero que les programa salidas de vez en cuando.

La segunda parte de las sesiones se compone de talleres con contenidos vinculados a su día a día. Nutrición para mejorar la alimentación, abandonar el tabaco, charlas sobre la disfunción eréctil que afecta a la mayoría de los pacientes... El programa también aborda la parte psicológia para resolver problemas y evitar que se cronifique, Hevia reconoce que es muy frecuente que se den cuadros de ansiedad, depresión, incluso de negación de la enfermedad. Así que el ejercicio sin la terapia complementaria tampoco sirve de mucho. «Refuerza el mensaje. Saben qué hacer y para qué es cada cosa, incluso la medicación. El éxito de este tipo de programas consiste en ayudarles y en que mantengan los nuevos hábitos a largo plazo, porque nos encontramos con que muchos, a los seis meses, vuelven a fumar. La mayoría son personas en la flor de la vida que se quedan hechos polvo. Muchos creen que no van a poder ni volver a trabajar. Y no es así», explica Sergio Hevia.

Los pacientes

No es así porque, entre otros motivos, los pacientes son de bajo riesgo. Para el programa de rehabilitación se selecciona a enfermos que tienen como máximo 70 años -aunque han llegado a tratar a uno de 73 que se encontraba en muy buen estado-, que han pasado por un postoperatorio cardiaco, ya sea por la colocación de un stent o por un bypass coronario, sin isquemia ni arritmias y con un buen funcionamiento. Se les somete a una prueba de esfuerzo previa, para ver síntomas y su capacidad y así planificar de forma personalizada el ejercicio y calcular hasta dónde pueda llegar. Si el mayor atendido en el HUCA tenías 73 años, el más joven fue de 34. «Son casos excepcionales, pero los hay», reconoce Hevia.

Los pacientes se quedan con ganas de más. Se ven arropados y un mes les sabe a poco. Eugenio Álvarez Fonseca es uno de los integrantes del último relevo del programa. Tiene 58 y reconoce que está aprendiendo «cómo volver a vivir, cómo funciona la enfermedad». Su compañero Crisanto Díaz, de 47 años y cocinero de profesión, es más descriptivo y reconoce que salió del hospital «acojonado» después de someterse a dos bypass coronarios. Cuesta creerlo al verle dar pedales. Para él, lo más importante «es la convivencia y la motivación» que consiguen día a día. Juan Carlos Granda, de Las Regueras, de 54 años, estaba en su huerta el 24 de febrero, cuando sufrió el infarto. Quiere volver a trabajar pronto pero, sobre todo, quiere estar seguro de que está bien, de que come de forma adecuada, de que hacer el ejercicio necesario. Los tres reclaman más tiempo. Un mes no les parece suficiente, aunque todavía no han acabado la terapia y su actitud es muy diferente a la del primer día.

Lo sabe bien José Santamaría que ve cómo llega y cómo se van. Ha pasado por sus manos el centenar de pacientes del programa y puede comparar. Sobre todo, habla de ese temor con el que llegan, de los recelos y las dudas. «Hay una diferencia abismal», comenta. «Llegan llenos de inseguridades y aquí nos plantean todo tipo de dudas, saben qué es cada cosa. Son, además, muy agradecidos», insiste. A su lado, Natalia Sánchez, una de las fisioterapeutas asignadas, reconoce que solo con la supervisión a la que someten a los enfermos la evolución es evidente.

Hacia dónde avanza

El cardiólogo Sergio Hevia explica que Asturias ha sido una de las últimas comunidades en incorporarse a estas experiencias pero existe más de un centenar, entre públicas y privadas, repartidas por todo el país. Madrid fue la pionera. Mientras el HUCA consolida su trabajo, en otros hospitales comienzan a ampliar el perfil de los pacientes y a incorporar a pacientes con un perfil de riesgo medio, con planes amoldados a sus condiciones. «Aunque en medicina lo principal no es medir en términos económicos el programa, en este caso, los beneficios sanitarios se ven reforzados porque el coste es muy bajo y los beneficios muy altos. De hecho, todo son beneficios», explica. Baja tanto la mortalidad como la morbilidad -ingresos hospitalarios- entre un 30 y un 40%, según los estudios realizados en unidades similares. Mejora la calidad de vida y la recuperación laboral de los pacientes. «Todo es ahorro», insiste.

La unidad del HUCA ha atendido a un centenar de pacientes pero en el área IV se registran unos 500 infartos al año. Aunque no todos son candidatos a entrar en el programa, se podría atender a más. Hevia reconoce que el objetivo es llegar al 30%, lo que supondría alcanzar la actual media europea de rehabilitación. «Los beneficios son muchos así que en España seguirá creciendo de forma exponencial», sentencia.