La red de espías contra el Eje y Franco que cayó desde Asturias

J. C. Gea GIJÓN

ASTURIAS

Lorenzo San Miguel en una foto tomada en León al principio de los años 40
Lorenzo San Miguel en una foto tomada en León al principio de los años 40

Los elementos asturianos de la «Red San Miguel» fueron decisivos en las operaciones y el desmantelamiento de una trama que preparaba el desembarco aliado desde el norte de España

06 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El 20 de noviembre de 1943, la Guardia Civil entraba en un piso del número 34 del Paseo de la Condesa de Sagasta, en León, para detener a su ocupante bajo acusación de espionaje. Su nombre era Lorenzo San Miguel Martínez, y no llegaría a ser arrestado. El presunto espía iba a encontrar la muerte en su propia cama bajo las balas de la Benemérita; según el relato policial, al intentar resistirse a la detención empuñando un arma. Así queda constancia en los archivos militares de Ferrol, donde se conservan los sumarios de la causa militar abierta a raíz de una operación en la que la caída de San Miguel fue solo la primera en la larga retahíla de detenciones con las que el joven régimen franquista pudo desmantela una tupida red de espías. La historia le pondría el apellido de su cabecilla: la «Red San Miguel». Una trama al servicio de la inteligencia inglesa que el agente había tejido por todo el noroeste y la cornisa cantábrica con objeto de recabar información para preparar un posible desembarco aliado en la España de Franco. Sesenta personas fueron procesadas tras la causa militar, cuarenta de ellas declaradas culpables y cuatro pasadas por las armas. Y Asturias tuvo un protagonismo crucial en esta historia.

De todo ello se habla en el documental Flores para un espía, un trabajo para la Productora Imagen Industrial en el que Daniel Álvarez de la Torre, como guionista y director, y Jesús A. Calvo como realizador llevan trabajando un lustro y que tienen previsto rematar a lo largo de este año a partir de una premiada serie de artículos del primero. Reconstruyen en él un caso que también viene mereciendo una atención creciente por parte de historiadores como Emilio Grandío Seoane, interesados en esclarecer las ambiguas relaciones internacionales de España en el complejo escenario de la II Guerra Mundial. y del que algo se había escrito también en los estudios sobre la resistencia interior antifranquista como los del también leonés Secundino Serrano. En todos esos trabajos queda claro el peso decisivo de Asturias en la actividad y la caída de la Red San Miguel.

 Diecisiete asturianos

«Asturias fue muy importante», confirma Daniel Álvarez, que tuvo la primera noticia de esta historia por las informaciones de AERLE, una asociación leonesa por la memoria histórica, y que ganó el premio Cossío de 2009 por su trabajo periodístico en torno a este caso: «Entre los detenidos, los espías de origen asturiano fueron los más numerosos, después de los leoneses. Dieciocho eran de León y 17 asturianos. Pero eso solo según el lugar de procedencia, porque no se descarta que muchos de los leoneses estuviesen operando en Asturias».  

Financiados desde Londres por vía de la embajada en Madrid, todos ellos -junto a los que se repartían por el resto de Galicia, el Cantábrico y en algún caso, Segovia- cosechaban de forma exhaustiva todo tipo de datos destinados a facilitar una presunta invasión de los aliados a través de la teóricamente neutral España para encerrar al Eje en un nuevo frente. Instalaciones militares y civiles de interés estratégico, informes sobre posibles zonas de desembarco, faros, factorías militares, rutas de interés, movimiento de navíos y aviones alemanes 

Esa estructura se había montado cuidadosamente después de que San Miguel se ofreciese él mismo a Londres. Ponferradino pero criado en México, regresó junto con su familia a León en 1935. El estallido de la guerra civil lo atrapó en zona nacional mientras hacía el servicio militar en Astorga; desertó y cruzó a la zona trasmontana, donde pudo fungir como comisario político o quizá en labores relacionadas con la inteligencia de la República. En cualquier caso, al terminar la guerra volvió a León y consiguió autoproponerse como espía para los británicos. Montó la red, que se centralizó en la capital leonesa por motivos estratégicos y habilitó una tapadera junto al bilbaíno Manuel Rivero, al que la embajada británica en Madrid había formado como radiotelegrafista. Una tienda de electrodomésticos, «La Voz de León», ocultaba el centro de transmisión concebido para emitir la información directamente a Londres (aunque casi toda la que llegó a suministrar se dirigió hacia la sede diplomática de Madrid).

Territorio ideológicamente abonado

Aunque todos los integrantes de la red, que algunos investigadores afirman que supero los 100 espías, llegaron a cobrar algún dinero por su labor, la mayor parte de ellos tenían una motivación claramente ideológica por su adscripción al bando perdedor en la guerra. Eso explicaría la forma en la que la trama prosperó en un territorio como Asturias, abonado por su fuerte raíz izquierdista y republicana. De la densidad y la importancia de la parte asturiana en toda esta estructura no solo deja constancia el número de detenidos. Hay mucho más que eso.

La causa militar se celebró en Oviedo y de los cuatro condenados a morir en el paredón del antiguo cementerio ovetense de San Salvador el 23 de mayo de 1944, a unos días antes del Desembarco de Normandía, tres fueron asturianos. Sus nombres eran César Quiñones -un militar moscón destinado en Ferrol-, Juan Martínez Riestra, un agente de La Felguera «que debió de tener cierta importancia» en la estructura, y el gijonés Miguel Mauro Estévez.

Pero es que además el primer detenido, incluso antes de la captura del cabeza de la trama, fue un gruista de la fábrica de armas de Trubia -José Libertario García-, como también fue asturiano el autor de la delación que previamente puso en marcha la operación contra la Red San Miguel. Todos los agentes recibían un pago, que a veces era generoso. Y a un número de la Guardia Civil le llamó la atención lo rumboso que andaba el gruista (de nombre, por otra parte, tan sospechoso) para el sueldo que cobraba en Trubia.

Pero, ¿fue realmente José Libertario García quien delató a sus compañeros? Aunque fuese el primer detenido, su honor parece quedar a salvo porque todo apunta a que no fue él, sino un tal Florentino Arias quien señaló hacia el cerebro y el corazón de la Red San Miguel. Sobre todo, en este caso, al corazón. Daniel Álvarez explica que, bien para encubrir su presencia y actividades de espionaje en distintas plazas o por genuina propensión a la conquista amorosa, el espía era «un auténtico donjuán al que se le contabilizaron hasta ocho novias en distintos puertos».

Al acercarse a la pareja de Florentino Arias provocó su fin y el de su aventura en la clandestinidad. No deja de ser una amarga ironía que el delator hubiese sido incorporado a la red con el aval de alguno de los familiares que San Miguel tenía en Asturias, y que le vinculaban doblemente a él y a su malograda conspiración, a una tierra donde se gestó su desdicha.

Testigos directos y descendientes

La trágica aventura de la Red San Miguel en Asturias tuvo y tiene aún rastros vivos en el Principado después del desmantelamiento de la red y el encarcelamiento o fusilamiento de los acusados de integrarla. Y a esa circunstancia se debió precisamente el paso decisivo en la investigación que permitió a Daniel Martínez pasar de su trabajo periodístico al relato en primera persona y el testimonio directo en los que ha fundamentado Flores para un espía. Sucedió cuando Ana Gómez, una ovetense que es hija no reconocida de Lorenzo San Miguel y una de sus parejas, la también encarcelada María Gómez, leyó los artículos del periodista y se puso en contacto con él para hablarle de sus padres. En realidad, Ana Gómez también padeció de algún modo la sentencia, ya que nació en la cárcel de Oviedo, donde su madre cumplía la condena.

La divulgación de más noticias sobre la Red y sobre el documental ha tenido un efecto llamada que ha permitido que finalmente sean 18 los testimonios recogidos en el metraje que Martínez y Javier A. Calvo van a empezar a montar. Otros han podido ser localizados gracias a esas conversaciones. Además del hijo del bilbaíno Manuel Calvo, el telegrafista fusilado, o de una hermana de San Miguel localizada en México que también fue detenida, aunque quedó absuelta, hay algunos de ellos asturianos, como la hija de Juan Martínez Riestra, otro de los ajusticiados. Otro hijo de uno de los detenidos sigue viviendo en Gijón.

También debe de haber alguien más, aunque Daniel Martínez no ha conseguido averiguar de quién se trata; quién es la persona que, sorprendentemente, sigue llevando flores a la tumba de Lorenzo San Miguel Martínez en el cementerio de León, y ha dado de paso sin saberlo título al documental que recuerda al hombre a quien se las sigue depositando.